miércoles, 27 de abril de 2016

La Nicolasa.

                                                         


       En la memoria del escritor don Miguel Lagares. En la Palma del Condado en Marzo de 1912.
 
        Pedro el Cuervo era el hombre más presuntuoso de su tiempo en toda la Comarca. Tocante en amoríos y aventuras falderas, no había reunión ni tertulia en la que no metiera su cuarto a espadas, diciendo siempre que era el que más mujeres había vuelto locas en amores.
       En los momentos que nos encontramos, está en la taberna del tío Diego Moro, donde se reunía gente alegre y aficionada a los lances de amor.
 ---Mira--- le dijo el llamado el Cerote-- tu lo que tienes es mucha boca y mucho jumo, y todo se queda en palabras.
---Nada de eso y lo puedo probar.
      No hace ni una semana que le pedí relaciones serias a una moza, que si le obligo un poco más, se fuga conmigo.
---!Mentira hombre!-- le contestó uno de la reunión--¿Apuesta la cena para todos los que estamos aquí presentes que no lo consigues?
---Convenido ni una palabra--replicó el Cuervo--Mañana a la diez, en la calle de los Juncales.
             La noche siguiente a la discusión, era bastante fría y lluviosa. Andaba el Cuervo de esquina en esquina bastante empapado, esperando que saliera su novia para decidir la hora de la fuga. Al poco rato de la espera, apareció en el dintel de una de una puerta la figura de la Nicolasa, que así se llamaba la novia.
---!Creí que no saldrías esta noche ¿Lo tienes todo arreglado?
---En cuando mi padre se duerma te tiraré la ropa por la ventana y enseguida saldré.
---Bueno, pero pronto, que hace un frío que hiela la sangre, y voy a pillar una buena pulmonía.
     En la esquina de enfrente aparecieron los de la apuesta preguntando.
---Cuervo, como anda la cosa de la apuesta ¿ganas tú o ganamos nosotros?
---!Gano yo! En estas historias no pierdo nunca, a caso no lo sabéis.
Bueno, bueno, en la taberna esperamos.
        Ya el Cuervo iba perdiendo la esperanza mosqueado por todo lo mucho que tardaba en salir la niña.
¿A qué pierdo la apuesta? se decía el hombre con media pulmonía encima. ¿ Y la vergüenza y lo que dirán luego de mí en el pueblo? En esto estaba, cuando sintió ruido y alzando la vista, vio a la Nicolasa en el balcón.
----Oye, muchacho cuidado y espera un ratito.
      Y al decir esto, arrojó un voluminoso lío de ropas.
      Brincaba el Cuervo de alegría pensando en su triunfo y en la cena que ya pensaba ganada por todo lo alto.
      Lo que no pensaba saber el pobre Tenorio es que todo aquello era una pura guasa. La Nicolasa enterada de su debilidad en los amoríos, se la había jugado.
     Después de arrojar el lío, que solo contenía ropa inservible, se acostó a dormir tranquilamente.
     El Cuervo andaba de acá para allá con el fardo de ropa bajo el brazo, sin poderse explicar nada de lo que ocurría.
    Mientras tanto, la noche pasaba y cada vez era más fría y el se encontránba empapado hasta los huesos.
         Un sereno, que le había estado observando hacía rato extrañándole el comportamiento del tipo aquel y pensando que fuera un ratero, lo condujo a pesar de sus muchas protestas a la prevención, donde el pobre Cuervo maldijo mil veces su mala estrella y la jugada que le había hecho la Nicolasa.
    Desde entonces no ha vuelto a ser más el Tenorio.

  José García Díaz.


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