Un personaje del campo del Condado.
Yo le conozco. Se llama José y es vendimiador; más por necesidad
que por vocación, Desde que era pequeño trabaja en la viña. Tiene ahora cuarenta
y cinco años y la cara surcada por veinte hondas arrugas. Es moreno. Alto. Los ojos
ahuevados y nariz perfecta. Las manos del vendimiador son grandes y peludas y
los brazos largos y musculosos. Con el torso desnudo pareciendo un amable
boxeador con ganas de acariciar las cosas.
José es un buen
hombre, que ama el hogar y la vida familiar. Algunas veces, cuando estamos
bebiendo en cualquier taberna, me enseña las palmas de sus callosas manos y se ríe.
Se ríe con carcajada de gigante loco. Dice que quisiera tener un hijo por cada
callo que le produce el trabajo.
Mañana vendrá a
Rociana el señorito Perico, para contralar las cuadrillas que vendimiará este
año su viña. José irá a la “plaza del Mercado” y allí esperará que se fijen en él,
como en veranos anteriores.
--: Sí Dios quiere y me dá salú…!
Claro que Dios querrá,
amigo José, y te dará salud, para que todos los sábados puedas llevar a tu casa
el bien ganado jornal que con tu honrado trabajo sepas conseguir.
A las viñas de Rociana
viene a vendimiar, a parte de los hijos del pueblo, mucha gente de Portugal, de
la vecina Niebla… con sus amplios y redondos sombreros de palma y sus frágiles
blusillas. Muchachos y viejo de todo el contorno vinatero. Las viñas de Rociana
acogerán a estos hombres preñadas de prietos racimos. Cuando José y sus
compañeros lleguen a la viña de del señorito Pedro, de don Celedonio, como le
llaman al amo los jóvenes, todo estará preparado; las finas canastas, los
rubios redores, los arreos de las mulas…La alegría de la labor inundará
entonces la viña.
Ya está José en la
viña. Lo estoy viendo en el recuerdo. Me estoy imaginando, como otras veces,
caminar de “madrugada”, apresurado el paso, hacia la viña. Carretera adelante,
con su hatillo de ropa al hombro y el canasto de la compra en mano. Lo veo
llegar a la viña. Pararse en la entrada de la besana y respirar, como quien ve
cumplido un ardiente deseo. Cuando traspase el umbral, cuando pasa del asfalto
al verde mar de la viña, será un cortador más, un vendimiador. Todo u perfecto y
honorable vendimiador.
Las faenas de
vendimias han comenzado. Buscan ágiles el fruto, las manos de los viñadores. La
uva se va rindiendo al paso de las rápidas y bien afiladas navajas. A cada tajo
caen, unos tras otros, los pesados gajos. Apresura mente se van llenando las
canastas, merced al laborioso esfuerzo del hombre. ¿Ya está! Uno, dos tres,… En
fila interminable de monumentos humanos” la uva es trasladada a los redores, Entrecruzan
la viña los vendimiadores portando sobre sus hombros la olorosa carga, hasta el
almijar, el hombre adquiere un bestial y humano aspecto de autentico
protagonista, hundida la cabeza bajo los desbordado capachos o ladeada ligeramente
hacia la izquierda, forzada por la obligada molestia de la canasta cabalgando
sobre el hombre derecho. Admira ver aquí al hombre, héroe anónimo del mandato
de Dios, zambullido en el oleaje del trabajo, ¡sudando la gota del “ganará el
pan …!” en real contacto con la madre tierra.
El vendimiador es
como un pequeño dios de la producción, que siempre sale victorioso del cansancio,
Forzudo que levanta el mundo de las borracheras en sus manos, sin un temblor,
sin una duda. Es un buen atleta de los campos andaluces, de andar seguro y
morena espaldas, que le salen los codos por la herida camisa, a fuerza de
tensar y estirar los nervios.
Así he visto yo a
estos hombres de las viñas, cara al sol de todos los septiembres. Ellos mejor
que nadie, escriben a punta de acero de Albacete el prologo maravilloso de la Historia
del vino del Condado.
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