lunes, 26 de octubre de 2015

El barbero de Rociana.


                                 El   barbero de Rociana.

                           Los cuentos de nuestros abuelos.

            Había empezado la vendimia; las hermosas y bien cultivadas llanuras del condado de Niebla estaban muy animadas. Numerosos grupos de gente alegre y satisfecha, cantando, riendo, bromeando, se ocupaban en recolectar el precioso fruto que produce el transparente y dorado líquido tan estimado, porque da alegría al alma y salud al cuerpo… si le conviene.

          Por la carretera de Sevilla caminaba un joven, que por su traje y por el característico canuto de hoja de lata que pendiente de ancha cinta de seda, llevaba al cuello, demostraba bien a las claras que era un soldado licenciado que, después de forzada ausencia, volvía regocijado al pueblo de su naturaleza, al seno de su familia y tal vez a los brazos de la que de la que debía ser su mujer.

        Cerca de la Palma del Condado, abandonó la carretera y tomó el camino que, a través de viñedo y olivares, conduce al pueblo de Rociana; el joven, que visiblemente mostraba estar rendido por el cansancio, sin duda efecto de larga caminata, y que hasta aquel momento marchaba con cierta lentitud, apenas se vio el camino que directamente y en poco tiempo debía de conducirle al paraje donde existía todo lo que amaba, pareció no sentir ya la fatiga del viaje, y tirando la gorra por lo alto y gritando y cantando alegremente, continuó su camino a prisa como si temiera llegar tarde al pueblo.

       Ya cerca de él se encontró algunos vendimiadores conocidos y amigos que se retiraban del trabajo; inmediatamente lo reconocieron, y después de los abrazos, apretones de manos y otras muestras de afecto propias de la situación, continuaron el camino rodeando al recién venido, haciéndole millares de preguntas acerca de los incidentes y trabajos del servicio militar, de los países que había recorrido, poblaciones que había visto, y otra porción de cosas más, contestando a la infinitas que hacía el militar, deseoso de saber todo cuanto había ocurrido en el pueblo y en su familia durante larga ausencia.

         Todo había ido perfectamente; sus padres y demás parientes gozaban de perfecta salud, y su novia, que también la disfrutaba buena, le había guardado fidelidad y consecuencia, pero como hay dichas completas, una desagradable noticia vino a perturbar la que en estos momentos disfrutaba el recién llegado. Le dijeron que Antoñito el Miserias, su maestro Miserias, el único barbero que a la fecha existía en Rociana, estaba moribundo!...

                                                           II

         No vayan a creer nuestros lectores que Antoñitos Miserias es el barbero a que nuestro epígrafe se refiere. No, señores; porque si lo fuera no íbamos a presentarlo a ustedes a la hora de su muerte; pero como de ella arranca nuestra relación, creemos que no estará de más decir algo acerca de este personaje, aunque no sea más que por la importancia que tuvo entre sus contemporáneos y vecinos.


         
        De tal modo Antoñito Miserias no es el barbero de nuestro epígrafe, si no era ni siquiera de Rociana; había nacido en Niebla, y  en aquella vetusta ciudad había pasado la mayor parte de su vida hasta que la constante decadencia de la vieja Elepla le había obligado a emigrar buscando trabajo y sociedad harmónica con su expansivo y alegre carácter en el vecino pueblo de Rociana.


         Cuando nosotros conocimos a Antoñito Miserias, no era ni sombra de de lo que había sido, pues según decían sus convecinos, era más viejo que el palmar de Niebla; ya no veía, ni tenía pulso, pero no lo necesitaba para ejercer su oficio, porque, según se decían también sus convecinos, “afeitaba de memoria”.


          No tenía familia; vivía solo, sin más compañía que la de un perro de aguas, a quien llamaban “Hambre”. En los buenos tiempos de su amo el perro andaba siempre muy lavado, bien trasquilado, mejor peinado y hasta perfumado, y hacía mil travesuras y otras tantas miles monerías, pero en la época a que nosotros nos referimos andaba sucio, con las lanas largas y enmarañadas, mal humorado y hambriento. Como decían los chuscos del pueblo que su amo no lo mantenía más que con las piltrafas que arrancaba a sus parroquianos al afeitarlos.


             Cuando querían hacer rabiar a Antoñito Miserias por oírle le llamaban el “afrancesado” y le decían que fue barbero de cámara del general francés mientras ocupó a Niebla (1810-1812). Entonces Antoñito Miserias se exaltaba. Su patriotismo no le permitía oír con calma lo que el calificaba de calumnias y barbaridades; decía que si el general hubiera puesto su cabeza entre sus manos, le hubiera cortado la nuez aunque lo hubieran fusilado enseguida.


          Contaba muchas cosas de la ocupación de Niebla por los franceses; decía que a pesar de sus pocos años y por razón misma de la poca edad, que no le hacía sospechoso, había sido espía de las tropas del general don Francisco de Copons y Navia, nombrado comandante general de Niebla y su condado en Abril de 1810, cargo que desempeñó con suerte varias hasta mediado de Agosto de 1812. A esto una vez le dijo un chusco que por eso Copons no había podido sostenerse en Niebla, ni siquiera en la parte montañosa del territorio encomendado a su defensa, habiéndose visto obligado no una vez sola a internarse en Portugal, porque Antoñito Miserias, fingiéndose espías de los españoles, lo había sido de los franceses, a quienes los había entregado.


           Al oír esto perdió la cabeza, y cogiendo una navaja salió corriendo detrás del chusco, que era vecino de Bonares, y nos dejaron de correr uno tras otro hasta dicho pueblo, no creyéndose seguro el vecino hasta que se vio encerrado en su propia casa.


        Algunas veces solías referir con muchos pormenores y acento de indignación las escenas de la evacuación de Niebla por los franceses a mediados de Agosto del año 12; el terror de la ciudad saqueada e incendiada, y el momento de pánico cuando se oyó la horrorosa explosión que voló el Alcázar…..


            Antoñito Miserias se estableció en Rociana, y aunque ya viejo cuando yo lo conocí, lo pasaba tal cual; es verdad que le ayudaba mucho en su trabajo el joven a quien hemos visto regresar del servicio militar con su licencia; pero desde que éste tuvo que ausentarse del pueblo por haber caído soldado, la suerte del Miserias fue de mal en peor. Esto para el fue un desastre completo, y desde entonces vivió languideciendo hasta que, harto de hambre, como el decía, cayó para no levantarse, prolongando únicamente algunos días su vida merced a la compasión de alguno vecinos.


                                                              III
       
             EL aprendiz de Antoñito Miserias llegó todavía a tiempo de recoger el último suspiro de su maestro y los últimos restos de la barbería
    Con algunos ahorrillos que tría del servicio hizo al muerto un modesto entierro, y empleó el resto en arreglar la barbería y en casarse.
     El aprendiz de Miserias había estado en Sevilla y en Madrid de guarnición, algunas temporadas rebajado de servicio y trabajando en alguna peluquería, perfeccionándose en su arte, según decía, y entonces había soñado asombrar a sus vecinos montado en su pueblo una peluquería parecida a las de aquellas capital, pero ni Rociana podía sostener aquel lujo, ni sus pequeño ahorros daban para costearlo; pero, como el decía lo principal era el trabajo; los accesorios lo de menos, Unas manos ligeras, que hiciesen correr una navaja sobre el cutis sin dejarle sentir rapidez, aseo, agrado y buen gusto; he aquí todo.
         Y el establecimiento de Miserias, triste, silencioso, desaseado, envejecido, imagen de su amo caduco, abatido y decrépito se cerró y a las tres semanas se abrió el de Lamparilla, pintado, bien oliente, alegre y ordenado gusto. Ya se echaba de ver allí en muchos pormenores la dirección de una mujer de pocos años, alegre, risueña y primorosa como son por lo general las jóvenes del condado y como era  María del Rocío, recién casada con el joven “Fígaro” rocianero.
         Nada de lujo exóticos; todo muy natural, sencillo y a gusto del país, pero todo muy primoroso.  Sobre la puerta, a guisa de muestra, una vacía de azofar reluciente como el oro; a la calle puerta de cristales con discreto visillos, porque hay parroquianos que cuando se afeitan no les gusta que de la calle les vean la grotesca figura que hacen jabonados, o a medio rasurar. La mugrienta banqueta y los cojos sillones que al decir los chucos del pueblo eran criadero de chinches, habían desaparecidos, es decir eran los mismos, pero cepillados, forrados y barnizados de nuevo; parecían otros.
             Vacías, ajofaina y jaboneras de loza fina de la Cartuja, paños limpios, navajas bien vaciadas,  que cortaban un cabello en el aire, brochas y cepillos nuevos, peines y batidores que parecían de carey, aunque eran de sustancia conocida en el comercio  por “corno bobis”; paños blancos, no diremos como la nieve, porque en el Condado de Niebla no se conoce lo que es esto, pero si diremos como las  paredes blanqueadas todas las semanas con cal de Niebla o de Ayamonte, y algunas macetas con flores naturales

        La guitarra, aquella célebre guitarra con que Antoñito Miseria--- cuando todavía no era Miseria—diera serenata en la Palma del Condado y en la noche de San José de 1820 al mismísimo don Rafael del Riego, que procedente de Valverde del Camino, o mejor dicho, de Gil Márquez, donde abandonado de los suyos, estaba escondido esperando la ocasión de entrar en Portugal cuando recibió la noticia  de que el movimiento por el iniciado en Cabeza de San Juan había triunfado, aquella guitarra famosa que había hecho bailar a todas las mozas del Condado a ya  por los años anteriores a la primera guerra civil, aquella guitarra, en fin, de la cual jamás quiso desprenderse su dueño ni aun en los mayores apuros, y que de seguro hacía quince años o más estaba en silencio, muda, aburrida, como su amo, colgada de un clavo y polvorienta, volvió a resonar alegre bajo las bovedillas de la restaurada barbería, heridas sus cuerpos con gran habilidad por los ágiles dedos del sucesor de Antoñito Miserias.

       Los jilgueros y los verdones, que habían desaparecido todos los años, hacían muerto o vendidos, volvieron a ser con sus revoloteos y picoteros cantos de alegría del establecimiento.

         A los pocos meses vino a aumentar la colección ornitológica barberil una codorniz que daba siete golpes y repique.

          La apertura de la barbería de Plácido Lamparilla fue un acontecimiento en Rociana. No se habló de otra cosa durante toda aquella semana, y los rocianeros, que por falta de depilatorio adecuado a los adelantos de la civilización y a los progresos del arte contemporáneo, ya se habían acostumbrado a afeitarse solos o se dejaban la barba como corrida y las melenas como si fueran poetas románticos del año 40, acudieron solícitos a entregar sus cabezas entre las peritas manos del inteligente Plácido.

           Qué transformación se verificó en el pueblo! A los rocianeros mayores de edad parece que les habían quitado diez años de encima!

                                                         IV

        Desde que se abrió la barbería, no faltaron parroquianos, y a medida que pasaba el tiempo aumentaba el concurso. Aquello era una maravilla. Sobre todo había días en que Plácido no tenía manos para trabajar, y cuando llegaba la noche estaba rendido.

         Uno de estos días, varios meses después de haberse establecido, era un sábado en que había trabajado desde la salida del sol, empezando por los que se iban de madrugada al campo, hasta después del anochecido, concluyendo por los que se proponían ir el domingo siguiente a la misa del alba ya rasurado y acicalados, su mujer le dijo al acostarse:

         --- Plácido, estas rendido, tú trabajas demasiados.

         ----Sí; pero como esto no sucede todos los días, se puede sobrellevar.

         ----¿Por qué no busca un dependiente que te ayude


 

----Algunas veces he pensado en eso; pero no porque el trabajo sea mucho para mí, sino  porque me disgustas tener que hacer esperar en ciertas ocasiones demasiado a los parroquianos. Cuando estoy en la tienda, no tanto, porque mientras afeito a uno entretengo a los demás refiriéndoles aventuras, cuentos, enredos chascarrillos, exageraciones y mentiras. Yo se además la conversación que debo sacar a cada cual, y cuando veo juntos a individuos de opiniones opuestas ya procuro sacar conversaciones que los enzarcen, y así ellos solos se entretienen disputando y el tiempo que nos les parece largo; pero lo que a mí me fatiga es cuando tengo que dejar la tienda sola para ir a la casa de esos parroquianos que se afeitan en su domicilio. Pagan bien, si tal, y como tú comprenderás no conviene dejarlos, pero me disgusta dejar solo el establecimiento, sobre todo a ciertas horas y en ciertos días en que infaliblemente han de venir parroquianos.

          ----Por eso también, si, tienes razón; muchas veces he pensado que era conveniente que te procurases un oficial, tanto por no dejar la casa sola cuando tienes que ausentarte, cuanto porque no te des tan malos ratos como a veces tiene que darte, y, la verdad, si no te dije hasta ahora nada es porque no me atrevía, porque echarse encima la obligación de un sueldo, aunque sea corto, sin saber lo que esto podría dar de sí y con “aquel” de tu maestro que  no ganaba ni para comer..Ya ves…

        ----Eso no equivale, porque el pobre de mi maestro no podía ya trabajar, mientras que yo puedo trabajar ligero y bien.

       -----Si, y luego tienes ángel para atraerte la gente; pero con todo, no ver la cosa clara!...

        ……Mira; de todas maneras un oficial no nos conviene, porque sobre costarnos mucho, si cogía la tierra y caía en gracia, podía darle la idea de establecerse, y eso es lo que debemos de evitar cuanto podamos. Lo que nos convendría sería un aprendiz, muchacho todavía, pero ya grandecito, a quien enseñaría el oficio y haríamos a nuestras mañas; lo tendríamos en casa, y por la comida y alguna cosita más estaríamos aviados. Ya ves, esto no podría ofrecernos muchos gastos, porque donde pasa tres pasan dos, te diría que tenías  mucha razón; de todas maneras aplaudo tu proyecto, aunque haya que aumentar una ración, y algo se aumentará también mi trabajo (que yo doy por muy bien empleado, porque lo que yo quiero es que entre los dos partamos la carga y no la llaves tú solo, hijo mío;) de todas maneras algo se economiza, y sobre todo, y esto es lo principal, no corremos el riesgo que con el otro plan, o por lo menos lo alejamos por mucho tiempo.

                                                               V

    Desde el día siguiente  a aquel en que tuvieron los dos esposos la conversación que dejamos transcrita en el artículo anterior, empezaron a practicar gestiones para encontrar el dependiente deseado, empresa que no era fácil, pues como no tenían una extrema necesidad de él, no se precipitaban y esperaban con calma encontrar uno que llenara cumplidamente sus deseos.

      Unas veces porque tenía el candidato ya demasiado edad; otras veces porque era todavía muy niño; ahora porque parecía parado y torpe, y lo que se quería para aquel oficio era viveza; ahora porque parecía antipático; “hijo, decía la maestra a su marido, ¡qué cara de pocos amigos! Con esa jeta y ese gesto se echa a la gente a la calle en lugar de atraerla;” otra vez porque tenía trazas de ser comilón; “quita, quita!, decía la maestra, no me hables de ese aprendiz! ¿No ves que estomago y que barriga? ¿No ves todo el que gordo? ¡Si parece está hecho para fraile jerónimo.”


       Hay que advertir que a la maestra le daba horror la idea de que el aprendiz buscado pudiera comer desaforadamente; lo primero por el gasto, y lo segundo porque no comprendía ella que una persona que comiera mucho pudiera ser fina, viva y lista, porque el mucho comer, según ella decía, embotaba los sentidos.

           Por fin, después de mucho buscar, apareció el fénix de los aprendices de barbero! Era un muchacho de doce años, pero que aparentaba  quince, porque era muy espigado, pero delgado, finito, un poco pálido, vivo y de carácter alegre. Además  tenía una hermosa cabellera castaña, que bien cortada y bien peinada, sería un anuncio constante. Sabía ya algo, porque había estado varios meses de aprendiz en una peluquería de Moguer, y no tenía familia, circunstancia que gustaba mucho a la maestra, pues que la familia siempre tira y distrae; si es pobre quiere anticipos y favores; si no lo distrae con visitas y se lleva el muchacho a las fiestas, y un aprendiz criado así con holguras y mimado toma hábitos de independencia y de vagancia y no adquieren condiciones de obediencia y sumisión. El muchacho, en aquellas circunstancias, estaba sin colocación, con su padre, única familia que tenía, pasando necesidad y desando colocarse; de manera que a todo se avino, y sin discutir ni regatear aceptó a ojo cerrado y dando gracia a Dios, la proposición, y se instaló en casa de Plácido con el título de primer aprendiz y futuro oficial de la barbería de éste montada al estilo de Madrid.

                                                        VI

         A los pocos días de haberse establecido el aprendiz en casa de Plácido, dijo a éste su mujer;

    ------Oye, sabes que el aprendiz parece una señorita, pero come como un segador? Qué, como uno! Como una cuadrilla Hijo, qué dientes tiene! Estoy asustada!

    -----Bueno, mujer, no te asustes por tan poco. No ves que ese muchacho estaba sin colocación y habrá pasado el pobre algunas necesidades! Estos primeros días, ya verás como entra en caja---o como diría el maestro de escuela—en normalidad y come como cualquiera.

    ------ Dios lo quiera, hijo, porque si sigue así nos va a comer por los pies.

           Pasaron tres semanas; el aprendiz seguía comiendo lo mismo y la mujer asustada, no pudo menos de decir a su marido:

       ----Plácido, el aprendiz sigue comiendo como un zaratán; esto no puede seguir así!

        ----Bah! Mujer, no haga caso. No ves que ese chiquillo está creciendo? Se está desarrollando y tienes que comer, sobre todo en este tiempo de primavera, época de desarrollo, y sobre todo con este fresquito; pero deja tú que llegues el verano, que venga los calores, y ya verás como con un racimo de uvas y un bollo tiene para el día.

    ----Si; pero después volverá el fresco y con él este desordenado apetito.

     -----Ya para entonces se habrá acostumbrado a comer con moderación. Tú verás, en cuanto entre el calor no te va a costar su manutención ni seis cuartos al día.

    -----No me fio; este muchacho tiene canina. Y es el caso que no sé donde mete lo que come, que no le luce; ahí lo tienes; estas delgaducho como cuando vino; parece que come excomuniones.

   -----Tú verás; en cuanto llegue el verano va a comer menos y se le va a lucir más: porque ahora está dando un estirón grande.

   -----dios te oiga, hijo, porque si sigue así que vaya buscando colocación en un bodegón, o en otra parte así, porque solo en ella podrán tenerlo y mantenerlo.



 

                                                      VII


        Algún tiempo después de esta conversación llegó del servicio un compañero y amigo de Plácido. Habían sido camaradas mucho tiempo y se profesaban una franca y leal amistad. Plácido quiso obsequiarle con arreglo a su nueva posición y lo convidó a comer. Se llevó a casa un conejo como un borrego, y dispuso que su mujer lo guisara con una cuarta de arroz; encargó también a su mujer que estuviera a la mira por si pasaba pescado de Huelva comprara un rancho, porque  en el servicio militar no se comía pescado y a su amigo le gustaba mucho; mandó al aprendiz, que en los casos de apuro servía para todo, que fuera por una bota de aquel excelente vinillo que Rociana cría y exporta para Jerez. En una palabra, dispuso una comida abundante y buena. Pero precisamente el mismo día y pocas horas antes del banquete, un amigo de los dos, algo ricacho, dueño de una media bodega, y con quien no con venía a Plácido indisponerse, tuvo la exigencia de que fueran a ellas, donde tenía dispuesta una caldereta para varios amigos, que regarían con el mejor vinillo que tenía, y habría también una mijita de guitarra y su poquito de cante flamenco, porque la caldereta se daba en honor de una cantaora moguereña y de un cantaor sevillano, es decir, sevillano según él decía, porque vivía y cantaba en Sevilla; pero Plácido aseguraba que no era más que de Gilbraleón.



 

          El barbero de Rociana no tenía fama de cantaor, ni era su oficio, como sabemos; pero tocaba un poquito por lo jondo, y aseguraban loe que presumían de inteligentes, que tenía mucho estilo. Era de los que presumían de inteligentes, que tenía mucho estilo. Era de los que sabían remitir una nota y sostenerla, prolongarla, subirla del pecho a la cabeza, y bajarla de la cabeza a la laringe, llevarla de la laringe a las fosas nasales y volverla de aquí al pecho y adelgazarla y volverla dar volumen, estirarla, traerla y llevarla por espacio de un cuarto de hora con admiración y aplauso de los inteligentes y aficionados.


          Cuando iban al pueblo cantaores de profesión y de fama no era cosa de perder la ocasión de dejar de exhibir lo que había en materia de arte indígena, local, verdaderamente rocianero, y Plácido, por patriotismo, no pudo eximirse de asistir a la juerga con su guitarra y su compañero.


   -----Hija, dijo a su mujer, es un compromiso inevitable, ya ves que no puedo faltar a…

   ------Sí, sí, eso bien lo conozco yo, pero ¿qué quieres? Por eso no he dejado de sentir que tú y tu compañero no comáis en casa. ¡Con una comida ya dispuesta tan rica y tan abundante!..



     ------ ¡Qué vamos a hacer!... también yo lo siento; pero después de todo no hay nada perdido. Comed vosotros, tú y el aprendiz, y lo que sobre guardarla; ya tenemos hecho gasto para mañana. No hay nada perdido.

             Fuese Placido a su juerga y la mujer se dijo:

       ----Esos no se come en casa, yo no tengo gana de comer, estoy indispuesta… pues entonces voy a probar a este angelito de aprendiz, que al paso que va, dejaré tamañito a Cortés, el latero de Sevilla, que dicen que come siempre….. Si le voy a poner toda la comida por delante, y voy a dejarlo solo para que no tenga cortedad y se despache a su gusto; a ver donde llega el pobrecito animal.

       Y dicho y hecho. Apena llegó la hora puso en la mesa la cazuela con el conejo y su cuarta de arroz, el pescado frito y en blanco, casi medio queso portugués, una hogaza y la bota de vino, y dijo al aprendiz:

     ----Esos no come en casa, ni yo  tampoco, porque no tengo ganas; de manera que come tu solito y despáchate a tus anchas. Yo voy a casa de mi madre y no volveré hasta que mi gente se acueste, porque sabe Dios a qué hora vendrá el maestro, pues estas juergas se saben cuando empiezan, pero no cuando concluyen. Con que come, con tranquilidad y hártate.

           En efecto, cuando el aprendiz se vio solito ante aquella abundante comida, echó una plácida mirada sobre ella, sonrió tranquilamente, se frotó las manos  con ademán satisfecho, se quitó un botón  de la pretina y empezó su grave ocupación.

            A las diez de la noche, cuando la maestra regresó todavía lo encontró aplicado a tan grata tarea; pero es verdad que ya estaba ya concluyendo, como que no le quedaban más que las últimas raspas de queso y algunas migajas de pan.

       La maestra, cuando contempló este espectáculo, no dijo una palabra, sin duda porque; no pudo; se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer en un asiento. Creo yo que no se desmayó porque no estaba allí su marido; pero éste llegó al poco rato y entonces pudo exclamar:

   ----Mira, Plácido, mira por tu salud.

   -----Mujer, ya miro, dijo Plácido creyendo que su mujer le reconvenía porque venía tarde y tal vez con alguna cañas demás, ya miro… y por eso no trasnocho, por eso no bebo. Mira tú, ahora queda la huelga, en lo mejor….

  ------- ¡Yo no hablo de eso! Exclamó sofocada la mujer.

   -------Pues di claro de que hablas.

   --------Pero hombre! ¿No ves esto? Fíjate en ello decía la mujer profundamente conmovida. Yo no comí en casa; no estaba buena y me fui a casa de mi madre.


 
          --------Vaya, vaya,-- contestó el barbero, que venía un poco alegrito, aunque lo disimulaba mucho,---he visto ayer tarde a la comadre, y me ha dicho que esos mareos, ese desgano y esa vascas que te dan, es que se trata de un Placidito con la bacía y todo debajo del brazo y la navaja en la mano.

  …….Déjame de los dicharachos de la comadre y de tus bromas, que no estoy en estos momentos para ellas, y escúchame lo que te digo.

------Habla, habla, ya te escucho.

------Antes de irme a mi casa puse el aprendiz la mesa y en ella toda la comida que teníamos preparada para los cuatros; esto pasada la seis; a las diez vuelvo y me encuentro todavía al aprendiz sentado en la mesa dando fin y remate a cuanto le puse delante.

-----Qué barbaridad!. ¿Dónde vas tú a ir a estercolar?...pero de veras se ha comido todo?

----Te digo que no ha dejado más que las espinas del pescado y los huesos del conejo, y esto bien limpios; por lo demás ni las cortezas del queso ni migajas de pan; yo no sé donde ha podido meter tanto; pero chiquillo, ¿noves que vas a reventar?

----Pues esto no es nada contestó el aprendiz, sonriendo y bajando modestamente la vista, esto no es nada, deje usted que venga las calores y entonces ya verá usted comer.

---Dio la maestra un salto de su asiento, exclamando espantada:

---Pero chiquillo! ¿Todavía más?

---Si esto no es nada, contestó el aprendiz sonriendo y dándose palmaditas en el abdomen.

------¡Pues hijo! Repuso asustado el maestro, desde mañana busca colocación, a ver si la encuentras en alguna panadería, porque nosotros no podemos mantenerte.

 

Del pequeño librito de:

 De los cuentos y leyendas del Condado de Huelva. Editado en Huelva en Enero de 1898 por Ignacio Olmedo.

José García Díaz.

 




 



 

                                             




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