Por parte del
cura párroco de Niebla, don Cristobal Jurado.
Yo también envió por mediación del digno
diario onubense La Provincia, mi modesto aplauso y mis frases de aliento al
distinguido poeta moguereño Juan Ramón Jiménez, como grano de arena en el
homenaje que se proyecta, y para que siga su florido camino en provecho de la
cultura intelectual y artística, de que tan necesitado está nuestro decadente país.
La
poesía es así como la música de la belleza intelectual, semejantemente a como
las artística armonías musicales son una especie de imitación de la naturaleza.
La
poesía, pues, es, por decir así el idioma que más pone en relación con la
suprema hermosura y belleza de la divinidad, y por eso los antiguos creían que
era el lenguaje de los dioses, destello de la armonía de la ritma eterna y
grandiosa.
Los
siglos de oro de las naciones van procedidos por los heraldos de la poesía
sublime y su presencia se señala en las edades sucesivas como los rayos esplendoroso
del sol o como las luces prodigiosas de la majestuosa tempestad.
Una
nación sin cántico y sin poesías es como un pueblo sin alma, sin ideales, sin
gusto y sin estética, semejante a un desierto abrasador o como el silencio
imponente de los sepulcros.
Por eso
dice Chateaudbriand que la Iglesia civilizó a los pueblos bárbaros por medio de
sus cánticos, y los que no cedieron a sus dogmas cedieron a sus conciertos.
Los grandes
hombres de la Grecia creían que la cultura intelectual de los pueblos, unida a
la cultura en las bellas artes, especialmente en la música y poesía, que
aficionaban el alma a las armonías, decidían el esplendor de los estados.
Aquiles, tipo
ideal del guerrero, celebraba sus victorias con la cithara y los cánticos
armoniosos de la Ilíada y la Odisea.
Polibio
atribuía las desgracias de los Argivos a haber olvidado los cánticos y las
melodías musicales, que calmaban las pasiones, enseñaban las reglas de la
armonía y acostumbraban a observar la concordia pública.
Damón,
amigo de Perides y de Sócrates, creía que las más fuertes bases para sostener
la moral y las leyes públicas eran la música y los cánticos.
Aristófanes,
afirmaba que antes los cantares armoniosos y las melodías sublimes las fieras
se detenían asombradas, los vientos callaban y la paz reinaba sobre las olas
del mar, según las experiencias maravillosas de Orfeo.
Y San Basilio
comparaba los unísonos cánticos cristianos al ruido majestuoso de las aguas del
Océano. Por eso todos los pueblos de la tierra tuvieron sus cánticos y sus
poesías tradicionales.
Los pueblos de Oriente heredaron de los
Vedas sus himnos al fuego y a la sombra y los israelitas los cánticos del
destierro; los turdetanos, sus antiguos poemas y los vascos, sus canciones
líbicas.
Los
fenicios iban cantando en sus naves al son de las flautas hebreas, y los
egipcios, los celtas, los cartagineses y los jonios, amenizaban sus triunfos y
leyendas con variedad de instrumentos.
Silio Itálico
nos dejó su cántico de Sara y los romanos el canto de Selo, los galos, el himno
de los Druidas los francos, el Bardito, los germanos, el de Arminio y los
pueblos del Norte, sus himnos, cuya colección reunió Carlo- Magno.
Los pueblos
medievales y aún los modernos nos hicieron más que seguir estas tradiciones
preciosas, pues, como opina Iriarte, la poesía, la música y aún las leyendas se
unen tan estrechamente, que en todo tiempo, pero especialmente en los orígenes
de los pueblos, se hacen inseparables.
La patria,
que tanto os engrandece y nos subyuga, es un conjunto de poesías sublimes, que
tienen por corona el amor maternal con la inocencia y encantos juveniles, la
hermosura de los genios y de las artes, las grandes tristezas y victorias, las
virtudes angelicales, las alegrías consoladoras, las grandes religiosas y la esperanza
de la feliz eternidad.
Los ciervos,
las aves, las flores, la Naturaleza toda, tienen su ritmos maravillosos como
obedeciendo a una ley prodigiosa de armonías sempiternas.
La poesía es
algo así como la sal y el aroma del mundo o como los suspiros misteriosos y
encantadores del amor sublime y puro, sin los cuales es imposible la vida de la
humanidad.
Los poetas
son además los ruiseñores de la patria, que cantan in cesar sus glorias y sus infortunios,
remediando ya las alegrías sublimes, ya profundas tristezas; colgando a veces
sus liras de las ramas de los sauces como los israelitas colgaban las suyas en
los árboles de la ribera del Éufrates antes las lágrimas y sollozos de Sión; y ya pulsando
sus cadenciosos hilos para alegrar el alma nacional, como David con sus cánticos
disipaba las penas de Saúl y Farinelli con sus conciertos las inspiraciones
musicales de la princesa Belmonte.
Cantad, cantad
poesías, como decía la Condesa Matilde de Inglaterra a sus marineros, al ver el
puerto de salvación después de la furiosa tempestad. Cantad, cantad, como
repetía Moisés a los Israelitas después del paso del mar Rojo, cantad, las
tradicionales grandezas de las ciencias, de las letras, de las artes y de las
cristiana fe de nuestros mayores. Cantad, cantad, sin cesar, como el venturoso
pajarillo de Leyre, que endulzaba las soledades del santo abad Virila, y
aliviar las lágrimas de España y de sus hijos. Cantad, cantad, con los supremos
conciertos del amor hermoso y seguid la obra bienhechora de alegrar y
fortalecer a los mortales en su peregrinación mundanal hacia la eternidad,
Cantad, cantad, como el pontífice Jaddo ante Alejandro el Grande o como los
cielos y la tierra las maravillas del Altísimo.
José García Díaz.
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