No hay
pruebas arqueológicas, ni documentadas, de cuantos siglos han pasado de que este extraño, pintoresco paisaje, perteneciente a la zona industrial
dedicada a la elaboración del cáñamo y el lino, se ha dedicado a ello.
En la
foto, estoy en el camino de Los Moriscos, que llega al molino Currito Pérez,
dejando a mi derecha, esta curiosa
factoría. El empozado o el enriado del cáñamo y del lino eran como se le
llamaba, al proceso de fermentación y maceración de los tallos de estos, lo que
es lo mismo dejar que se pudran permitiendo la extracción y separación de la
leña del tallo.
Solo había que
tener en cuenta, la época del año y viendo si las matas eran macho o hembra,
para tenerla sumergida en las aguas entre 15 días hasta los 30 del mes.
Para profundizar
sobre este tema, tengo que recurrir a mi estimado amigo, el profesor y Doctor
en Historia, Don Manuel Mora Ruiz, alcalde del municipio de Lucena del
Puerto.
De su trabajo: Linos
y cáñamos. Un ejemplo de artesanía local en un curioso documento del siglo
XVIII.
El Archivo
Municipal de Lucena del Puerto, pobre en referencia que los asuntos que les son
propios por la pérdida de las actas capitulares es por fortuna, especialmente
rico en otras informaciones. Una de ella es, sin lugar a dudas este curioso
documento que describe el cultivo de linos y cáñamos como así su elaboración.
Confesando, no
obstante, que la documentación del Catrasto de Ensenada ya informa de la
novedad de estos cultivos, especialmente el cáñamo, un producto que sólo
adquiere importancia en el entorno de nuestro entorno de nuestro puerto
(Bonares Rociana y Lucena) y en Villalba del Alcor. Ambos son las únicas
materias primas industriales cultivadas en la provincia de Huelva y, es en este
sentido, recordemos lo que hoy es artesanía textil representaba la industria en
la sociedades tradicionales.
El lino se
destinaba a la fabricación de lienzos, un producto típico de los ajuares
femeninos y, por consiguiente, presente en mayor medida en todos los pueblos.
En Lucena como en Bonares no es excepción conociéndose “abundancia de hilanderas,
pues todas las mujeres y muchachas della, sin exceptuar a nadie saben hilar el
lino”. En el año de 1745, se registraron doce telares.
El cáñamo, sin
embargo, se utilizaba para fabricar lonas, cuerdas y maromas de barco, redes de
pesca, calzados y objetos de talabartería, lo que hizo de él un producto
imprescindible para la marina española
que se convirtió en unos de los factores fundamentales de la demanda en el
siglo XVIII. Los incompletos padrones de las alcabalas de la segunda mitad de
este siglo recogen importantes ventas de este producto bien en forma de
semillas del cañamón, bien en arrobas para las fábricas.
En el año de 1765 se constataban en las alcabalas 18
productores con 359,5 arrobas de cáñamo y 30,5 de cañamón, cuyo producto
asciende nada menos que a 10.215 reales de vellón que representa el 41,28 por
ciento de las ventas ocasionadas en el último semestre del año.
Sin embargo, ni
uno ni otro eran novedad en la comarca, ni en nuestro pueblo. Desde el último
cuarto del siglo XVII, pese a los intentos de fraude, ambos cultivos se
documentan en los registros de bienes como alternativa a los cereales y son los
auténticos productos estrellas de la exportación, la rentabilidad tanto
económica como social de ambos es la causa de su desarrollo, lo que, a su vez,
pudo estar relacionado con los cambios en la demanda de productos gaditanos que
es anterior a la de la marina. No es pues extraño que la producción redirija a
los grandes puertos onubenses, la capital y Ayamonte, desde se reexpide a otros
lugares o se labra en “su oficio de cordonería”.
Tanto el cáñamo
como el lino, poseían un tratamiento previo al hilado prácticamente idénticos
que se iniciaba en Junio—Julio con la siega y la separación de las hojas y
semillas de los tallos, puestos que son estos últimos los que proporciona la
materia textil.
El primer proceso propiamente dicho era el enriado o reblandecimiento de la
corteza leñosa para eso se usaban las aguas del río Tinto, ya que sobre “el
resto de fuentes y arroyos constaba una prohibición expresa en las ordenanzas”.
Esta operación podía realizarse, mediantes la inmersión en dicho río durante
varias semanas, y dejándola al secado durante cinco días, esta era la forma más
extendidas y usada aquí, o mediante la cocción de las fibras vegetal y enfriado
posterior en agua. Una vez secos los tallos y reblandecidos eran
apaleados o gramados para liberar la
goma que los mantiene unidos y posibilitar la separación de las fibras. La
tercera operación era dominado el espadado y consistía en el golpeo y raspado
de la majada con un instrumento de madera para desprender la pelusa o tamo.
Finalmente concluía la fase previa con el rastrillado o pase sucesivos de los
manojos vegetales por una tabla con púas de alambre a fin de romper las aristas
de la fibra con cuidado de no romperlas. Los restos vegetales de desecho
adheridos a los rastrillos, la denominada estopa era cocida de nuevo e hilada
posteriormente o utilizada para relleno de cojines y colchones.
Pasaba entonces
las fibras así obtenidas a la hilatura propiamente
o proceso de torsión de varias fibras para obtener un hilo consistente mediante
los usos y la rueca, instrumento que aunque complementarios, no constituyen una
pieza. La rueca es un armazón de
palos de palos con varias curvas, en cuyo centro se coloca la fibra en bruto
para que al tirar de ella la hilandera con una mano se produzca una primera
torsión antes de alcanzar el extremo del huso.
Este, que es una pieza de hierro en forma de cono se suspende del hilo en el
aire y con un movimiento de la mano libre de la hilandera se retuerce
fuertemente girando sobre sí mismo. El resultado, el hilo, queda liado en su
propio huso, desde donde puede usarse directamente o desmadejarse sobre un
carrete. El torno de hilar, una innovación bajomedieval aunque se generaliza a
partir del siglo XVI no consta en las respuestas de Lucena.
Cuando es
necesario un hilo de mayores consistencias, como por ejemplo para los
cañamazos, se retuercen varios hilos a la vez, obteniendo las denominadas
hilazas. El proceso, como es obvio, requiere de un enorme esfuerzo de mano de
obra hasta la obtención del hilo.
Pese a ello,
parece que de las respuestas se deduce que sólo se aplicaban estas labores a
los linos, vendiéndose la producción de cáñamo en bruto para los dos usos fundamentales: la talabartería
en Villarrasa y Valverde del Camino, y usos marineros en Huelva y Ayamonte. A partir de la
obtención de los hilos se obtienen los tejidos. Los telares son los más simples
que existen compuesto de cuatro piezas de urdimbre y cuatro de trama, dos
peines y, suponemos, porque no están descritos un número variable de pesas y
una lanzadera. Sabemos también que estos telares de lienzos eran más estrechos
que los habituales para lana y algodón
El trabajo de
confección de los lienzos de iniciaba con la colocación de una cadena de hilos
tensos y paralelos sobre la base de la urdimbre. A continuación se separan los
hilos pares e impares a través de unas anillas llamadas lizos y se pasa a la lanzadera
alternativamente entre la urdimbre par e impar de un lado a otro del telar.
Finalmente los
lienzos tienen que someterse al blanqueo,
curación y enfrijado ya que su
destino son sábanas, manteles y cortina de las aguares. El blanqueo y la
curación son procesos paralelos y alternativos para los que se usa agua dulce
de pozo y lejía de cenizas de lentisco que acaban por darle consistencias y el
tono blanco que les caracteriza. El proceso final, el enfriado consiste en
lavarlos con agua limpia y secarlos al sol para eliminar olores y residuos
orgánicos del proceso.
Los paños, por
consiguiente, requerían un proceso largo y extendido en el tiempo que podían
durar varios meses hasta conseguir el deseado producto. La actividad era propia
de mujeres y de muchachitas a la que dedicar las largas noches de invierno y
los días de trabajo perdidos por los temporales. Por ello, no descartamos en
ellas la presencia de hombres aunque las fuentes no informen de ellos, no
descartamos en ellas la presencia de hombres aunque las fuentes no informen de
ello ni reconozcan su presencia.
En Lucena del
Puerto, en el año del Señor de 1.748 (Registros de bienes).
José García Díaz.
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