Estos hechos se
han desarrollado en la desembocadura del río Segura y en la orilla izquierda,
sobre una eminencia arenosa, se encuentra enclavada una pequeña caseta que los
carabineros del puesto de Pinet, que han construido para resguardarse de las
inclemencia del tiempo.
Desde esa
casilla pueden estos sufridos funcionarios atalayan un gran espacio de terreno
del sometido a su vigilancia.
Muy especialmente
se vigila el punto denominado la "La Gola" para cuyo servicio
exclusivo existe una pareja.
Le estaba
encomendado ese turno en la noche del 4 al 5 de Abril, a la pareja que formaban
Pedro García Riquelme y Vicente Pastor Pons
Muy fría todavía
las noches en esta estación, nada más extraño tiene que los carabineros se
refugien en la aludida caseta, donde perfectamente vigilan la zona que les
tiene encomendada.
Próximamente a
las cuatro de la madrugada, cuando faltaba escaso tiempo para ser relevado, el
García Riquelme que se hallaba en el dintel de la casa, advirtió que alguien,
que parecía venir de la playa, se dirigía hacia la ribera del Segura.
Dándole el alto,
y el conocido contestó al momento "España".
Se le invitó a subir al lugar donde se
hallaban y obedeciendo se presentaron antes de ellos, era un hombre con los
vestidos chorreando agua y trémulo de frío.
Todo denotaba en el haber permanecido
bastante tiempo luchando con las olas para poder ganar la playa.
Los miembros
entumecidos, casi rígido por el frío y el agua. En ciertas partes del cuerpo
estaba a punto de brotarle la sangre.
Ofrecieron
asiento que aceptó dando las gracias y para reanimarlo encendieron una gran
fogata, con lo que pudo entrar en calor y secar sus ropas completamente
mojadas.
Al preguntarle
los carabineros quien era y como se encontraba allí, dijo que se llamaba Rafael
Merino, español y que había naufragado el barco del que era tripulante.
Fácilmente
advirtieron los carabineros que aquel hombre, a pesar de hablar el castellano correctamente,
tenía un inconfundible acento extranjero, por lo cual no le creyeron y así se
lo manifestaron.
El ocultar su
nacionalidad, tratando de engañar a quienes les interrogaban, causó el
consiguiente recelo y los carabineros concibieron la sospecha de que aquel
hombre no era un simple náufrago.
Asediado a
preguntas el desconocido, sin decir de donde era natural les dijo que se había
fugado de un barco italiano donde le trataban pesimamente.
No admitieron
como verdadera la explicación, y cada vez más recelosos respecto al individuo,
pidieron les entregarse si llevaba algún arma.
Obedeció la
intimación el pretendido Merino, dándole una excelente pistola automática que
solo tenía dos cápsulas cuya arma, descargada, se devolvió a su dueño.
Los
cuidados que se le habían prodigado y la
amabilidad con que se le trataba hicieron concebir el falso Merino la esperanza
de que no había despertado sospecha alguna su arribo a la playa en
circunstancia novelescas, y pensó que después de reponerse de la fatiga que le
ocasionara la lucha que con los elementos había sostenido, le dejarían libre.
Vana quimera.
Los carabineros, consciente de su deber, les hicieron saber que había de
presentarse a su jefe.
En vano fue que
las suplicas, intentando convencerles de que nada malo harían con dejarlo
marchar.
Viendo que las
súplicas no conseguía torcer la disposición de sus aprehensores, se les ofreció
una fuerte cantidad de dinero, si desistían de llevarle al cuartel.
Fue subiendo su
oferta hasta llegar a prometerle una suma tal que para gentes tan modesta,
constituía la plena seguridad de que aun les costase la expulsión del cuerpo a
que pertenecen el dar suelta al detenido, tendrían el problema de su vida
resuelto económicamente.
Tampoco esta
tentadora proposición ibas hacer olvidar el cumplimiento de sus deberes a los
íntegros carabineros, quienes opusieron la más rotunda negativa a los deseos
expresados por el que luego resultó ser un oficial sobresaliente de la Marina
alemana.
Sin duda que los
marineros teutones tienen del honor un concepto muy distinto que el de los
españoles que visten de uniforme.
El caso del
capitán del submarino que se evadió de Cádiz, habiendo empeñado su palabra de
honor, y el de este marino que intenta seducir a unos militares para que falten
a los deberes que su Ordenanza les impone, así lo demuestra.
Bien merecen
ser recompensados los que de manera tan digna resistieron las tentadoras
proposiciones que con muy poco escrúpulo les hicieron el héroe de la aventura
que relatamos.
Como fuera ya la
hora del relevo, ya alboreando, los carabineros invitaron al extranjero a que les siguiera, y se
dirigieron hacia la casa cuartel del Pinet, a cuyo puesto pertenecen.
A unos dos
kilómetros del cuartel y al llegar cerca de la casilla denominada la
"Antina", el náufrago dijo a los que conducían, que por aquellos
alrededores tenía un saquito con algunas provisiones que había abandonado en la
arena.
En efecto, en un
lugar situado en las dunas cercana a la playa, encontraron unas alforjitas de
lona que encerraban las provisiones.
Cuál sería la
sorpresa de los carabineros al ver que además del saquito con los comestible,
medio sepultada en la arena aparecía una caja que había dejado en aquel sitio
el misterioso náufrago, de la cual le confesó el dueño y que le dijo que
contenía algunas medicinas y postales.
La caja tiene
unos 60 centímetros de longitud, por 40 de ancho y otros tantos de altura.
Es de madera, forrada de zinc y herméticamente
cerrada, atornillada además.
Pesa unos ocho o
diez kilos y de su contenido hablaremos en otro lugar de esta información.
El náufrago que
confesó ser su propietario, se la colgó al hombro con una cuerda que a ese fin
lleva la caja y dijo a sus aprehensores que podían marchar cuando gustase a la
presencia del jefe del puesto, que estaba deseando presentarse ante él para que
le dejasen en libertad.
Mientras esto
ocurría, el carabinero Diego Soler de vigilancia en los alrededores de la
casilla "La Antina", había encontrado en la playa, varado en la
arena, un botecillo salvavidas, de lona impermeable, algo destrozado y que
indudablemente había sido arrojado allí por las olas.
El bote, de construcción
americana, al parecer tiene forma oblonga y es como han dicho de lona
impermeabilizada, teniendo en la parte superior un tubo de goma como un
neumático de bicicleta que se llena de aire y hace flotar el aparato de
salvamento.
Este botecito
puede plegarse reduciéndose su volumen tan considerablemente que abulta como
una maleta grande, cuyo aspecto ofrece una vez plegado, teniendo unas asas a
los costados para poderlo llevar más cómodamente. Este hallazgo lo relacionaron
con la aparición del falso Merino y los carabineros supusieron, con fundamento,
que el misterioso individuo se había servido del bote para ganar la costa y ya
sospecharon muy bien que pudiera provenir del algún submarino de los que operan
por estas aguas.
Apenas llegaron
a la casa cuartel, fue presentado el detenido al comandante delo puesto, cabo
Gonzalo Guardado Cristo.
Este le
interrogó, obteniendo de él idénticas manifestaciones que las que hicieron la
pareja.
La llegada de
esta pareja con su extraño acompañante, produjo entre todos los habitantes de
la casa cuartel del Pinet la consiguiente curiosidad.
Todo se
preguntaba quién sería aquel hombre rubio, joven, muy joven, representando unos
23 años . Después se ha sabido que esta es su edad. Alto, magro, elegante, a
pesar de las pobres ropas que vestía cuya modestia no era suficiente a ocultar
la natural distinción de quién las llevaba.
Su rostro
imberbe y algo aniñado predispone en su favor. Vestía una chaqueta corta a
estilo andaluz, de color café con botones de metal blanco, que llevaba grabada
una imagen de la virgen con la siguiente inscripción "Santa María".
Pantalón negro
de pana, de cinta estrecha y ala muy ancha, parecido al de los exploradores
norteamericanos.
Calzaba
alpargatas.
Pudo observársele
una cicatriz de unos diez centímetros en la mano izquierda.
Llevaba algunas
monedas de plata extranjeras. En su cartera bien provista tenía varios billetes
del Banco de España.
Allí fu
examinado el saquito de provisiones, que contenía una botella de ginebra, un
gran pan de guerra alemán, un buen trozo de jamón y conservas, manteca y queso,
en latado.
Del pan hemos
podido proporcionarnos un trozo que se exponen en el comercio "El Rio de
la Plata" de la calle Mayor.
Este pan, que es,
indudablemente, el mejor que se fabrica en Alemania, puesto que lo llevaba un
oficial de la Marina de guerra alemana, demuestra cual es la verdadera
situación de aquel país en punto de la subsistencia.
Se trata de una
masa negra, confeccionada con centeno, cebada y patatas, que no acertamos a
imaginar cómo hay estómago capaz de dirigirla.
Extraño fue
para la señora del cabo de que pudiera comerse aquella especie de cartón
piedra. El detenido se esforzó en convencerla de que ese pan es exquisito y le
cortó una rebanada que untó de manteca y acompaño de sendos trozos de queso y
jamón invitándole que lo probaran.
No obstante el
"acompañamiento", la buena señora no pudo pasar bocado, contrariando
sobre manera al anfitrión el poco honor que se hizo sobre su manjar.
Pasó el
detenido a las habitaciones del jefe de puesto. Que entre otros cuadros , el
cabo tiene varios retratos de soberanos, uno de ellos Guillermo II; no bien le
hubo visto, el detenido se cuadró militarmente ante él.
Esto acabó de
confirmar las sospechas que el misterioso arribo y las contradicciones en que
incurría, hicieron concebir al cabo Guardado.
El pretendido
náufrago era un influyente militar alemán, que con algún propósito se
encontraba allí. Desde aquel momento se prometió no perderlo de vista.
Por si alguna duda
le quedaba de que era un gran pájaro de cuenta, aquel joven tan fino y
simpático, la pareja de carabineros que participó en el intento de soborno que
se había cometido con ellos
Este grave accidente
sirva la importancia, para que pueda enseñar a quien corresponda, probar que,
efectivamente, si quieren mantener la neutralidad, ya que cualquier tibieza o
debilidad en un asunto de esta índole quizá fuese fatal para España.
Parece que el
hecho de tener el cabo señor Guardado, el retrato del Kaiser, inspire al
detenido una confianza ciega.
Debió creerle
devoto de Alemania y que se prestaría a servir sus planes y trató de intimar con
él.
Para ello comenzó
por relevar su verdadera personalidad. Era alemán, oficial de la Armada,
condecorado con la Cruz de Hierro.
Se llama Adolfo--
según otra versión Alfredo-- Guillermo Clauss y su padre es el cónsul de su
país en Huelva.
Hizo el más
caluroso panegírico de Alemania y a
creerle, la guerra acabará dentro de unos meses, claro es que con el triunfo
completo de los teutones.
Anunció que por
todo este mes llegarían los alemanes a la costa francesa del mar del Norte,
desde donde bombardearían Inglaterra con el cañón de gran alcance.
Como profeta nos
parece que hasta el presente ha quedado muy medianamente Herr Clauss de Huelva.
Distan bastante de Calais y Dunkerke los ejércitos de los Teutones.
Dibujó, con
gran facilidad, el esquema del famoso cañón con el que bombardean París y trató
de anonadar al cabo con la relación de los grandes medios de que dispones
Alemania !Doutachland fübar alles!
Guardado le
dejaba charlar cuanto quería y nuestro hombre no se cansaba de referir, la
grandeza y más grandeza de sus compatriotas.
Innumerable
escuadras de zeppelines arrasará, muy pronto las populosas ciudades de los
países enemigos; flotillas inmensas de submarino tan grande como los
superdresdnongts, hundirá en el abismo del océano a cuantos buques beligerante
o neutrales se atrevan a surcar los mares.
No obstante
estas narraciones, con las cuales creyó el Clauss ganar por completo al jefe
del puesto, cuando se habló de dejarle en libertad y devolverle la cajita,
aquella cajita con postales y botiquín, Guardado la hizo ver la imposibilidad
de complacerle. Había que presentarle al jefe de la línea, residente en
Guardamar y el dispondría lo que se procediese.
Procuró el alemán
conquistar al cabo, primero con palabras de afecto y luego ofreciéndole un buen
empleo y una cuenta económica bastante buena, para que no diera cuenta de su
arribo.
El no trataba
más que de llegar a Madrid, donde tenía buenos amigos-- cierto vecino de la
Castellana daría muchos miles de marcos por verle en libertad--- y lo que
quería aludir las molestias anejas a toda presentación a las autoridades de
cualquier clase que sean.
Caso de no
avenirse a esto, le suplicaba que, por lo menos, no presentara la cajita.
Después de todo, poca importancia podría tener el ocultar una caja con postales
y medicinas.
Como tampoco se
aviniera a ello, el cabo, sufrió honda decepción el marino y se oyó decir:
"Estoy perdido"
Las lógicas
consideraciones confirmado por nosotros y su autenticidad es absoluta.
Ahora vamos a
exponer, por nuestra cuenta como periodista de este diario, algunas hipótesis
que nos expliquen ciertas lagunas que pueden notarse en la información
precedente.
¿Cómo arribó a la
playa del Pinet el alemán? Es lógico suponer que Guillermo Clauss salió de
Alemania en un submarino, cuya misión era, sobre toda otra, desembarcar en
costas españolas en unión de la famosa caja.
El pan no cabe duda
que es alemán y no haría un mes que había sido amasado pues se conservaba
todavía algo tierno.
El porqué de elegir
esta parte de la costa no tiene muy fácil explicación, a primera vista, pues
que el objetivo de Clauss como veremos
está en Andalucía.
¿Será quizá porque
en la costa andaluza no sea nada fácil pasar desapercibido el arriar un bote
del submarino y arribar felizmente a la playa, dada la vigilancia tan estrecha
que ejerce por las patrullas navales inglesas que recorren esta zona vigilando
el Estrecho? Muy posible es que esto haya motivado la elección de la costa
alicantina como lugar más apropósito para su desembarco, de lo más cercano a
Andalucía. Verdad es que más próximo está el litoral cartagenero, pero también
es de los más vigilados desde el hallazgo de un Bolete que tanto ruido causó.
Ya frente a nuestras
costas, el submarino transbordó al Clauss al botecillo salvavidas y se hizo a
la mar el protagonista de esta historia en demanda de tierra, guiándose por
algunos de los faros.
¿Creyó hacer rumbo al de las Huertas, donde
alguien le esperaba--se ha dicho que aquella noche se vio a dos caracterizados
alemanes en la "Albufera", como si esperasen a alguien que hubiera
que desembarcar-- o era su propósito llegar a Santapola, donde también parece
que es teatro a propósito para encontrar fácil acceso los alemanes. Lo que
parece indudable es que su propósito no era llegar a la solitaria playa Pinet,
rodeada de dunas y lejos todavía de comunicación.
Sabemos
también, de modo curioso, que muy pocos días antes del desembarco del alemán, en
una famosa cervecería de nuestra capital, cuyo propietario alentó muchísima
simpatías por los invasores de Bélgica, dos súbdito de Guillermo II, examinaban
con gran interés en una estancia interior del mencionado establecimiento, un
plano del litoral español del Mediterráneo.
¿Tendría relación
este hecho con el arribo del alemán huelvano Clauss?
Los vientos
hicieron desviar el rumbo de la débil embarcación que derivaría sensiblemente
hacia el Poniente.
Todavía fue mayor
la desgracia para el navegante, pues quedó inutilizable el frágil botecillo, y
hubo de arrojarse al mar con la impedimenta de la caja y las provisiones.
El
audaz argonauta debió sostener una ruda lucha con el líquido elemento. El
estado de fatiga en que se mostraba al hallarse los carabineros lo hace suponer
así.
Ceñida al cuello
la caja, que no es grano de anís. no era tarea fácil ganar a nado la playa.
Ya en salvo, su
primer cuidado fue depositar la caja en sitio seguro y enfrente cas de donde
desembarcó enterrándola en la arena con el propósito de recogerla después.
Fue descubierto
por los carabineros, tropiezo con el que quizá de dar con el lugar donde
quedaba, en el caso de soltarle, como esperaba, por no resultar cargo alguno
contra él.
¿Cuál era el contenido de la caja que tan preciosa era para
el súbdito del Kaiser?
Según nuestras
averiguaciones, encerraba un aparato que se ha dicho era de radiotelegrafía y
que en realidad en el día de hoy, no se sabe todavía para qué uso se destina.
Clauss dice que una invención suya, de
la que nadie será capaz de descubrir el secreto.
Hay también unas
cajitas conteniendo cada una varios tubos de cristal, en forma de huso, con
ciertos líquidos con los que pueden confeccionarse explosivos potentísimos.
Estos tubos están graduados y tiene un punto señalado determinada temperatura.
Había igualmente
una cajita muy pesada, conteniendo cierta substancias en polvo, cuya calidad no
se determinó al pronto, bastante tornillos y algunas espoletas.
En unas latitas
de doble fondo se encontraron unos pañuelos encarnados que nadie acertaba a
explicar para que servían.
Todo ello fue
llevada al laboratorio de la Escuela de Torpedista de Cartagena, para su
análisis.
Posteriormente
nos han dicho que tratando dichos pañuelos por los ácidos débiles, se ha
conseguido en uno de ellos determinar claramente un plano de un lugar que no se
ha podido identificar todavía, pero se supone que es costa de Huelva y que se
dibujó con alguna tinta de las denominadas "simpáticas"
También contenía
la caja un paquete de cartas, algunas de ella escrita en español.
Persona que parece
estar bien informada, nos segura que en la caja iban doce potentes máquinas
infernales o que se podían construir con los elementos que hemos mencionado--
esto no nos lo han determinado bien-- cuyos explosivos son de una potencia
tremenda.
Lógico es suponer
que la misión encomendada a Clauss fuera de la más excepcional importancia. No
se destina a un submarino para traer a España a un oficial con una simple
misión diplomática.
El alarmante
"equipaje" con que viajaba el teutón, nos permite imaginar, con
fundamento, que sus propósitos no eran otro que los de hacer a nuestro país,
teatro de los criminales atentados que en Norteamérica realizaron durante mucho
tiempo los agentes alemanes.
Fábricas de
municiones y material de guerra, que eran destruidas por incendios voraces;
puentes magníficos que saltaban para inutilizar por cierto tiempo las líneas de
transporte por donde eran enviadas a los puertos las mercancías destinadas al
aprovisionamiento de los aliados; buques en cuyas bodegas se colocaban por
manos misteriosas bombas y aparatos explosivos para hacerles saltar en alta
mar.
Toda esta era la
obra siniestra de la legión de espías y agentes alemanes en los Estados Unidos,
que cesó tan pronto rompieron las relaciones con Alemania y puso a buen recaudo
a todo cuanto habían participado en la citada misiones.
Pues
indudablemente en España se ha intentado reproducir estos vandálicos hecho.
Así parece
indicarlo el descubrimiento que ha poco más de un año se hizo en las cercanías
de Cartagena. Aquellas boyas y depósitos de explosivos que se hallaron en la
playa del Bolete pertenecientes a los alemanes, se destinaban a ser empleados
en nuestra patria y no precisamente en usos industriales.
Recordamos entre
otros puntos que se daban como elegidos para destruirlos, era el puente sobre
el Bidasoa y el túnel de Canfranc.
Fracasaron
aquellos proyectos, con la prisión de algunos de los dinamiteros; pero los
alemanes, que no reparan en emplear toda clase de medios con tal de conseguir
sus fines, tenían que repetir sus intentos de preparar la destrucción de algo
que proporciona en España a sus enemigos elementos de combate.
Y a esto ha
venido, indiscutiblemente, Guillermo Clauss.
Una vez
desembarcado su tropiezo, le hubiera sido fácil llegar al punto que constituía
el objetivo de su misión, que sin vacilar afirmamos que era las minas de Río
Tinto en la provincia de Huelva. Y esta afirmación no es fruto de nuestra
fantasía, nos consta su certeza, aunque estemos obligados a no relevar la
fuente de nuestra información, que puede ser más fidedigna.
La riquísima
cuenca minera de Ríotinto de Huelva surte a los aliados de casi todo el cobre y
sus compuestos que en los fines de la guerra se emplean.
Destruir los
muelles por donde embarca el mineral en Huelva, era un golpe maestro, que
causaría incalculables perjuicios a los países de la Múltiple.
De no haberse
detenido a Clauss en la playa de Pinet, quizá habríamos de lamentar en estos
momentos una horrenda catástrofe que, además de las pérdidas en vidas y
riquezas nos habría acarreado una complicación internacional de las más difíciles
que hayamos tenido en nuestra historia.
Afortunadamente, no
se dejaron seducir los carabineros por las ofertas de quien les creyó vánales y
prestaron, sin presumir quizá su transcendencia, un eminente servicio a su
patria.
La
vida que sigue de este curioso espía alemán, tenemos que consultar la
"Obra Maestra" de mi estimado y apreciado amigo don Jesús Ramírez Copeiro
del Villar, en su libro "Huelva en la II Guerra Mundial".
José García
Díaz.