Diario
de Madrid
Del Sábado 9 de 1802 Núm.282.
Noticia de una mina de
sulfato de hierro, y agua mineral en nuestra península.
En la
playa del Océano que está entre Cádiz y la frontera de Portugal, precisamente a
ocho leguas de San Lucas, pasado el río Guadalquivir, al Norte- Oeste, de aquella ciudad, desemboca en
el mar, lamiendo los muros de una torre vigías llamada de Loro (ó del Oro), hay
un arroyuelo de una vara de ancho, por lo menos, cuyas aguas cristalinas y
delgadas se deslizan blandamente y sin ruido por entre espesas matas de berro
de un montecito arenoso que a la de tres ó cuatro estados, acompaña
inseparablemente la lengua y bordes de agua, como cuarenta pasos distante de
ella, yendo en disminución hacia el Poniente hasta que desaparecer junto a la desembocadura del río Tinto.
Un cuarto de
legua antes de divisar la torre se ven grietas y señales verdinegras, verdes y
amarillentas a lo largo de la falda del montecillo, que indican los vestigios
que las aguas al pasar del material de que venían cargadas.
Si abandonando
la orilla del mar, se camina derecho hacia el Norte; siguiendo la línea recta
del callejón que se junto al manantial, se dejará a la derecha una mina de
“Sulfato de hierro” de tres cuartos de legua en cuadro, en cuyo centro hay otra
de un cuarto de legua más rica de hierro, y se encontrará a las tres leguas un
borbotón de agua de la misma especie que la del arroyo del Loro, que sale a la
raíz de dos gruesos pinos que están juntos, el cual dirigiendo su raudal por
entre los dos, se esconde bien pronto bajo tierra.
Otro grueso
caño de esta agua (la misma, ó de la misma especie, al parecer) salta a una legua
de distancia del que acabo de describir hacia el Oeste que dando vueltas y
rodeos, y siendo ya de algún uso a un pueblo inmediato llamado Palos, descarga
en una cala, que entras tierra a dentro, a media legua del río Odiel.
Las aguas de
todos estos manantiales son delgadas, claras, subdulces, ligeras, y
apreciables. Aunque no me conste de su utilidad en baño, tengo sí observaciones
de sus maravilloso efecto, tomadas en uso interior, para las obstrucciones, caquexias,
dolores y debilidad de estomago sobre todo, en cuyos desordenes, como los de
las entrañas de bajo vientre, son de un poderoso auxilio, y debe esperarse
mucho de ellas.
Cuando en el año del Señor de 1.793
descubrió mi padre al pasar las circunstancias que le llevó expresadas del
arroyo del Loro, las furias de un invierno cruel, ni el lastimoso espectáculo
de los males producidos por la altivez de las olas que echaban a la orilla
mísero náufragos y restos de barcos
desechos, pudieron retraerlo de escudriñar los vegetales que acompañaban y
habitaban estos lugares.
Uno de ellos
enterrado casi en la arena, sin flor, de hoja pequeña, recortada, y de sabor de
anís, llamó sobre todo su atención, que guardado, y perdido después en los
penoso y dilatado del viaje, ha sido
imposible volver a encontrar, a pesar de la exactitud con que se ha buscado,
habiéndose hecho dos viajes para este fin. Bien que se sospecha sea propio de
aquella estación, y no de la ardorosa en que en vano ha sido procurado.
Deseaba yo haber a
la manos un pedazo del mineral para hacer su análisis. La ocasión de pasar por
el sitio de él en día 18 de Septiembre de 1801 me inspiraba alegría, satisfecho
de procurármelo. Pero los riesgos a que vida estuvo expuesta por la ferocidad
de unos desertores que con armas en mano, me obligaron a desamparar aquel
lugar, habiendo solo vuelto a reconocerlo, y tomado avisos de un anciano, único
morador de aquel desierto.
Espero
con todo algún día poder dar razón exacta de todo lo concerniente a este asunto.
Sirva en el interés esta noticia a los naturalistas, y si algunos tuviere
ocasión de reconocer y examinar este misterioso paraje, le protesto que hallará
cosas grandes, en especial, vegetales apreciables. Ni dejará de ser útil, sino
ahora, en algún tiempo, a la salud de nuestros semejantes.
Señor
Diarista, si como espero, tiene Ud. A bien de insertar en su periódico el
presente aviso, no debe dudar de mi gratitud, como la de las almas sensibles y
patrióticas.
En Madrid en el
día 16 de Septiembre del año de 1802.
Por don J. A.
Villalba: Oficial de Ingenieros Zapadores.
José García Díaz.
Excelente, Manuel, excelente. Felicidades.
ResponderEliminar