lunes, 14 de septiembre de 2015

La descontaminación del río Tinto.

                                                                                   


                                                                

          Una inversión extremadamente necesaria. Este curioso texto extraído del libro Huelva en su Historia, 4, pgna.328.
       Nos cuenta la importancia que tendría su descontaminación en sus 93 kilómetros de recorrido. Ya que  desde su más remota antigüedad, se ha caracterizado por no tener vida debida a la contaminación que recoge al pasar por los yacimientos mineros; el color rojo de las aguas contaminadas le ha atribuido el nombre que recibe.
      En su nacimiento tanto el Tinto como el Odiel, son ríos con agua limpia  y cristalina. Sin embargo, es en su recorrido donde recibe los efectos naturales  contaminantes. El Tinto en concreto es en el mismo término de las minas, donde recibe las aguas de todos sus afluentes como la del río Agrio, cuyas aguas ya  vienen contaminadas con sustancias como son: los sulfatos de cobre, de cinc, de cobalto, y de metales pesados.
        Todas las referencias históricas nos reflejan que el río Tinto nunca ha tenido peces, ni vida y que sus  aguas jamás han podido ser utilizadas por el ser humano para el uso ni para el riego de los campos.
      Sin embargo, las aguas cristalinas de los ríos podrían ser utilizadas por el ser humano. El rescate de las aguas del río Tinto hace que sea posible convertir en zonas de regadíos partes de los términos municipales de Niebla, Bollullos, Bonares, Lucena, Villarrasa, Triguero, Beas, Moguer, Palos y Huelva.
    Tres han sido las formas propuestas para poder utilizar las aguas  del Tinto.
a)    El desvío del cauce del río Tinto al del Odiel.

b)    El trasvase del río en su nacimiento. Esta solución es la defendida por el prestigioso  ingeniero de minas D. Isidro Pinedo. Ya que el nos dice que el estudios de los transvase fueron realizados en la década de los años cincuenta, por los ingenieros de caminos Sres. Villarino y Zapico por encargo del INI.

c)     El entubamiento de las aguas desde el mismo nacimiento del río llevando sus aguas a las presa del río Blanco.

     Nosotros propugnamos que, bien se ejerciten estas obras para aprovechar el caudal de los ríos la opción de elegir entre las diferentes formas de ejercitar estas obras debería ser la técnica más idóneas.
   Un trabajo que se está realizando por parte de la Junta de Andalucía es el estudio de las diferentes emanaciones de las aguas ácidas, y de las explotaciones mineras abandonadas, para que no viertan estas aguas al río Odiel.
   El ingeniero don Manuel Bolaño sugería en el año de 1930, que el riego con las aguas del río Tinto y Odiel en la campiñas de Huelva y pueblos alrededores, podían utilizarse en los regadíos siempre que se evite sus contactos con las Plantas. Puesto que en dicho caso la proporción de roca caliza que el suelo contiene en su capa vegetal basta para neutralizar los elementos ácidos del agua.
     Los baños con las aguas del río Tinto, como tratamiento y limpieza de la piel, era de sobra conocido por los árabes dentro de su tratados de medicina natural. Costumbre muy motivada en la cultura popular de Bonares, que tras pasar el invierno y antes del primero de Julio, consistía en la de llevar a los niños a bañarlos al río antes de marcharse a la playa de Mazagón.
     No había más peligro que tener la mala fortuna de tropezar con los llamados calderones, (nombre con que los parroquianos de mi pueblo les daban a los agujeros o so bacones producidos en el mismo río, debido a las fuertes corrientes que durante las grandes riadas del mal tiempo y  al tener el suelo de roca caliza fuerte han perdurado durante años). Estos calderones eran muy solicitados antiguamente  como poza de fermentación y limpieza de las granas del cáñamo y del  lino.
    Añadiendo a el mal concepto que había sobre los calderones, era la costumbre que había de antaño, en este pueblo que en tiempo de pandemia de la gripe que asolo este pueblo por los años veinte del siglo pasado, era la de tirar las ropas de los pobres difuntos a dentro de ellos, mientras en los pueblos de los alrededores, se les prendías fuego.
   Ya en siglo XVI, el erudito Rodrigo Caro lo recoge, como  costumbre una buena receta y eficaz para expulsar las lombrices de los bueyes, así como combatir las mataduras de los equinos, mezclándose con una parte de cal viva y poniéndose en forma de empaste las corregían.

 

José García Díaz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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