Podemos leer en el “Defensor de Granada” del
día 20 de agosto de 1893.
“Dos sujetos que
antes de ayer sobre las tres de la tarde estaban cazando codornices en el
término municipal de Pino Puente, se vieron sorprendido por la desagradable
presencia de una fiera, que puso en grave riesgo sus vidas.
José Molina Jaén, guarda del cortijo de “Chozuela”,
y el vecino del pueblo de Lachar, Manuel Navarro, que era cazadores, venían
alegremente ocupado en la caza, cuando advirtieron que cuatro hermosos perros
que traían como acompañantes parándose asustados y ladrando horriblemente a
respetuosa distancia de un zarzal, en el extenso coto conocido como por la “Isla
de Guindo”, cerca del referido cortijo de “Chozuela”.
Manuel Navarro se acercó a ver qué motivada el
terror de los perros, y quedó petrificado por el espanto al observar que entre
las zarzas había una fiera en actitud de acometerle.
Era un animal de
unos setenta centímetros de altura, de la longitud de un perro grande, su
espalda y miembros de color bermejo claro con manchas negruzcas, orejas largas,
puntiagudas y con un mechón de pelos negros por remate, ojos muy brillantes,
cuyo alrededor, así como la garganta y el vientre, eran blancuzco, y la cola corta,
leonada y con manchas oscuras.
Retrocedió el
cazador, refiriéndole a su compañero la novedad; pero el guarda José Molina, acostumbrado
a encontrarse por aquel terreno gatos garduños, zorras y turones, únicas
especies que allí suelen verse, creyó que se trataría de alguno de esos
animales, y se acercó al zarzal sin temor alguno, aunque apercibido con la
escopeta para tirarle.
El animal dio un
entonces un salto hacia atrás para ponerse a la defensiva, y observando el
guarda que no era lo que se había figurado, si no se trataba al parecer, de una
fiera temible, no vista jamás por aquellos contornos, se apresuró a dispararle
un tiro, que recibió en un brazo.
El animal se sintió
herido, se lanzó con furioso ímpetu sobre su agresor, que casi milagrosamente
logró salvar su vida.
En efecto, viéndose
desarmado el José Molina y ante la inminencia del peligro, cogió rápidamente la
chaqueta que llevaba terciada al brazo, y cubriéndose con ella, le presentó al
animal, que no tardó en hacer presa en la misma, destrozándola por completo en
un momento con sus fuertes garras.
Fue obra de un instante, ya que a tardar un segundo más en burlar de ese modo a la fiera, ésta hubiese destrozado al guarda con sus uñas. Mientras el animal se ocupaba en rasgar la chaqueta del cazador, su compañero hizo puntería con una escopeta de dos cañones y disparó a aquellos dos tiros, teniendo suerte de herirle mortalmente, por lo que, amedrantado, salió huyendo a grandes saltos de seis u ocho varas cada uno, y así continuó perseguido por los perros, que hasta entonces no se habían atrevido a hacerle frente. Medio kilómetro más allá le faltó fuerzas y cayó moribundo en medio de un sembrado de remolachas, del sitio llamado “Vega de Chozuela”.
Los perros, que a pesar
de su rápida carrera se habían quedado atrás, llegando jadeantes a dicho punto
cuando ya había muerto el animal, y sin embargo no se atrevieron a acercase a
él, contentándole con ladrarle.
Los dos cazadores
recogieron el cadáver, llevándolo al pueblo, donde lo presentaron al alcalde,
el cual, teniendo en cuenta el buen servicio que han prestado matando una fiera
que pudo haberse introducido en alguno de los pueblos inmediatos y hacer
grandes destrozos en las personas y en los ganados, les dio una gratificación
de 25 pesetas.
Después vinieron los
cazadores a esta capital de Granada, donde se presentó de noche en casa del
sabio naturalista señor García Álvarez, Catedrático y Director del Instituto,
el cual, al ver el cadáver, les dijo que era un lince pardo, animal carnívoro,
del género de los felinos, muy común en los Pirineos, en los Alpes y en el Cáucaso.
Es un animal sanguinario, que aulla de
una manera parecida a la del lobo, y ataca con preferencia a los cervatillos, a
los que sujeta con sus fuertes uñas y los estrangula rompiéndoles la primera
vértebra del cuello; después les hace un agujero detrás del cráneo y le chupa
los sesos, guardando las carnes para comérselas cuando tiene hambre.
Lo que no tiene fácil
explicación es la presencia del lince en nuestra provincia. Es posible que
proceda de una colección de fieras que, según hemos leídos en la prensa madrileña,
que cuando se encontraba rodeadas hace pocos días por un fuego, una feria de un
pueblo del Mediodía de Francia, por lo que muchas de ellas se escaparon,
huyendo a la desbandada.
El ejemplar, cuyo cadáver
hemos visto, es hermoso y merece figurar en cualquier buen gabinete de Historia
natural.
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