martes, 23 de febrero de 2016

Los cazadores en Leganés.




        He aquí la impresión escrita que da un periodista de la estancia de la brigada de cazadores en Leganés, donde estuvo como testigo otro soldado bonariego llamado: Isidro Martín Riquel, que vuelven victorioso de la campaña de Melilla, donde dentro de poco van a desfilar por Madrid.
   Como en lata de sardinas apretadas logramos por fin llegar a Leganés el 20 de Enero de 1910.
   Por todas las partes nada más que se veían soldados que marchaban en medio de mozas, mujeres y hombres, contestando a todos y tratando de complacer a todos.
      Los jefes no cesaban de conceder permisos a los soldados para que estuviesen todo el día con sus familias y amigos.
     La puerta del cuartel del regimiento del Rey, es donde se alojan Madrid y Barbastro, donde estaba muy animado. El batallón de Figueras está alojado en casas de particulares.
                                                         


El Batallón pendiente del desfile.


     De vez en cuando aquel variado cuadro adquiría mayor animación. Era cuando los moros que han venido con Barbastro y Figueras paseaban acompañados de los soldados.
     Hombres y mujeres rivalizaban en hacer preguntas, a las que contestaban los moros con sonrisas y apretones de manos.
     También recorrió las calles del pueblo, despertando gran curiosidad, un soldado del regimiento de Barbastro conduciendo un pequeñísimo borrico moruno, que apenas alcanzaría una altura de tres cuartas.
       Hacer una información de la llegada de las tropas y no cruzar siquiera tres o cuatro palabras con uno de los moros,  que tan leales han sido para España,  la consideramos una falta de cortesía, y, en efecto, unos dedicamos a la busca y captura del moro que viene con la compañía de Barbastro.
       Manen, como le llaman los soldados, no se hallaba en parte alguna.
        El machacante de un sargento iba también en su busca, con una cacerola que contenía un par de huevos fritos con patatas; y tanta fueron las vueltas que cedieron por el cuartel, que más valió no encontrar a Manen, ya que, de encontrarlo, acaso su estómago no hubiera de soportar los alimentos, de fríos que ya iban.
       Por fin, alguien nos dijo que se hallaba en el cuartel, y allí nos encaminamos.         
                             

El Rey saludando a los guias de Barbastro.


      Manen, que representaba treinta o treinta y cinco años, nos dijo que solo tiene veinte.
      Era natural de Mezquita, y es muy amigo de España. El 9 de Julio ingresó en la policía indígena, y desde que se incorporó al batallón en que hoy está, no ha cesado de batirse como un verdadero héroe en todas cuantas acciones ha entrado.
      Manen es soltero; pero ahora, cuando entre en Madrid, tiene propósitos de casarse, ya que “los señores sargentos” han prometido buscarle una novia de las metidas en carnes, que son las que a le gustan.
       También le han prometido llevarlo a Eslava y al cine, y a juzgar por lo que dice, en vista de las descripciones que le han hecho, Manen arde de deseo de verlo pronto,
      Las españolas le encantan. A más de ser “mucho, mucho” mejores que las moras, no se tapan la cara, y, lejos de esconderse, le dicen cosas.
      Tales cosas nos dijo Manen acerca de la mujer española, que cuando Manen vuelve a su tierra va a ser el terrible Pérez de las Moritas marroquíes.
       A pesar de gustarle el uniforme de su batallón, cuando entre en Madrid el día 22, que lo hará detrás del caballo del teniente coronel, irá vestido de moro, para que los españoles vean que ha sido un amigo de España.
     Manen es un descreído. Cuando se le habla del Paraíso, pregunta quien lo ha visto, y cuando se le habla del Corán, sonríe burlonamente.
   Come carne de cerdo y bebe vino, aunque poco, pues se le sube a la cabeza, y dice que el baño es bueno cuando hace buen tiempo, pues ahora, por ejemplo, que tiene más frío que un perro chico, a pesar de todos los ropones que encima lleva, si hay alguno que le propone un baño, le da con la gumía.



     En esto, como se ve, Manen se parece mucho a los españoles.
    Cuando nos despedimos de nuestro amigo, que, dicho sea de paso, se gana sus dos pesetas diarias, prometiendo ir a verle cuando regrese a Madrid. La plaza del pueblo estaba animadísima.
     Unos cuantos organilleros que allí habían acudido no cesaban de darle al manubrio, y el bailoteo era general.
      En medio de aquella abigarrada multitud se destacaban los uniformes de los jefes, siendo el que más llama la atención del teniente coronel Burgete, que, con su amplio gabán de reglamento, el gorro de cuartel y su enorme puro en la boca, se hallaba conversado con los generales Alfau, Echague y Huertas, que allí estaban.

                            José García Díaz.


     

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