jueves, 24 de marzo de 2022

Cuando el Obispo vino a Bonares.

                                                                           

 


              El martes día 19 de enero de 1965, a las once de la mañana, salió de Huelva el señor Obispo con dirección a Bonares, haciéndose acompañar por un seminarista bonareño que cursa los estudios de Teología en el Seminario.

       En el término municipal esperaba a Su Excelencia Reverendísima el alcalde, cura párroco y demás autoridades del pueblo, que le cumplimentaron. Para la entrada del Prelado en Bonares, se organizó una comitiva que iba presidida por una abundante escolta de motoristas y seguida por treinta y dos automóviles, o sea todo el cupo rodado del pueblo.

   El doctor García Lahiguera hizo la entrada en coche descubierto, prodigándole el vecindario en masa un recibimiento realmente apoteósico. La banda de música, las explosiones de los cohetes y los vítores del gentío se escucharon con acento ensordecedor.

   Las calles de la ciudad aparecían engalanadas con arcos y guirnaldas; y los balcones, ventanas y fachadas de las casas, también lucían ramos de plantas campestres y flores. Los pavimientos de las calles del itinerario aparecían alfombrados de romero. A la entrada de la población se unieron a la comitiva número de la Guardia Civil montada y guardias de campo.

    Al descender el Prelado del vehículo, las manifestaciones de júbilo por parte del vecindario se hicieron enormes, pues todos pugnaban por llegar lo más cerca posible a su Pastor, para aclamarle con derroche de entusiasmo.

 Hizo su entrada en el templo parroquial bajo palio. Visitó primeramente al Santísimo, se le entregó la vara de Hermano Mayor de la Hermandad de la Patrona del pueblo, Santa María Salomé. A continuación, en la plaza del pueblo el Prelado ofició la Santa Misa, pronunciando una homilía en la que hizo ostensible la emoción que le embargaba por el recibimiento que se la había prodigado.

   En la Comunión se distribuyeron unas 1.500 Hostias Consagradas, en medio del más intenso fervor de los comulgantes y de la muchedumbre que escuchaban la Santa Misa.

  Terminada la misma, se efectuó la procesión de la Santa Patrona, para reintegrarla a su ermita. El entusiasmo se desbordó en este traslado procesional, hasta el punto de hacerse ya delirante, A las puertas de la ermita, en una tribuna levantada al efecto se dio lectura al acta de la sesión de la Hermandad, por la que fue unánimente nombrado Hermano Mayor Honorario de la misma. El Hermano Mayor efectivo hizo el ofrecimiento del título- magnífico pergamino, verdadero primor de miniatura artísticas de nuestro querido amigo huelvano Domingo Franco—que el señor  Obispo acogió con palabras de gran estima y vivo agradecimiento.

                                                         


      La primera parte de la gran jornada terminó con un almuerzo habido en la Casa Rectoral. Por la tarde, a la cinco y media en la plaza del pueblo, también profusamente engalanada se celebró un acto que presidieron las autoridades, con asistencia del gentío ya ponderado. El primer término, hizo uso de la palabra el cura párroco, quien se expresó con palabras muy efusivas y de respetuosa consideración hacia el Prelado, exponiéndole la leal subordinación de su feligresía, el pueblo entero, a su pastoral dirección. Hizo una relación sucinta de la labor de formación  cultural y cristiana que realiza la parroquia, y pidió al señor Obispo que considerara al pueblo de Bonares, como cosa muy suya.

   Seguidamente, se procedió al ofrecimiento de presentes al doctor García Lahiguera. Fueron los siguientes: Del Ayuntamiento de la población, un sobre con cinco mil pesetas; de la Cooperativa de Santa María Salomé, un barrilito de vino y un recipiente con aceite; de las mujeres y niñas de Acción Católica, un juego completo de prendas para el altar, confeccionado por las religiosas Oblatas de Cristo Sacerdote, cuya comunidad ha sido fundada por nuestro Obispo; de las niñas del pueblo, un corderito y otro barrilito de vino; de los niños, una jarra con miel, una tarta de almendra y una cesta de naranjas y limones. Todo ofrecido es producto del pueblo de Bonares, y el ofrecimiento de los niños y niñas fue hecho por estos, ataviados con traje típicos.

   Un último ofrecimiento fue brindado al Pastor por una niña, consistiendo en un hermoso ramo de flores naturales y en un ramillete espiritual de comunicaciones, oraciones, sacrificios realizados y ofrendas a Dios por las intenciones del señor Obispo y por su fecundo apostolado en la diócesis onubense.

   El doctor García Lahiguera, conteniendo a duras penas la emoción que le embargan sus ojos y palabras, pronunció una alocución, que enardeció, más aún, si cabe, el entusiasmo al rojo vivo de la población.

  A la salida de Bonares, terminada la memorable jornada, el Prelado visitó a unos enfermos, y desvió el recorrido previsto por otro que comprendía las calles, habitadas por las familias más humildes del pueblo, a fin de impartir sus bendiciones de Padre y Pastor sobre sus pobres hogares.

                                                       

Las fotos pertenece al archivo privado de Pepe el Carnicero.

    

     Una anécdota que revela el entusiasmo de la población bonariega por recibir y acompañar a un Obispo lo revela el hecho de que por el cura párroco se había intentado hacer gestiones ante la autoridad local para que los obreros del campo asistieran al acto para participar con su presencia en los actos que iban a realizarse. No fue necesario, pues la mayoría de aquellos ya lo tenían así acordado, echándose todos a la calle desde por la mañana en que la banda de música anunció el magno acontecimiento con una larga y continuada diana.

Fuente: Archivo Diocesano Provincial.

José García Díaz.

 

 

lunes, 14 de marzo de 2022

La puerta sin nombre.

 

                                                            


 Por Ramón Ortega Uguerrola.

Cuando su urbanización, puesto que hace mucho tiempo llevó rondando en mi mente una idea para exponerla a las autoridades de Niebla, desde la prensa. No hace mucho, ante una pregunta por escrito del fino escritor onubense José María Segovia sobre esta Puerta, le conteste aclarándole ciertos motivos, sin poder hacerlo del nombre que le corresponde como a las demás de la ciudad.

   Toda la gente sabemos que desde tiempo muy antiguo se las llama a esta puerta como la del “Agujero”, sin duda porque sería puerta, antes que Puerta, un agujero abierto por alguien a quien le interesaba pasar por allí para acortar distancias; no hemos podido averiguar si data desde siglo o nó, pero si hemos preguntado a personas mayores que ya sobrepasa los ochentas años y nos dicen que siempre la han conocido así y que nunca han escuchado de sus antepasados nada que se refiera a su antigüedad con tal Puerta.

   Lo cierto es que su estilo árabe demuestra su origen y puede darse el caso que quizá el mismo Rey Sabio al tomar la plaza mandarse abrir esta Puerta para dar más salida al pueblo; salida que, por otra parte, es relativa, pues solamente sirve para peatones y bestias por la rampa peligrosa que hace desde la base de la Puerta a la carretera, de unos dos o tres metros de altura.

  Y he aquí el por qué he escrito este artículo; la peligrosidad de su bajada e incluso de su subida, no solamente para las bestias, sino para los peatones; aquellas, pueden muy bien pasan por las dos puertas cercanas a éstas, la del Socorro y la de Sevilla, precisamente abiertas para vehículos.

   Hay que dejar ésta solamente para peatones y por ello habrá que urbanizarla de forma, no solamente que sirve para el tránsito, sino para la atracción de los turistas; no creemos que cueste esto mucho al Ayuntamiento y estimamos debe acometer esta obra seguidamente, haciéndola al estilo de esas calles cordobesas de pendientes, unas de unos metros de larga y otras de treinta y cuarenta metros de cuesta, dando las mismas un tipismo tan llamativo que al turista gusta de transitar por ellas.

                                                               


  Es sencilla su urbanización, pues solamente se trata de hacer una serie de escalones, no de un solo paso, sino de dos o tres, que hacen desaparecer parte de la pendiente y son comodísimas para subir y bajar; estos escalones llevan unos adoquines largos que separan unos de otros y en la parte superior están rellenos de pequeños guijarros negros, y blancos, que le dan una vista muy bonita y llamativa.

  Tenemos el caso de la Puerta del Agua, aunque en estos escalones no se ha escogido el guijarro, de tanta profusión en los alrededores de la ciudad, por lo que no siendo nuevo cuanto exponemos, puede llevarse a efecto con entera facilidad, urbanizándose así este trozo de calle con historia pero sin urbanizándose así este trozo de calle con historia pero sin urbanización alguna y con peligrosidad manifiesta para todos.

   Ahí queda la idea y ahí está también un alcalde que sabe recoger los anhelos de los vecinos con todo cariño; lo demás con mejor voluntad que dinero se puede conseguir fácilmente.

 José García Díaz.

 

 

 

 

 

 

 

 

La cerámica del Neolítico.

                                                                                  


                                                     

Por Antonio García Bellido, en memoria de mi amigo y maestro don Cristóbal Jurado Carrillo, párroco de la ciudad de Niebla.

   Pobres y escasas son las muestras de cerámicas, recogidas en los dólmenes hasta ahora investigadas en la provincia de Huelva. Destrozada en el dolmen de La Lobita por la presión de la arcilla durísima que invadía el interior del mismo, escasa y tal vez destruidas por falta de cuidado en las excavaciones, como los del Mirón, el de Agapo, el de La Pava, etc., pocos datos nos suministra de la habilidad y perfección de aquellos primitivos alfareros de nuestros suelos. Las escasas piezas y fragmentos que hemos podido estudiar nos mueven a firmar que, así como destacaron por la finura y habilidad en la talla y pulimentación de la piedra, no descollaron en el arte de la cerámica del que sólo dejaron muestras de escasos valor.

  Son conformes los más solventes investigadores de arqueología en atribuir la invención de la cerámica, al periodo del Neolítico. Tal vez favorecido por la benignidad del clima de nuestra Península, sobre todo en las regiones Sur y Sureste, el hombre Troglodita renuncia a la vida de nomadeo, acampa en sus templadas y fértiles llanuras, inicia el cultivo de las tierras, la domesticación y pastoreo de animales que les proporciona nuevas fuentes de la vida más reposadas, le queda más tiempo para discurrir valiéndose de ramas de árboles convenientemente curvadas, construye los primeros arados. Y adaptando trozos de sílex a los extremos de varas y leños rectos, sus primeros utensilios de trabajo y sus primeras armas de caza y guerra.

   Loa necesidad de retener líquidos, semillas lleva a la construcción de las primeras vasijas de barro. Comienza por copiar con el barro las formas cóncavas más conocidas por ellos como son las conchas de los moluscos y concavidad craneana. Para endurecerlas se limitan a dejarlas secar al sol. El modelado es tosco, como hecho por unas manos torpes, de bastos dedos y si acaso con la pobre ayuda de un palo ligeramente desbastado. Más adelante inician el arte de la cocción. En sus primeros intentos el resultado es pobre pues el barro se resquebraja. Para evitarlo empiezan a mezclarse partículas de mica, mármol, conchas marinas y otros diversos materiales con los que obtienen piezas de más fino acabado. La coloración de estas vasijas siempre es negruzca debido a la impureza del barro empleado y al rudimentario sistema de cocción que consistía en rodear las piezas de tierra y mantener el fuego en derredor de las mismas hasta que están suficientemente endurecidas. Cuando quiere producir vasijas de mayor tamaño y más acusada concavidad recurre al artificio de hacer una especie de formaletas o moldes de fibras de vegetales que recubre de barro y que desaparecen carbonizadas por efecto de la cocción.

   El hombre del Eneolítico realiza un notable progreso en esta industria, sobre todo en las zonas levantina y meridional de la Península. Sus primeras vasijas son cuencos en forma de casquete de paredes alargada. En muchas de ellas aparecen una especie de pezones para sujetarlos que más tarde se transforman en asas que presentan una gran variedad de fantásticas formas. Mayor riqueza decorativa consiguen aun con la ayuda de incisiones sobre la superficie del barro. Estas incisiones se agrupan en series de línea paralela horizontales, verticales, en aspas o en zigzags. Otras veces realizan el decorado con la aplicación a presión de un cordel sobre el barro aun tierno, por lo que reciben el nombre de acordonados. A veces rellenan las incisiones de pasta blanca para hacerlas resaltar más sobre el fondo oscuro del barro cocido.

                                                              



  Es de señalar que hoy se admite por las autoridades en la materia que el foco inicial de la fabricación de los célebres vasos campaniformes tuvo su cuna en Andalucía en la que aparece en épocas anteriores. Desde aquí seguirse su difusión por toda la Península, pasando a Italia por Cerdeña y luego a través de los Alpes hasta el Danubio. Es típica de esta cerámica la decoración en zonas, aunque no exclusiva pues la vemos en vasos de distintas formas copas, cazuelas y cuencos.

   Con la edad del Bronce aparece una cerámica más perfecta, de superficie enteramente lisa con adornos de perfiles y un ligero bruñido.

   No queremos terminar sin hacer resaltar el hecho de que fue aquí, en nuestro suelo, donde estuvo situado unos de los focos de civilización que irradió su cultura hacia esa Europa que olvidándose de ello nos mira hoy un poco por encima del hombro,como si fuéramos un pueblo de gente incultas y retrasada.

José García Díaz.

 

 

 

 

 

 

martes, 1 de marzo de 2022

Necrópolis prerromana en Niebla.

 


                                                     


                                                              

  Hace unos años, estando una tarde en casa de mi amigo y profesor arqueológico, don Cristóbal Jurado (q.c.p.d.), presbítero de la ciudad de Niebla, hombre de gran cultura y sabiduría y que dedicó una parte de su vida a las Ciencias Arqueológicas, me dijo que la habían avisado unos trabajadores que en el sitio de este término municipal llamado “Estación de Sevilla” (actualmente la de Bonares y Rociana), un compañero de trabajo, cavando en una viña, se había encontrado grandes y enormes sillares que denunciaban la presencia en aquellos lugares de viejas edificaciones.

   Por hacer calor, esperamos que fuera más tarde y nos dirigimos los dos a dicho lugar, el como profesor y yo como alumno, comprobando la veracidad del hallazgo.

   Con grandes esfuerzos levantamos algunas piedras y pudimos observar que contenía restos humanos, por lo cual se dedujo que eran sepulturas. Las sepulturas encontradas fueron tres.

   De su tosca construcción y primitivos materiales empleados en su labor, sacamos como consecuencia su remota antigüedad. Estas sepulturas podemos calcular que son del último periodo de la dominación cartaginesa en la provincia de Huelva, o principio de la época romana.

   Las fosas estaban construida a base de grandes losas de barro cocido, y además demostraban ser de origen caldeo o babilónico, según manifestaba mi citado profesor. Aproximadamente medía unos 70 centímetros de largo por 50 de ancho. En ellas se hallaban colocados los cadáveres boca abajo, según los usos de la antigua Babilonia, apoyándose el cráneo en un gran adobe que le servía de almohada.

   Con gran cuidado pudimos reconocer esto cadáveres, de los cuales dos eran de varones y uno de hembra.

   Cuando lo tocamos, se desintegraron, por lo cual no pudimos tomar medidas de ellos ni sacar otra cosa más, que la cabeza de uno de ellos, la cual aparecía unida a la base del cráneo teniendo lo que actualmente llaman los doctores “fractura conminuta. El otro, tenía hundido el temporal izquierdo, de lo cual se dedujo que había sido producido por piedra lanzadas, con hondas, o eran heridas recibidas en las guerras de aquellas edades.

   Las tres fosas de hallaban reforzadas de grandes ladrillos, formando un grueso muro, cubierta la parte superior por piedras de sillería que revelaban ser poco más o menos, del periodo dolménico o piedra del túmulo funerario.

   En uno de los cadáveres, mi profesor pudo comprobar que se trataba de un hombre de raza negra africana, (iguales a estas sepulturas, y con las mismas características los cadáveres, han sido encontrados en la finca que, en el término de Aljaraque, posee la señorita viuda de don Cristino González, cuyo maxilar inferior de tamaño no normal, se pudo conservar y lo conservó el ingeniero de minas, don Federico Mayboll).


                                                       

En la foto, el arqueòlogo Don Antonio García Bellido, en la finca donde apareció la Necrópolis era en aquel tiempo de mi tíos, y en donde algunos vecinos de Bonares, pudieron rescatar algunas vasijas que fueron reconstruida gozando de gran belleza.

   Sobre la cabeza de estas sepulturas estaba una pila de piedra con señales de grasa requemada, suponiéndose sirviera de recipiente para depositar las carnes o corazón del difunto.

   Las grandes piedras que cubrían las fosas eran adobes con agujeros, los que supusieron hechos para poner en comunicación con la atmosfera el interior de las sepulturas, o tal vez para darle salida a los espíritus de los muertos, o también para dar respiración a las lámparas que quedaban ardiendo y que según sus creencias servían par iluminar las almas de los difuntos en sus viajes a las regiones de un mundo desconocido.

    En los pies estaba cuatro ladrillos formando especie de circulo y todos tenían gravados un segundo circulo, que supusimos fuera un símbolo o imagen de la divinidad solar. También algunas presentaban labores toscas en forma de X, labrada al parecer con los dedos de la mano; pero lo que más nos llamó la atención es que algunos de los citados adobes, aparecía la figura de la mano impresa y extendida, símbolo mitológico de los cartagineses. (Según me comunicó uno de los ingenieros de esta Jefaturas de Minas, igual o parecidos a éstos, se habían encontrado adobes en las minas de Tharsis. Este señor me preguntó el significado de la mano y yo le expliqué el símbolo cartaginés). Parece ser que es el mismo signo, que tiene la estela votinea de Tharsis. Este señor me preguntó el significado de la mano y yo le expliqué el símbolo cartaginés). Parece ser que es el mismo signo que tiene la estela votínea de Tanit, en el templo de Cartago.

    Según don Cristóbal, la mano derecha extendida hacia el cielo o hacia lo desconocido, representará el poderío de la divinidad y quiere decir protección y bendición. Todavía los árabes, en algunas regiones, perpetúan estas viejas tradiciones, colocando manos pintadas en las puertas de sus casas para alejar los maleficios. El rito de la elevación de las manos a la Divinidad es de tradición antiquísima. En el sepulcro del cadáver femenino apareció un objeto parecido a la cabeza de mujer de mármol que recuerda las descubiertas en el Cerro de los Ángeles, o sea, la Tamit cartaginesa.

   Esta cabeza o cosa parecida, fue recogida por mi profesor para llevársela a su museo, y me dijo que con motivo de la próxima visita de una dignidad eclesiástica a Niebla, pensaba dedicarle un artículo de esta hallazgo.

   Por eso, al leer en la prensa, la noticia de que habían sido hallado restos romanos en el subsuelo de Niebla, no me llamó la atención.

Son muchos los que creen que los íberos, con el nombre de tartesios, fueron los que fundaron la ciudad de Niebla, entre ellos Tolomeo, y le dieron nombre que recordaba su país; pues no solo se llamó Ilipula Niebla los tiempos, aproximadamente, de la fundación de Cartago.

    Según el señor Martínez en sus datos epigráficos, la palabra Ilipula, es de origen griego. Parece que Tito Livio, al referirse en sus parajes a esta ciudad, dice que sirvió como punto de avanzada para contener la invasión de los celtas lusitanos. Acercándonos a los tiempos históricos, Plinio llama a Niebla Ilipula, los visigodos Elepla, y los árabes Lebla.

      Las monedas encontradas datan de mucho tiempo después de la fundación de la ciudad, pues según se desprenden le asignan unos 200 años a. de C. y son semejante a la acuñada durante la segunda guerra púnica, siendo en dicha época cuando estableció Escipión soldados en ola frontera del territorio español; época que los tartesios aprovecharon para adoptar parte del lenguaje romano. Estos son los orígenes que hasta ahora se saben de la milenaria ciudad de Niebla.

  Por  el profesor y Miembro de la Real Academia de la Historia don Antonio  García Bellido.

José García Díaz.