lunes, 5 de octubre de 2015

En la villa de Almonte.


                     
            Ya en 1599, la peste de Levante, aunque llamada vulgarmente peste negra y hoy bubónica había hecho sentir sus naturalezas, y funestos estragos en la ciudad de Sevilla, de cuya invasión hay referencias en actas del Consejo de  fecha 30 de Mayo de 1605 por lo que se dispuso que los trahineros, que llevaban el pescado desde la playa de Castilla a la expresada ciudad de Sevilla, cuiden de regresar por el derecho de la Camarina”, sin tocar la aldea del Roció, ni en la caseta de la Canaliega. Para evitar contagio, al  cual les obligue bajo juramento al Alcalde de la mar Bartolomé Martín; y  si alguno, estando en la pesquería de Francisco Sedano, en el paraje rio de Oro, que quisiera venir al pueblo, no lo puede hacer sin la cédula o pasaporte, que lo expida Juan López Ligero, de que años anterior dio caso de  peste en el vecino pueblo de Bollullos. Quedaron los almonteño ilesos de la epidemia, en aquella ocasión teniendo que vagar para dedicarse a capear toros y otros regocijos populares, con el Fausto motivo del buen parto de la Condesa de Niebla; pero les ocurrió igual cuando reapareció el terrible mal en la primavera de1601 ( Actas del Cabildo del 15 de Abril y el 13 de Mayo de este año.Extendiéndose con pasmosa rapidez por el Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, cuyo término separa el Guadalquivir del de Almonte, porque entonces fue inevitable el contagio a pesar del nombramiento de dos jueces para la guarda de la salud , que fueron D. Pedro Pinto Calvo y D. Pedro de Mostesdoca  Villacreses, y de la precaución de rodear de altas tapias todo el casco de la población, dejando solos dos puertas, al final de las calles Niebla y Laguna, custodiadas  por hombres armados.

         El día 22 de Junio, como fuesen ya varios atacados de la peste, hubo de necesidad de improvisar de un hospital, para atender a su curación en la ermita del  Apóstol Santiago, modesto edificio, que se levantaba como a 500 metros de la salida de la calle del mismo nombre, donde a la sazón estaba establecida canónicamente la Hermandad de la Soledad y Santo Entierro de Cristo.Allí fueron atendido los enfermos a expensas del Municipio con alimentos, médicos y  botica, además recibieron los auxilios de la Religión prodigados graciosamente por los Franciscanos, con gran peligro de sus vidas; dos de los cuales permanecieron constantemente durante 30 días en una caseta de madera próxima a la ermita, dispuestos a toda hora para administrar los Sacramentos a los agonizantes. Junto a este hermoso ejemplo de abnegación y de caridad cristiana en obsequio del prójimo debe citarse el que ofrecieron dos humildes servidores en aquellas calamitosas circunstancias, cuyos nombres quedaron consignados en acta del día 9 de Septiembre por la que se acuerda el Consejo gratificar con 114 reales a Miguel Ángel Cabeza de Vaca por haber estado llevando de comer a los apestados, y con 110 reales a Beatriz González (a) la Ollera, por haber entrado de su agrado servir a los enfermos y estar desnuda, porque se mando quemar la ropa.                

           En dicha acta del 9 de Septiembre, se dispone que se vea la cuenta con el enterrador Pedro Alonso; y en la del día 21, que se recoja toda la ropa  de los que han estado enfermos y se queme en medio del campo.  

      Vuelta la tranquilidad a la villa, en los primeros días de ese mes no se descuido por eso el Cabildo almonteño de ahuyentar todo peligro  de que  se repitiera la mortífera epidemia, destruyendo los focos de infección que hubiese quedado, pues la mortandad en los pueblos vecinos de Rociana, Niebla, Bonares, fueron exageradas. Puesto que el día 26 de Enero del siguiente año de 1602, se mandaba a quemar una casa y pajares  situado en las afueras del pueblo, donde, se decía, habían muerto algunos apestados durante el anterior estío; cuando se supo poco después, que el día 7 de Marzo de este año, que el temible contagio había reaparecido en Calaña, Valverde del Camino y Trigueros, distante de este pueblo unas 5 leguas, no se dio punto de reposo hasta  llevar a cabo la cerca total de esta villa. Que deberán hacer y guardar los vecinos, para que nadie penetre si no por las dos puertas señaladas, poniendo así en práctica el sistema de aislamiento, ya ensayado en otra ocasión. 
         Tan  rigurosas medidas no dieron resultado alguno. La epidemia azotó por segunda vez a los almonteños durante todo el mes de Julio, aunque con menos intensidad que el verano anterior; convirtiendóse  nuevamente en hospital la ermita de Santiago; se nombra enfermeros y enterradores; se ordena “a cada vecino so pena de de 200 maravedís que traiga romero y haga ahumada en sus casas y puertas” y los pacientes frailes, a ruego del Alcalde Juan de Gracia por comisión del Consejo, Justicia y Regimientos, volvieron a establecerse en la garita de madera cercana al hospital, para estar pronto a llevar los auxilios espirituales a los moribundos. Estas  disposiciones sanitarias, bastante curiosa, tomada el día 22 del propio mes, que se prohibía por medio de pregón salir de de noche a las mujeres bajo pena de 200 maravedíes  y seis días de cárcel, consiguieron evitar las muchas ocasiones e infecciones de peste temidas por los respetable Regidores, y el día 29 había en la ermita solo 4 convalecientes, por lo que se manda a levantar el hospital y que sea trasladados a otras casas de campo hasta su curación definitiva.   

       Fuentes: de Don Lorenzo Cruz de Fuente, de su obra. Documentos de las fundaciones Religiosa y Benéfica de la villa de Almonte y apuntes para su historia.     

José García Díaz                 

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