lunes, 26 de octubre de 2015

El barbero de Rociana.


                                 El   barbero de Rociana.

                           Los cuentos de nuestros abuelos.

            Había empezado la vendimia; las hermosas y bien cultivadas llanuras del condado de Niebla estaban muy animadas. Numerosos grupos de gente alegre y satisfecha, cantando, riendo, bromeando, se ocupaban en recolectar el precioso fruto que produce el transparente y dorado líquido tan estimado, porque da alegría al alma y salud al cuerpo… si le conviene.

          Por la carretera de Sevilla caminaba un joven, que por su traje y por el característico canuto de hoja de lata que pendiente de ancha cinta de seda, llevaba al cuello, demostraba bien a las claras que era un soldado licenciado que, después de forzada ausencia, volvía regocijado al pueblo de su naturaleza, al seno de su familia y tal vez a los brazos de la que de la que debía ser su mujer.

        Cerca de la Palma del Condado, abandonó la carretera y tomó el camino que, a través de viñedo y olivares, conduce al pueblo de Rociana; el joven, que visiblemente mostraba estar rendido por el cansancio, sin duda efecto de larga caminata, y que hasta aquel momento marchaba con cierta lentitud, apenas se vio el camino que directamente y en poco tiempo debía de conducirle al paraje donde existía todo lo que amaba, pareció no sentir ya la fatiga del viaje, y tirando la gorra por lo alto y gritando y cantando alegremente, continuó su camino a prisa como si temiera llegar tarde al pueblo.

       Ya cerca de él se encontró algunos vendimiadores conocidos y amigos que se retiraban del trabajo; inmediatamente lo reconocieron, y después de los abrazos, apretones de manos y otras muestras de afecto propias de la situación, continuaron el camino rodeando al recién venido, haciéndole millares de preguntas acerca de los incidentes y trabajos del servicio militar, de los países que había recorrido, poblaciones que había visto, y otra porción de cosas más, contestando a la infinitas que hacía el militar, deseoso de saber todo cuanto había ocurrido en el pueblo y en su familia durante larga ausencia.

         Todo había ido perfectamente; sus padres y demás parientes gozaban de perfecta salud, y su novia, que también la disfrutaba buena, le había guardado fidelidad y consecuencia, pero como hay dichas completas, una desagradable noticia vino a perturbar la que en estos momentos disfrutaba el recién llegado. Le dijeron que Antoñito el Miserias, su maestro Miserias, el único barbero que a la fecha existía en Rociana, estaba moribundo!...

                                                           II

         No vayan a creer nuestros lectores que Antoñitos Miserias es el barbero a que nuestro epígrafe se refiere. No, señores; porque si lo fuera no íbamos a presentarlo a ustedes a la hora de su muerte; pero como de ella arranca nuestra relación, creemos que no estará de más decir algo acerca de este personaje, aunque no sea más que por la importancia que tuvo entre sus contemporáneos y vecinos.


         
        De tal modo Antoñito Miserias no es el barbero de nuestro epígrafe, si no era ni siquiera de Rociana; había nacido en Niebla, y  en aquella vetusta ciudad había pasado la mayor parte de su vida hasta que la constante decadencia de la vieja Elepla le había obligado a emigrar buscando trabajo y sociedad harmónica con su expansivo y alegre carácter en el vecino pueblo de Rociana.


         Cuando nosotros conocimos a Antoñito Miserias, no era ni sombra de de lo que había sido, pues según decían sus convecinos, era más viejo que el palmar de Niebla; ya no veía, ni tenía pulso, pero no lo necesitaba para ejercer su oficio, porque, según se decían también sus convecinos, “afeitaba de memoria”.


          No tenía familia; vivía solo, sin más compañía que la de un perro de aguas, a quien llamaban “Hambre”. En los buenos tiempos de su amo el perro andaba siempre muy lavado, bien trasquilado, mejor peinado y hasta perfumado, y hacía mil travesuras y otras tantas miles monerías, pero en la época a que nosotros nos referimos andaba sucio, con las lanas largas y enmarañadas, mal humorado y hambriento. Como decían los chuscos del pueblo que su amo no lo mantenía más que con las piltrafas que arrancaba a sus parroquianos al afeitarlos.


             Cuando querían hacer rabiar a Antoñito Miserias por oírle le llamaban el “afrancesado” y le decían que fue barbero de cámara del general francés mientras ocupó a Niebla (1810-1812). Entonces Antoñito Miserias se exaltaba. Su patriotismo no le permitía oír con calma lo que el calificaba de calumnias y barbaridades; decía que si el general hubiera puesto su cabeza entre sus manos, le hubiera cortado la nuez aunque lo hubieran fusilado enseguida.


          Contaba muchas cosas de la ocupación de Niebla por los franceses; decía que a pesar de sus pocos años y por razón misma de la poca edad, que no le hacía sospechoso, había sido espía de las tropas del general don Francisco de Copons y Navia, nombrado comandante general de Niebla y su condado en Abril de 1810, cargo que desempeñó con suerte varias hasta mediado de Agosto de 1812. A esto una vez le dijo un chusco que por eso Copons no había podido sostenerse en Niebla, ni siquiera en la parte montañosa del territorio encomendado a su defensa, habiéndose visto obligado no una vez sola a internarse en Portugal, porque Antoñito Miserias, fingiéndose espías de los españoles, lo había sido de los franceses, a quienes los había entregado.


           Al oír esto perdió la cabeza, y cogiendo una navaja salió corriendo detrás del chusco, que era vecino de Bonares, y nos dejaron de correr uno tras otro hasta dicho pueblo, no creyéndose seguro el vecino hasta que se vio encerrado en su propia casa.


        Algunas veces solías referir con muchos pormenores y acento de indignación las escenas de la evacuación de Niebla por los franceses a mediados de Agosto del año 12; el terror de la ciudad saqueada e incendiada, y el momento de pánico cuando se oyó la horrorosa explosión que voló el Alcázar…..


            Antoñito Miserias se estableció en Rociana, y aunque ya viejo cuando yo lo conocí, lo pasaba tal cual; es verdad que le ayudaba mucho en su trabajo el joven a quien hemos visto regresar del servicio militar con su licencia; pero desde que éste tuvo que ausentarse del pueblo por haber caído soldado, la suerte del Miserias fue de mal en peor. Esto para el fue un desastre completo, y desde entonces vivió languideciendo hasta que, harto de hambre, como el decía, cayó para no levantarse, prolongando únicamente algunos días su vida merced a la compasión de alguno vecinos.


                                                              III
       
             EL aprendiz de Antoñito Miserias llegó todavía a tiempo de recoger el último suspiro de su maestro y los últimos restos de la barbería
    Con algunos ahorrillos que tría del servicio hizo al muerto un modesto entierro, y empleó el resto en arreglar la barbería y en casarse.
     El aprendiz de Miserias había estado en Sevilla y en Madrid de guarnición, algunas temporadas rebajado de servicio y trabajando en alguna peluquería, perfeccionándose en su arte, según decía, y entonces había soñado asombrar a sus vecinos montado en su pueblo una peluquería parecida a las de aquellas capital, pero ni Rociana podía sostener aquel lujo, ni sus pequeño ahorros daban para costearlo; pero, como el decía lo principal era el trabajo; los accesorios lo de menos, Unas manos ligeras, que hiciesen correr una navaja sobre el cutis sin dejarle sentir rapidez, aseo, agrado y buen gusto; he aquí todo.
         Y el establecimiento de Miserias, triste, silencioso, desaseado, envejecido, imagen de su amo caduco, abatido y decrépito se cerró y a las tres semanas se abrió el de Lamparilla, pintado, bien oliente, alegre y ordenado gusto. Ya se echaba de ver allí en muchos pormenores la dirección de una mujer de pocos años, alegre, risueña y primorosa como son por lo general las jóvenes del condado y como era  María del Rocío, recién casada con el joven “Fígaro” rocianero.
         Nada de lujo exóticos; todo muy natural, sencillo y a gusto del país, pero todo muy primoroso.  Sobre la puerta, a guisa de muestra, una vacía de azofar reluciente como el oro; a la calle puerta de cristales con discreto visillos, porque hay parroquianos que cuando se afeitan no les gusta que de la calle les vean la grotesca figura que hacen jabonados, o a medio rasurar. La mugrienta banqueta y los cojos sillones que al decir los chucos del pueblo eran criadero de chinches, habían desaparecidos, es decir eran los mismos, pero cepillados, forrados y barnizados de nuevo; parecían otros.
             Vacías, ajofaina y jaboneras de loza fina de la Cartuja, paños limpios, navajas bien vaciadas,  que cortaban un cabello en el aire, brochas y cepillos nuevos, peines y batidores que parecían de carey, aunque eran de sustancia conocida en el comercio  por “corno bobis”; paños blancos, no diremos como la nieve, porque en el Condado de Niebla no se conoce lo que es esto, pero si diremos como las  paredes blanqueadas todas las semanas con cal de Niebla o de Ayamonte, y algunas macetas con flores naturales

        La guitarra, aquella célebre guitarra con que Antoñito Miseria--- cuando todavía no era Miseria—diera serenata en la Palma del Condado y en la noche de San José de 1820 al mismísimo don Rafael del Riego, que procedente de Valverde del Camino, o mejor dicho, de Gil Márquez, donde abandonado de los suyos, estaba escondido esperando la ocasión de entrar en Portugal cuando recibió la noticia  de que el movimiento por el iniciado en Cabeza de San Juan había triunfado, aquella guitarra famosa que había hecho bailar a todas las mozas del Condado a ya  por los años anteriores a la primera guerra civil, aquella guitarra, en fin, de la cual jamás quiso desprenderse su dueño ni aun en los mayores apuros, y que de seguro hacía quince años o más estaba en silencio, muda, aburrida, como su amo, colgada de un clavo y polvorienta, volvió a resonar alegre bajo las bovedillas de la restaurada barbería, heridas sus cuerpos con gran habilidad por los ágiles dedos del sucesor de Antoñito Miserias.

       Los jilgueros y los verdones, que habían desaparecido todos los años, hacían muerto o vendidos, volvieron a ser con sus revoloteos y picoteros cantos de alegría del establecimiento.

         A los pocos meses vino a aumentar la colección ornitológica barberil una codorniz que daba siete golpes y repique.

          La apertura de la barbería de Plácido Lamparilla fue un acontecimiento en Rociana. No se habló de otra cosa durante toda aquella semana, y los rocianeros, que por falta de depilatorio adecuado a los adelantos de la civilización y a los progresos del arte contemporáneo, ya se habían acostumbrado a afeitarse solos o se dejaban la barba como corrida y las melenas como si fueran poetas románticos del año 40, acudieron solícitos a entregar sus cabezas entre las peritas manos del inteligente Plácido.

           Qué transformación se verificó en el pueblo! A los rocianeros mayores de edad parece que les habían quitado diez años de encima!

                                                         IV

        Desde que se abrió la barbería, no faltaron parroquianos, y a medida que pasaba el tiempo aumentaba el concurso. Aquello era una maravilla. Sobre todo había días en que Plácido no tenía manos para trabajar, y cuando llegaba la noche estaba rendido.

         Uno de estos días, varios meses después de haberse establecido, era un sábado en que había trabajado desde la salida del sol, empezando por los que se iban de madrugada al campo, hasta después del anochecido, concluyendo por los que se proponían ir el domingo siguiente a la misa del alba ya rasurado y acicalados, su mujer le dijo al acostarse:

         --- Plácido, estas rendido, tú trabajas demasiados.

         ----Sí; pero como esto no sucede todos los días, se puede sobrellevar.

         ----¿Por qué no busca un dependiente que te ayude


 

----Algunas veces he pensado en eso; pero no porque el trabajo sea mucho para mí, sino  porque me disgustas tener que hacer esperar en ciertas ocasiones demasiado a los parroquianos. Cuando estoy en la tienda, no tanto, porque mientras afeito a uno entretengo a los demás refiriéndoles aventuras, cuentos, enredos chascarrillos, exageraciones y mentiras. Yo se además la conversación que debo sacar a cada cual, y cuando veo juntos a individuos de opiniones opuestas ya procuro sacar conversaciones que los enzarcen, y así ellos solos se entretienen disputando y el tiempo que nos les parece largo; pero lo que a mí me fatiga es cuando tengo que dejar la tienda sola para ir a la casa de esos parroquianos que se afeitan en su domicilio. Pagan bien, si tal, y como tú comprenderás no conviene dejarlos, pero me disgusta dejar solo el establecimiento, sobre todo a ciertas horas y en ciertos días en que infaliblemente han de venir parroquianos.

          ----Por eso también, si, tienes razón; muchas veces he pensado que era conveniente que te procurases un oficial, tanto por no dejar la casa sola cuando tienes que ausentarte, cuanto porque no te des tan malos ratos como a veces tiene que darte, y, la verdad, si no te dije hasta ahora nada es porque no me atrevía, porque echarse encima la obligación de un sueldo, aunque sea corto, sin saber lo que esto podría dar de sí y con “aquel” de tu maestro que  no ganaba ni para comer..Ya ves…

        ----Eso no equivale, porque el pobre de mi maestro no podía ya trabajar, mientras que yo puedo trabajar ligero y bien.

       -----Si, y luego tienes ángel para atraerte la gente; pero con todo, no ver la cosa clara!...

        ……Mira; de todas maneras un oficial no nos conviene, porque sobre costarnos mucho, si cogía la tierra y caía en gracia, podía darle la idea de establecerse, y eso es lo que debemos de evitar cuanto podamos. Lo que nos convendría sería un aprendiz, muchacho todavía, pero ya grandecito, a quien enseñaría el oficio y haríamos a nuestras mañas; lo tendríamos en casa, y por la comida y alguna cosita más estaríamos aviados. Ya ves, esto no podría ofrecernos muchos gastos, porque donde pasa tres pasan dos, te diría que tenías  mucha razón; de todas maneras aplaudo tu proyecto, aunque haya que aumentar una ración, y algo se aumentará también mi trabajo (que yo doy por muy bien empleado, porque lo que yo quiero es que entre los dos partamos la carga y no la llaves tú solo, hijo mío;) de todas maneras algo se economiza, y sobre todo, y esto es lo principal, no corremos el riesgo que con el otro plan, o por lo menos lo alejamos por mucho tiempo.

                                                               V

    Desde el día siguiente  a aquel en que tuvieron los dos esposos la conversación que dejamos transcrita en el artículo anterior, empezaron a practicar gestiones para encontrar el dependiente deseado, empresa que no era fácil, pues como no tenían una extrema necesidad de él, no se precipitaban y esperaban con calma encontrar uno que llenara cumplidamente sus deseos.

      Unas veces porque tenía el candidato ya demasiado edad; otras veces porque era todavía muy niño; ahora porque parecía parado y torpe, y lo que se quería para aquel oficio era viveza; ahora porque parecía antipático; “hijo, decía la maestra a su marido, ¡qué cara de pocos amigos! Con esa jeta y ese gesto se echa a la gente a la calle en lugar de atraerla;” otra vez porque tenía trazas de ser comilón; “quita, quita!, decía la maestra, no me hables de ese aprendiz! ¿No ves que estomago y que barriga? ¿No ves todo el que gordo? ¡Si parece está hecho para fraile jerónimo.”


       Hay que advertir que a la maestra le daba horror la idea de que el aprendiz buscado pudiera comer desaforadamente; lo primero por el gasto, y lo segundo porque no comprendía ella que una persona que comiera mucho pudiera ser fina, viva y lista, porque el mucho comer, según ella decía, embotaba los sentidos.

           Por fin, después de mucho buscar, apareció el fénix de los aprendices de barbero! Era un muchacho de doce años, pero que aparentaba  quince, porque era muy espigado, pero delgado, finito, un poco pálido, vivo y de carácter alegre. Además  tenía una hermosa cabellera castaña, que bien cortada y bien peinada, sería un anuncio constante. Sabía ya algo, porque había estado varios meses de aprendiz en una peluquería de Moguer, y no tenía familia, circunstancia que gustaba mucho a la maestra, pues que la familia siempre tira y distrae; si es pobre quiere anticipos y favores; si no lo distrae con visitas y se lleva el muchacho a las fiestas, y un aprendiz criado así con holguras y mimado toma hábitos de independencia y de vagancia y no adquieren condiciones de obediencia y sumisión. El muchacho, en aquellas circunstancias, estaba sin colocación, con su padre, única familia que tenía, pasando necesidad y desando colocarse; de manera que a todo se avino, y sin discutir ni regatear aceptó a ojo cerrado y dando gracia a Dios, la proposición, y se instaló en casa de Plácido con el título de primer aprendiz y futuro oficial de la barbería de éste montada al estilo de Madrid.

                                                        VI

         A los pocos días de haberse establecido el aprendiz en casa de Plácido, dijo a éste su mujer;

    ------Oye, sabes que el aprendiz parece una señorita, pero come como un segador? Qué, como uno! Como una cuadrilla Hijo, qué dientes tiene! Estoy asustada!

    -----Bueno, mujer, no te asustes por tan poco. No ves que ese muchacho estaba sin colocación y habrá pasado el pobre algunas necesidades! Estos primeros días, ya verás como entra en caja---o como diría el maestro de escuela—en normalidad y come como cualquiera.

    ------ Dios lo quiera, hijo, porque si sigue así nos va a comer por los pies.

           Pasaron tres semanas; el aprendiz seguía comiendo lo mismo y la mujer asustada, no pudo menos de decir a su marido:

       ----Plácido, el aprendiz sigue comiendo como un zaratán; esto no puede seguir así!

        ----Bah! Mujer, no haga caso. No ves que ese chiquillo está creciendo? Se está desarrollando y tienes que comer, sobre todo en este tiempo de primavera, época de desarrollo, y sobre todo con este fresquito; pero deja tú que llegues el verano, que venga los calores, y ya verás como con un racimo de uvas y un bollo tiene para el día.

    ----Si; pero después volverá el fresco y con él este desordenado apetito.

     -----Ya para entonces se habrá acostumbrado a comer con moderación. Tú verás, en cuanto entre el calor no te va a costar su manutención ni seis cuartos al día.

    -----No me fio; este muchacho tiene canina. Y es el caso que no sé donde mete lo que come, que no le luce; ahí lo tienes; estas delgaducho como cuando vino; parece que come excomuniones.

   -----Tú verás; en cuanto llegue el verano va a comer menos y se le va a lucir más: porque ahora está dando un estirón grande.

   -----dios te oiga, hijo, porque si sigue así que vaya buscando colocación en un bodegón, o en otra parte así, porque solo en ella podrán tenerlo y mantenerlo.



 

                                                      VII


        Algún tiempo después de esta conversación llegó del servicio un compañero y amigo de Plácido. Habían sido camaradas mucho tiempo y se profesaban una franca y leal amistad. Plácido quiso obsequiarle con arreglo a su nueva posición y lo convidó a comer. Se llevó a casa un conejo como un borrego, y dispuso que su mujer lo guisara con una cuarta de arroz; encargó también a su mujer que estuviera a la mira por si pasaba pescado de Huelva comprara un rancho, porque  en el servicio militar no se comía pescado y a su amigo le gustaba mucho; mandó al aprendiz, que en los casos de apuro servía para todo, que fuera por una bota de aquel excelente vinillo que Rociana cría y exporta para Jerez. En una palabra, dispuso una comida abundante y buena. Pero precisamente el mismo día y pocas horas antes del banquete, un amigo de los dos, algo ricacho, dueño de una media bodega, y con quien no con venía a Plácido indisponerse, tuvo la exigencia de que fueran a ellas, donde tenía dispuesta una caldereta para varios amigos, que regarían con el mejor vinillo que tenía, y habría también una mijita de guitarra y su poquito de cante flamenco, porque la caldereta se daba en honor de una cantaora moguereña y de un cantaor sevillano, es decir, sevillano según él decía, porque vivía y cantaba en Sevilla; pero Plácido aseguraba que no era más que de Gilbraleón.



 

          El barbero de Rociana no tenía fama de cantaor, ni era su oficio, como sabemos; pero tocaba un poquito por lo jondo, y aseguraban loe que presumían de inteligentes, que tenía mucho estilo. Era de los que presumían de inteligentes, que tenía mucho estilo. Era de los que sabían remitir una nota y sostenerla, prolongarla, subirla del pecho a la cabeza, y bajarla de la cabeza a la laringe, llevarla de la laringe a las fosas nasales y volverla de aquí al pecho y adelgazarla y volverla dar volumen, estirarla, traerla y llevarla por espacio de un cuarto de hora con admiración y aplauso de los inteligentes y aficionados.


          Cuando iban al pueblo cantaores de profesión y de fama no era cosa de perder la ocasión de dejar de exhibir lo que había en materia de arte indígena, local, verdaderamente rocianero, y Plácido, por patriotismo, no pudo eximirse de asistir a la juerga con su guitarra y su compañero.


   -----Hija, dijo a su mujer, es un compromiso inevitable, ya ves que no puedo faltar a…

   ------Sí, sí, eso bien lo conozco yo, pero ¿qué quieres? Por eso no he dejado de sentir que tú y tu compañero no comáis en casa. ¡Con una comida ya dispuesta tan rica y tan abundante!..



     ------ ¡Qué vamos a hacer!... también yo lo siento; pero después de todo no hay nada perdido. Comed vosotros, tú y el aprendiz, y lo que sobre guardarla; ya tenemos hecho gasto para mañana. No hay nada perdido.

             Fuese Placido a su juerga y la mujer se dijo:

       ----Esos no se come en casa, yo no tengo gana de comer, estoy indispuesta… pues entonces voy a probar a este angelito de aprendiz, que al paso que va, dejaré tamañito a Cortés, el latero de Sevilla, que dicen que come siempre….. Si le voy a poner toda la comida por delante, y voy a dejarlo solo para que no tenga cortedad y se despache a su gusto; a ver donde llega el pobrecito animal.

       Y dicho y hecho. Apena llegó la hora puso en la mesa la cazuela con el conejo y su cuarta de arroz, el pescado frito y en blanco, casi medio queso portugués, una hogaza y la bota de vino, y dijo al aprendiz:

     ----Esos no come en casa, ni yo  tampoco, porque no tengo ganas; de manera que come tu solito y despáchate a tus anchas. Yo voy a casa de mi madre y no volveré hasta que mi gente se acueste, porque sabe Dios a qué hora vendrá el maestro, pues estas juergas se saben cuando empiezan, pero no cuando concluyen. Con que come, con tranquilidad y hártate.

           En efecto, cuando el aprendiz se vio solito ante aquella abundante comida, echó una plácida mirada sobre ella, sonrió tranquilamente, se frotó las manos  con ademán satisfecho, se quitó un botón  de la pretina y empezó su grave ocupación.

            A las diez de la noche, cuando la maestra regresó todavía lo encontró aplicado a tan grata tarea; pero es verdad que ya estaba ya concluyendo, como que no le quedaban más que las últimas raspas de queso y algunas migajas de pan.

       La maestra, cuando contempló este espectáculo, no dijo una palabra, sin duda porque; no pudo; se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer en un asiento. Creo yo que no se desmayó porque no estaba allí su marido; pero éste llegó al poco rato y entonces pudo exclamar:

   ----Mira, Plácido, mira por tu salud.

   -----Mujer, ya miro, dijo Plácido creyendo que su mujer le reconvenía porque venía tarde y tal vez con alguna cañas demás, ya miro… y por eso no trasnocho, por eso no bebo. Mira tú, ahora queda la huelga, en lo mejor….

  ------- ¡Yo no hablo de eso! Exclamó sofocada la mujer.

   -------Pues di claro de que hablas.

   --------Pero hombre! ¿No ves esto? Fíjate en ello decía la mujer profundamente conmovida. Yo no comí en casa; no estaba buena y me fui a casa de mi madre.


 
          --------Vaya, vaya,-- contestó el barbero, que venía un poco alegrito, aunque lo disimulaba mucho,---he visto ayer tarde a la comadre, y me ha dicho que esos mareos, ese desgano y esa vascas que te dan, es que se trata de un Placidito con la bacía y todo debajo del brazo y la navaja en la mano.

  …….Déjame de los dicharachos de la comadre y de tus bromas, que no estoy en estos momentos para ellas, y escúchame lo que te digo.

------Habla, habla, ya te escucho.

------Antes de irme a mi casa puse el aprendiz la mesa y en ella toda la comida que teníamos preparada para los cuatros; esto pasada la seis; a las diez vuelvo y me encuentro todavía al aprendiz sentado en la mesa dando fin y remate a cuanto le puse delante.

-----Qué barbaridad!. ¿Dónde vas tú a ir a estercolar?...pero de veras se ha comido todo?

----Te digo que no ha dejado más que las espinas del pescado y los huesos del conejo, y esto bien limpios; por lo demás ni las cortezas del queso ni migajas de pan; yo no sé donde ha podido meter tanto; pero chiquillo, ¿noves que vas a reventar?

----Pues esto no es nada contestó el aprendiz, sonriendo y bajando modestamente la vista, esto no es nada, deje usted que venga las calores y entonces ya verá usted comer.

---Dio la maestra un salto de su asiento, exclamando espantada:

---Pero chiquillo! ¿Todavía más?

---Si esto no es nada, contestó el aprendiz sonriendo y dándose palmaditas en el abdomen.

------¡Pues hijo! Repuso asustado el maestro, desde mañana busca colocación, a ver si la encuentras en alguna panadería, porque nosotros no podemos mantenerte.

 

Del pequeño librito de:

 De los cuentos y leyendas del Condado de Huelva. Editado en Huelva en Enero de 1898 por Ignacio Olmedo.

José García Díaz.

 




 



 

                                             




lunes, 19 de octubre de 2015

Un homicidio en Bonares.

                                                                    


                                      Miércoles día 8 de Febrero de 1899.

                                 El homicida que no mata.

        Con este título encabeza el “Heraldo de Madrid”, de hace cinco días, su sección de Tribunales.

        Refiérase a una causa fallada en la Audiencia de Huelva y que produjo bastante sensación.

          Los hechos ocurrieron en el pueblo de Bonares, resultando procesado  Domingo Pichardo y Cristóbal Suárez defensas encomendadas respectivamente a los ilustres abogados don Manuel Siurot y don Manuel Mora.

      El señor Siurot, después de un brillantísimo y bien razonado discurso, pidió la absolución de su defendido, y en tal sentido creyó el numeroso público que asistió a la vista, que recaería sentencia, pues resultaba palpablemente del informe del señor Siurot, la inculpabilidad de Domingo Pichardo. No lo entendió así la Sala, condenando, como homicida, a doce años y un día de reclusión temporal.

    Don Manuel Siurot, entendió que se había quebrantado la forma o infringido la ley, entabló en ambos sentidos el correspondiente recurso, y recurrida la sentencia ante el Tribunal Supremo, el primero del corriente mes, hemos leído con inmensa sastisfación en toda la prensa de Madrid la adhesión del Fiscal del Supremo a las doctrinas sustentadas por nuestro estimado amigo, a quien felicitamos calurosamente por el triunfo que esto significa. A continuación reproducimos lo que dice el “Heraldo”:

    “Homicida que no mata.—Aunque este título parezca una incongruencia, es, sin embargo, la expresión más exacta de todo lo que resulta de una sentencia de la Audiencia de Huelva, que ha sido ayer tarde recurrida en casación ante la Sala segunda del Tribunal Supremo.

    Los hechos objeto del procedimiento se desarrollaron en el pueblo de Bonares (Huelva), el día 17 de Abril del año último, en la siguiente forma:

   Marchaban rondando las calles del pueblo llamadas Larga y Esperanza varios mozos, y entre ellos los llamados Domingo Pichardo Pérez, Cristóbal Suárez  Carrasco, José Espina y José García, cuando al llegar a la calle Esperanza, Domingo, que tenía resentimientos  anteriores con José García, le dio una bofetada, por lo cual Espina hubo de reconvenirle, y promovida cuestión por este motivo, Domingo sacudió un palo  en la cabeza a Espina, haciéndole caer al suelo, y estando ya en tierra, Cristóbal Suárez se lanzó sobre él dándole una puñalada en el vientre, a consecuencia de la cual falleció a los cuatros días.

          Es decir, que los elementos de delincuencia se sintetizan con este relato, que es el deducido del veredicto del Jurado, apareciendo Cristóbal Suárez como autor de la puñalada que causó la muerte, y Domingo Pichardo como autor del palo a Espina y de la bofetada a García. Ni más ni menos.
                                                                             


Las obra son del pintor frances Jehan Francoise Millet, Canpesino sembrano patata.1898.
     

       Pues bien, a pesar de esto, la Sala sentenciadora condenó en concepto de homicidas lo mismo a Domingo que a Cristóbal a la pena de doce años de reclusión: pero aún hay más, y es que condenó también a Domingo por una falta incidental de lesiones, dándose el extraordinario caso de que solo hecho de pegar Domingo el palo, era constitutivo a la par de un delito y una falta.

    Hay que descontar, sin embargo, el voto particular formulado por el magistrado don Vicente R. Zapata, según el cual había que absorber a Domingo Pichardo por no haber cometido ningún delito, y solo una falta no incidental.

         Contra la sentencia mencionada ha recurrido el letrado don Atilano Casado a nombre de Domingo Pichardo, sosteniendo la casación de la sentencia, por entender primero que en el veredicto existía una distinción, clara y precisa entre el acto realizado por el Cristóbal y el realizado por Domingo, siendo la intención de éste sólo herir, y no la de aquel matar y segundo, que no podía prosperar la doctrina de la Audiencia sentenciadora de castigar dos veces el mismo hecho, y considerando una como delito y otra como falta.

       El fiscal se adhirió al recurso, haciendo suya todas las manifestaciones del letrado recurrente.”

 

José García Día.

       

 

 

 

martes, 13 de octubre de 2015

Recuerdo de la Guerra de Cuba


                      

                              Del diario onubense "la Provincia" del día 26 de Septiembre de 1898.

        El señor gobernador civil de esta provincia se ha dignado remitirnos, un telegrama que se ha cruzado entre la Capitanía General de Sevilla y este gobierno civil, con motivo de la repatriación de soldados enfermos procedente de Ultramar.

      Pidiendo colaboración con todos los organismos oficiales como la Diputación provincial, ayuntamientos y demás corporaciones, que faciliten la acción humanitaria del gobierno, contestando lo antes posibles.

      Agradeciendo la ayuda voluntaria, de muchos propietarios que ofrecen locales que carecen de condiciones higiénicas necesarias.

        Se ha tomado como medio más eficaz al fin que se persigue que el Monasterio de la Rábida propiedad del Estado, a cargo del Ministerio de Fomento en donde podrán instalarse cómodamente 150 camas constituyendo el edificio un verdadero Sanatorio, incluso para enfermedades epidémicas,  así como el Santuario de la Virgen de la Cinta del cual dispone Diputación, en cuyo local podrían ser colocadas bien unas 100 camas, pero hay que significar que a este local solo podría ser destinado los convalecientes o anémicos en atención a tener que recorrer a pie para llegar al Santuario desde la línea férrea, próximamente un kilómetro de distancia.

         Respecto al local de la Palma del Condado, ya conocemos el estado ruinoso en que se encuentran por desgracia.

     Para dar cumplimiento a una orden del Excmo. Sr. Capitán General de Sevilla, con fecha de día 6 del actual, relativo a los locales que en esta ciudad podrían ser destinados a hospitales y sanatorios para albergar en ellos a los soldados repatriados que lo necesiten, de acuerdo y con la asistencia del señor Gobernador Civil, don Rafael López Hernández, Presidente de la Diputación, don Manuel Garrido Pérez, Alcalde accidental, y los mayores propietarios de esta ciudad en unión del Presidente de la Cruz Roja don José García López.

          He dejado de telegrafiar estos dos días porque nos parecía inútil hacerlo, pues se sabía que con la fuerte tempestad de la tarde del día 12 había dejado mal parada las líneas, y algunas no funcionan y otras lo hacían con gran retraso, de maneras que las noticias telegráficas serían adelantados por el correo.

         Estamos viendo todas las noches el número de persona que acude a la estación de Zafra, a presenciar la llegada de los repatriados hijos de Huelva y provincia.

    Del diario “La Época” del Jueves día 8 de Septiembre.

      El navío llamado “Montevideo” llegó ayer a las 8 de la mañana de ayer fondeando en la Coruña, procedente de Santiago de Cuba.

     Ha hecho la travesía en doce días y ocho horas y trae patente limpia.

     A bordo ha traído 2.028 soldados, 80 sargentos y 142 oficiales, que hacen un total de 2.417 hombres. De los cuales 60 están enfermos, 21 de gravedad.

   El Montevideo pasó al lazareto de Oza, donde pasará cinco días de cuarentena.

  Durante la travesía han muerto, 22 soldados, entre ellos dos de la Provincia de Huelva, que mencionamos: López Aguilar Ibarra, de Higuera de la Sierra y Teodoro Romero Flores, de Moguer.

    El gobernador civil de la Coruña antes de lo que estaba sucediendo era alarmante. En el buque se halla amontonados 2.000 hombres en sollados de malísimas condiciones, sobre todo para enfermos disentéricos, en su mayoría en grave estado.

    Ya que todos los vapores que hacen la ruta de Ultramar, y sobre todo en el Montevideo, no reciben otro aire que el que se produce con la marcha, mientras  cuando se encuentra parado ha de producir una atmosfera emanada de los enfermos mismos que pudiera desarrollar una epidemia.

       No solo las autoridades, si no la población de la Coruña, reconocen este riesgo de contagio y se encuentran en estado de gran alarma, pidiendo con urgencia la solución de un conflicto que se ha de agravar de un momento a otro con el arribo de los demás buques.

    En el lazareto de San Simón, han fallecido los repatriados de Huelva  José Camacho del Regimiento de Isabel la Católica, y José Gil. Del batallón de Puerto Rico. Este era asistente del capellán, además el soldado Pedro Sáenz de Isla Cristina, que falleció en la travesía, le fueron encontradas 300 pesetas, que ingresaron como depósito en la caja del batallón de Puerto Rico.


        Leemos en “Liberal”

      Francisco Arnau Salgado, vecino de un pequeño pueblo de la Sierra de Huelva, soldado de batallón de Asia, que capituló en Santiago de Cuba, llego a Madrid con otros de sus compañeros, repatriados el día 8 de este mes.

        Venía, como casi todos los soldados, sin una peseta. Ingresó en el Hospital; pero como no tenía ninguna dolencia, si no una grande debilidad, producida por los muchos días pasando hambre y como además deseaba trasladarse a su pueblo, le dieron el alta.

       Y en la calle se encontró mendigando, como muchos compañeros, sin auxilio ninguno, sin un céntimo, sin poder tomar el tren para irse a Huelva.

       Un amigo nuestro estuvo anoche con el soldado Arnau en la redacción del “El Liberal”. Se lo había encontrado en la calle, apoyado a la pared de una esquina, sin poder a penas moverse, sin ánimos para dar un paso, la hambruna lo delataba, y la inanición.

        En su rostro anémico, sin vida, sin alma, se retrataba la resignada conformidad con su triste suerte. Y lentamente, pues le costaba gran trabajo articular palabras, conto Arnau sus desdichas. Le deben meses y meses de soldada. Ha perdido la cuenta. Y para colmo de males se le ha muerto su madre.

        Quería saber si el Gobierno le pagará algo de los atrasos, por lo menos con qué regresar a su pueblo, con que ir a llorar sobre la tumba de su madre, muerta sin el consuelo de abrazarle.

        Al ministro de la Guerra nos dirigimos, por si hay medio de que se socorra tanta desdicha. El caso de Arnau no es un caso, constituye ya legiones. Pero de momento les hemos ofrecido un bocadillo y vino.

       Del diario  La Provincia, de 14. El miércoles falleció en el Hospital Provincial un soldado perteneciente a la compañía de cazadores de Segorbe, que se hallan de guarnición en esta.

    Los mozos del corriente reemplazo a quienes haya correspondido prestar servicio en Ultramar, podrán redimirse a metálico por 1500 pesetas hasta el día 30 del corriente, y por 2.000 desde esta fecha hasta diez días antes de su embarque.

   Por el ministro de la Gobernación se ha dispuesto que los médicos titulares de los Ayuntamientos visiten diariamente a los soldados repatriados, dando a los alcaldes partes correspondiente.


        Entre los soldados enfermos repatriados que han desembarcado en Santander el día 14, procedente del navío “Colon”, se encuentra Juan Galindo Ponce, de Huelva. Otro compañero de viaje  el fallecido, don Francisco Herrera y González, médico militar, víctima de una cruel enfermedad, amigo y paisano nuestro.

        El señor Herrera, que marcho a principio de la campaña a Cuba, como voluntario. Otro repatriado que ya se encuentra entre nosotros es nuestro amigo, D. Antonio Ugena, primer teniente de infantería, que ha estado destacado en Santiago durante la campaña militar, es natural del pueblo de Bollullo.

        

   Se acaba de publicar cuanto ha supuesto los gastos de la funesta pasada guerra asciende a dos mil millones de pesetas.

  Del diario de la “Crónica del Santander” del día 24, que para Huelva ha salido el tren nº 43. Estos fueron despedidos en el andén por las autoridades de Marina.

   Anoche llegó a Huelva, por el tren de Sevilla, el soldado de infantería de marina, hijo de esta capital, José Garrido Álvarez, que figuraba en la dotación del “Cristóbal Colón” cuando ocurrió el desastre de la escuadra de Cervera, en el fue hecho prisionero por los yanquis.

José García Díaz.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Una nueva ley, de régimen local en Moguer.


                

                     Este curioso caso, sucedió el jueves 12 de julio de 1877.

       A través del   periódico "El Solfeo", primero y único diario de su índole que en España se publica, insertará en todos sus números caricaturas políticas o de costumbres y artículos humorísticos, revistas cómicas, noticias serias en broma. Etcétera,etc

   Sus lemas son: oposición constante e imparcialidad absoluta.

  Justicia seca y caiga quien caiga, porque esto es nada menos que un diario para músicos y danzantes; después de esta breve presentación, nos vamos a un curioso pueblo de la provincia de Huelva.

       En Moguer, donde hay un alcalde que dice haber recibido del Gobierno ese honroso cargo, y  que es todo un águila en el oficio, como mis lectores van a ver.

      Antes mis ojos tengo el formidable bando que acaba de publicar esta criatura, y que acredita el acierto con que ha procedido el Gobierno en su elección. Por el preámbulo o empuñadura del mencionado documento se comprenderá en seguida que no es el alcalde de Moguer un funcionario de tres al cuarto, si no una verdadera autoridad conservadora, un alcalde transcendental para la humanidad.

      He aquí en qué forma comienza su código de policía urbana, en el Salón Municipal que  a la paternal solicitud del Gobierno deben los dichosos y afortunados habitantes de Moguer.

   “Al aceptar el honroso cargo que me han conferido el Gobierno, cumplo con el primero de mis deberes dictando algunas disposiciones que juzgo oportunas para imprimir el reposo público y gozar este vecindario de aquella calma y seguridad que sólo puede permitir la solidez y vigor de una autoridad basada en principios de justicias.”

       Y dicho y hecho. Esta sólida y vigorosa autoridad, creyendo que “para imprimir el reposo público” y dejarlo bien impreso y estampado no bastan algunas disposiciones en corto número, adopta nada menos que 38 en su bando, que pasará a las edades futuras como un monumento literario y acabado modelo de legislación municipal.

        Después de las teorías de Sr. Cánovas y de las revistas taurinas del “Tío Cándido” no conozco nada más completo y acabado que las tres docenas y picos de disposiciones adoptadas por el alcalde de Moguer.

       Religión, política, ciencias  artes, agricultura, industria, comercio, higiene, salubridad, espectáculos públicos y diversiones privadas, todo, absolutamente todo cae bajo la jurisdicción de ese magnífico alcalde que entre Romero Robledo y la Divina Providencia han dado a Moguer. Sobre todo legisla, para todo da reglas a de todo saca multas ese portentoso bando que pone a su autor, D. José Joaquín Basco y Herrera, simple abogado de los Tribunales nacionales, al mismo nivel que Zoroastro, Manou, Confucio, Moisés, Licurgo, Solón, Calderón Callantes y otros grandes legisladores.

       En esas 38 disposiciones que desde el 1º del corriente están labrando la dicha de los afortunados habitantes de Moguer, se prohíbe jugar a la brisca y al tute en ningún establecimiento o sitio público, aunque “no se aventure dinero,” si no cantar Avemaría y Salves. También se prohíbe a las caballerías, “de cualquier clase que sean, pelarse en las calles, si no en el interior de las casas o extramuros”

      Se conoce que para el alcalde de Moguer, tanto ofende a las costumbres y a la moral el que en un café o “botellería” (sic) juega a la brisca, como el asno que tiene la osadía de pelarse en la calle; a uno y a otro impone la misma multa, que, entre paréntesis, no es floja: veinticinco pesetas.

       Pero en ninguna ocasión da el alcalde de Moguer tan clara muestra de su solida y vigorosa autoridad como cuando legisla sobre los perros: se conoce que les tiene una tirria particular.

         Oigan ustedes lo que dice:

    “Todos los perros que tengan dueño llevaran un collar con el nombre de la persona a quien pertenezcan, y durante la estación de verano un sálamo (bozal)  ajustado, que no puedan morder ni causar daños”

      Prescindiendo de las alcaldadas que la autoridad de Moguer se permite con la sintaxis, y su poniendo que los perros de esa ciudad tienen un Diccionario de la Lengua mejor que el mío y por el logran saber que es un sálamo ajustado, cosa que yo no sé, todavía al plantarse este misterioso utensilio y un collar con el nombre de su amo no han conseguido los pobres canes ponerse al abrigo de la ley. He aquí lo que les dice el alcalde a renglón seguido:

     “Los perros alanos, de presa y mastines estarán siempre encerrados, y cundo tenga que travesar las calles lo harán con el sálamo y sujeto con un cordel o cadena de un metro de largo a lo más, que han de llevar constantemente en la mano las personas que los conduzcan, mayores siempre de los diez y seis años”

   El alcalde de Moguer no se contenta con imponer una fuerte multa a los perros que olviden cualquiera de esos numerosos requisitos, sino que además los insultan sin el menor pudor gramatical, llamándolos “vagamundos,” y los condenas a perecer por la estricnina.”

        Repito que deploro no poder insertar el bando completo; es cosa buena. Mas ya que esto es imposible, ahí va su primera dispocisición como prueba de lo bien que pone la pluma el alcalde de Moguer. Dice así:

          “Dispuesto a velar con cuidado esmero a que ninguna persona se produzca con expresiones o hechos que ofendan el respeto debido al autor de nuestra santa religión, a sus ministros y a la dignidad del templo, o bien promuevan escándalos o incomoden al vecindario, solo o en número, con palabras o canciones inmorales e impropias de todo pueblo culto, será castigado con la multa de cinco a veinticinco pesetas.”

       ¿No hay una plaza en la Academia Española o siquiera una gran cruz para el alcalde de Moguer?


José García Díaz.




 








   


lunes, 5 de octubre de 2015

El Empozadero del río Tinto.

                                                                                       


                     

           No hay pruebas arqueológicas, ni documentadas, de cuantos siglos han pasado de  que este extraño, pintoresco  paisaje, perteneciente a la zona industrial dedicada a la elaboración del cáñamo y el lino, se ha dedicado a ello.
   En la foto, estoy en el camino de Los Moriscos, que llega al molino Currito Pérez, dejando a  mi derecha, esta curiosa factoría. El empozado o el enriado del cáñamo y del lino eran como se le llamaba, al proceso de fermentación y maceración de los tallos de estos, lo que es lo mismo dejar que se pudran permitiendo la extracción y separación de la leña del tallo.
 Solo había que tener en cuenta, la época del año y viendo si las matas eran macho o hembra, para tenerla sumergida en las aguas entre 15 días hasta los 30 del mes.
Para profundizar sobre este tema, tengo que recurrir a mi estimado amigo, el profesor y Doctor en Historia, Don Manuel Mora Ruiz, alcalde del municipio de Lucena del Puerto.
    De su trabajo: Linos y cáñamos. Un ejemplo de artesanía local en un curioso documento del siglo XVIII.
       El Archivo Municipal de Lucena del Puerto, pobre en referencia que los asuntos que les son propios por la pérdida de las actas capitulares es por fortuna, especialmente rico en otras informaciones. Una de ella es, sin lugar a dudas este curioso documento que describe el cultivo de linos y cáñamos como así su elaboración.
Confesando, no obstante, que la documentación del Catrasto de Ensenada ya informa de la novedad de estos cultivos, especialmente el cáñamo, un producto que sólo adquiere importancia en el entorno de nuestro entorno de nuestro puerto (Bonares Rociana y Lucena) y en Villalba del Alcor. Ambos son las únicas materias primas industriales cultivadas en la provincia de Huelva y, es en este sentido, recordemos lo que hoy es artesanía textil representaba la industria en la sociedades tradicionales.

     El lino se destinaba a la fabricación de lienzos, un producto típico de los ajuares femeninos y, por consiguiente, presente en mayor medida en todos los pueblos. En Lucena como en Bonares no es excepción conociéndose “abundancia de hilanderas, pues todas las mujeres y muchachas della, sin exceptuar a nadie saben hilar el lino”. En el año de 1745, se registraron doce telares.
     El cáñamo, sin embargo, se utilizaba para fabricar lonas, cuerdas y maromas de barco, redes de pesca, calzados y objetos de talabartería, lo que hizo de él un producto imprescindible para la marina española que se convirtió en unos de los factores fundamentales de la demanda en el siglo XVIII. Los incompletos padrones de las alcabalas de la segunda mitad de este siglo recogen importantes ventas de este producto bien en forma de semillas del cañamón, bien en arrobas para las fábricas.
En el año de 1765 se constataban en las alcabalas 18 productores con 359,5 arrobas de cáñamo y 30,5 de cañamón, cuyo producto asciende nada menos que a 10.215 reales de vellón que representa el 41,28 por ciento de las ventas ocasionadas en el último semestre del año.
    Sin embargo, ni uno ni otro eran novedad en la comarca, ni en nuestro pueblo. Desde el último cuarto del siglo XVII, pese a los intentos de fraude, ambos cultivos se documentan en los registros de bienes como alternativa a los cereales y son los auténticos productos estrellas de la exportación, la rentabilidad tanto económica como social de ambos es la causa de su desarrollo, lo que, a su vez, pudo estar relacionado con los cambios en la demanda de productos gaditanos que es anterior a la de la marina. No es pues extraño que la producción redirija a los grandes puertos onubenses, la capital y Ayamonte, desde se reexpide a otros lugares o se labra en “su oficio de cordonería”.
   Tanto el cáñamo como el lino, poseían un tratamiento previo al hilado prácticamente idénticos que se iniciaba en Junio—Julio con la siega y la separación de las hojas y semillas de los tallos, puestos que son estos últimos los que proporciona la materia textil.
                                                                                    

 

       El  primer proceso propiamente dicho era el enriado o reblandecimiento de la corteza leñosa para eso se usaban las aguas del río Tinto, ya que sobre “el resto de fuentes y arroyos constaba una prohibición expresa en las ordenanzas”. Esta operación podía realizarse, mediantes la inmersión en dicho río durante varias semanas, y dejándola al secado durante cinco días, esta era la forma más extendidas y usada aquí, o mediante la cocción de las fibras vegetal y enfriado posterior en agua. Una vez secos los tallos y reblandecidos eran apaleados o gramados para liberar la goma que los mantiene unidos y posibilitar la separación de las fibras. La tercera operación era dominado el espadado y consistía en el golpeo y raspado de la majada con un instrumento de madera para desprender la pelusa o tamo.
     Finalmente concluía la fase previa con el rastrillado o pase sucesivos de los manojos vegetales por una tabla con púas de alambre a fin de romper las aristas de la fibra con cuidado de no romperlas. Los restos vegetales de desecho adheridos a los rastrillos, la denominada estopa era cocida de nuevo e hilada posteriormente o utilizada para relleno de cojines y colchones.
    Pasaba entonces las fibras así obtenidas a la hilatura propiamente o proceso de torsión de varias fibras para obtener un hilo consistente mediante los usos y la rueca, instrumento que aunque complementarios, no constituyen una pieza. La rueca es un armazón de palos de palos con varias curvas, en cuyo centro se coloca la fibra en bruto para que al tirar de ella la hilandera con una mano se produzca una primera torsión antes de alcanzar el extremo del huso. Este, que es una pieza de hierro en forma de cono se suspende del hilo en el aire y con un movimiento de la mano libre de la hilandera se retuerce fuertemente girando sobre sí mismo. El resultado, el hilo, queda liado en su propio huso, desde donde puede usarse directamente o desmadejarse sobre un carrete. El torno de hilar, una innovación bajomedieval aunque se generaliza a partir del siglo XVI no consta en las respuestas de Lucena.

     Cuando es necesario un hilo de mayores consistencias, como por ejemplo para los cañamazos, se retuercen varios hilos a la vez, obteniendo las denominadas hilazas. El proceso, como es obvio, requiere de un enorme esfuerzo de mano de obra hasta la obtención del hilo.
      Pese a ello, parece que de las respuestas se deduce que sólo se aplicaban estas labores a los linos, vendiéndose la producción de cáñamo en bruto para  los dos usos fundamentales: la talabartería en Villarrasa y Valverde del Camino, y usos marineros en Huelva y Ayamonte. A partir de la obtención de los hilos se obtienen los tejidos. Los telares son los más simples que existen compuesto de cuatro piezas de urdimbre y cuatro de trama, dos peines y, suponemos, porque no están descritos un número variable de pesas y una lanzadera. Sabemos también que estos telares de lienzos eran más estrechos que los habituales para lana y algodón
     El trabajo de confección de los lienzos de iniciaba con la colocación de una cadena de hilos tensos y paralelos sobre la base de la urdimbre. A continuación se separan los hilos pares e impares a través de unas anillas llamadas lizos y se pasa a la lanzadera alternativamente entre la urdimbre par e impar de un lado a otro del telar.
    Finalmente los lienzos tienen que someterse al blanqueo, curación y enfrijado ya que su destino son sábanas, manteles y cortina de las aguares. El blanqueo y la curación son procesos paralelos y alternativos para los que se usa agua dulce de pozo y lejía de cenizas de lentisco que acaban por darle consistencias y el tono blanco que les caracteriza. El proceso final, el enfriado consiste en lavarlos con agua limpia y secarlos al sol para eliminar olores y residuos orgánicos del proceso.
        Los paños, por consiguiente, requerían un proceso largo y extendido en el tiempo que podían durar varios meses hasta conseguir el deseado producto. La actividad era propia de mujeres y de muchachitas a la que dedicar las largas noches de invierno y los días de trabajo perdidos por los temporales. Por ello, no descartamos en ellas la presencia de hombres aunque las fuentes no informen de ellos, no descartamos en ellas la presencia de hombres aunque las fuentes no informen de ello ni reconozcan su presencia.

         En Lucena del Puerto, en el año del Señor de 1.748 (Registros de bienes).
José García Díaz.
















   















En la villa de Almonte.


                     
            Ya en 1599, la peste de Levante, aunque llamada vulgarmente peste negra y hoy bubónica había hecho sentir sus naturalezas, y funestos estragos en la ciudad de Sevilla, de cuya invasión hay referencias en actas del Consejo de  fecha 30 de Mayo de 1605 por lo que se dispuso que los trahineros, que llevaban el pescado desde la playa de Castilla a la expresada ciudad de Sevilla, cuiden de regresar por el derecho de la Camarina”, sin tocar la aldea del Roció, ni en la caseta de la Canaliega. Para evitar contagio, al  cual les obligue bajo juramento al Alcalde de la mar Bartolomé Martín; y  si alguno, estando en la pesquería de Francisco Sedano, en el paraje rio de Oro, que quisiera venir al pueblo, no lo puede hacer sin la cédula o pasaporte, que lo expida Juan López Ligero, de que años anterior dio caso de  peste en el vecino pueblo de Bollullos. Quedaron los almonteño ilesos de la epidemia, en aquella ocasión teniendo que vagar para dedicarse a capear toros y otros regocijos populares, con el Fausto motivo del buen parto de la Condesa de Niebla; pero les ocurrió igual cuando reapareció el terrible mal en la primavera de1601 ( Actas del Cabildo del 15 de Abril y el 13 de Mayo de este año.Extendiéndose con pasmosa rapidez por el Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, cuyo término separa el Guadalquivir del de Almonte, porque entonces fue inevitable el contagio a pesar del nombramiento de dos jueces para la guarda de la salud , que fueron D. Pedro Pinto Calvo y D. Pedro de Mostesdoca  Villacreses, y de la precaución de rodear de altas tapias todo el casco de la población, dejando solos dos puertas, al final de las calles Niebla y Laguna, custodiadas  por hombres armados.

         El día 22 de Junio, como fuesen ya varios atacados de la peste, hubo de necesidad de improvisar de un hospital, para atender a su curación en la ermita del  Apóstol Santiago, modesto edificio, que se levantaba como a 500 metros de la salida de la calle del mismo nombre, donde a la sazón estaba establecida canónicamente la Hermandad de la Soledad y Santo Entierro de Cristo.Allí fueron atendido los enfermos a expensas del Municipio con alimentos, médicos y  botica, además recibieron los auxilios de la Religión prodigados graciosamente por los Franciscanos, con gran peligro de sus vidas; dos de los cuales permanecieron constantemente durante 30 días en una caseta de madera próxima a la ermita, dispuestos a toda hora para administrar los Sacramentos a los agonizantes. Junto a este hermoso ejemplo de abnegación y de caridad cristiana en obsequio del prójimo debe citarse el que ofrecieron dos humildes servidores en aquellas calamitosas circunstancias, cuyos nombres quedaron consignados en acta del día 9 de Septiembre por la que se acuerda el Consejo gratificar con 114 reales a Miguel Ángel Cabeza de Vaca por haber estado llevando de comer a los apestados, y con 110 reales a Beatriz González (a) la Ollera, por haber entrado de su agrado servir a los enfermos y estar desnuda, porque se mando quemar la ropa.                

           En dicha acta del 9 de Septiembre, se dispone que se vea la cuenta con el enterrador Pedro Alonso; y en la del día 21, que se recoja toda la ropa  de los que han estado enfermos y se queme en medio del campo.  

      Vuelta la tranquilidad a la villa, en los primeros días de ese mes no se descuido por eso el Cabildo almonteño de ahuyentar todo peligro  de que  se repitiera la mortífera epidemia, destruyendo los focos de infección que hubiese quedado, pues la mortandad en los pueblos vecinos de Rociana, Niebla, Bonares, fueron exageradas. Puesto que el día 26 de Enero del siguiente año de 1602, se mandaba a quemar una casa y pajares  situado en las afueras del pueblo, donde, se decía, habían muerto algunos apestados durante el anterior estío; cuando se supo poco después, que el día 7 de Marzo de este año, que el temible contagio había reaparecido en Calaña, Valverde del Camino y Trigueros, distante de este pueblo unas 5 leguas, no se dio punto de reposo hasta  llevar a cabo la cerca total de esta villa. Que deberán hacer y guardar los vecinos, para que nadie penetre si no por las dos puertas señaladas, poniendo así en práctica el sistema de aislamiento, ya ensayado en otra ocasión. 
         Tan  rigurosas medidas no dieron resultado alguno. La epidemia azotó por segunda vez a los almonteños durante todo el mes de Julio, aunque con menos intensidad que el verano anterior; convirtiendóse  nuevamente en hospital la ermita de Santiago; se nombra enfermeros y enterradores; se ordena “a cada vecino so pena de de 200 maravedís que traiga romero y haga ahumada en sus casas y puertas” y los pacientes frailes, a ruego del Alcalde Juan de Gracia por comisión del Consejo, Justicia y Regimientos, volvieron a establecerse en la garita de madera cercana al hospital, para estar pronto a llevar los auxilios espirituales a los moribundos. Estas  disposiciones sanitarias, bastante curiosa, tomada el día 22 del propio mes, que se prohibía por medio de pregón salir de de noche a las mujeres bajo pena de 200 maravedíes  y seis días de cárcel, consiguieron evitar las muchas ocasiones e infecciones de peste temidas por los respetable Regidores, y el día 29 había en la ermita solo 4 convalecientes, por lo que se manda a levantar el hospital y que sea trasladados a otras casas de campo hasta su curación definitiva.   

       Fuentes: de Don Lorenzo Cruz de Fuente, de su obra. Documentos de las fundaciones Religiosa y Benéfica de la villa de Almonte y apuntes para su historia.     

José García Díaz                 

domingo, 4 de octubre de 2015

El arroyo del Oro, de Lucena del Puerto.

                                                                     
                                                                      


                               Diario     de    Madrid

                        Del Sábado 9 de 1802   Núm.282.

Noticia de una mina de sulfato de hierro, y agua mineral en nuestra península.

             En la playa del Océano que está entre Cádiz y la frontera de Portugal, precisamente a ocho leguas de San Lucas, pasado el río Guadalquivir, al  Norte- Oeste, de aquella ciudad, desemboca en el mar, lamiendo los muros de una torre vigías llamada de Loro (ó del Oro), hay un arroyuelo de una vara de ancho, por lo menos, cuyas aguas cristalinas y delgadas se deslizan blandamente y sin ruido por entre espesas matas de berro de un montecito  arenoso que a  la de tres ó cuatro estados, acompaña inseparablemente la lengua y bordes de agua, como cuarenta pasos distante de ella, yendo en disminución hacia el Poniente hasta  que desaparecer junto a  la desembocadura del río Tinto.

        Un cuarto de legua antes de divisar la torre se ven grietas y señales verdinegras, verdes y amarillentas a lo largo de la falda del montecillo, que indican los vestigios que las aguas al pasar del material de que venían cargadas.

       Si abandonando la orilla del mar, se camina derecho hacia el Norte; siguiendo la línea recta del callejón que se junto al manantial, se dejará a la derecha una mina de “Sulfato de hierro” de tres cuartos de legua en cuadro, en cuyo centro hay otra de un cuarto de legua más rica de hierro, y se encontrará a las tres leguas un borbotón de agua de la misma especie que la del arroyo del Loro, que sale a la raíz de dos gruesos pinos que están juntos, el cual dirigiendo su raudal por entre los dos, se esconde bien pronto bajo tierra.

         Otro grueso caño de esta agua (la misma, ó de la misma especie, al parecer) salta a una legua de distancia del que acabo de describir hacia el Oeste que dando vueltas y rodeos, y siendo ya de algún uso a un pueblo inmediato llamado Palos, descarga en una cala, que entras tierra a dentro, a media legua del río Odiel.

        Las aguas de todos estos manantiales son delgadas, claras, subdulces, ligeras, y apreciables. Aunque no me conste de su utilidad en baño, tengo sí observaciones de sus maravilloso efecto, tomadas en uso interior, para las obstrucciones, caquexias, dolores y debilidad de estomago sobre todo, en cuyos desordenes, como los de las entrañas de bajo vientre, son de un poderoso auxilio, y debe esperarse mucho de ellas.

               Cuando en el año del Señor de 1.793 descubrió mi padre al pasar las circunstancias que le llevó expresadas del arroyo del Loro, las furias de un invierno cruel, ni el lastimoso espectáculo de los males producidos por la altivez de las olas que echaban a la orilla mísero náufragos y  restos de barcos desechos, pudieron retraerlo de escudriñar los vegetales que acompañaban y habitaban estos lugares.

           Uno de ellos enterrado casi en la arena, sin flor, de hoja pequeña, recortada, y de sabor de anís, llamó sobre todo su atención, que guardado, y perdido después en los penoso y  dilatado del viaje, ha sido imposible volver a encontrar, a pesar de la exactitud con que se ha buscado, habiéndose hecho dos viajes para este fin. Bien que se sospecha sea propio de aquella estación, y no de la ardorosa en que en vano ha sido procurado.

    Deseaba yo haber a la manos un pedazo del mineral para hacer su análisis. La ocasión de pasar por el sitio de él en día 18 de Septiembre de 1801 me inspiraba alegría, satisfecho de procurármelo. Pero los riesgos a que vida estuvo expuesta por la ferocidad de unos desertores que con armas en mano, me obligaron a desamparar aquel lugar, habiendo solo vuelto a reconocerlo, y tomado avisos de un anciano, único morador de aquel desierto.

              Espero con todo algún día poder dar razón exacta de todo lo concerniente a este asunto. Sirva en el interés esta noticia a los naturalistas, y si algunos tuviere ocasión de reconocer y examinar este misterioso paraje, le protesto que hallará cosas grandes, en especial, vegetales apreciables. Ni dejará de ser útil, sino ahora, en algún tiempo, a la salud de nuestros semejantes.

         Señor Diarista, si como espero, tiene Ud. A bien de insertar en su periódico el presente aviso, no debe dudar de mi gratitud, como la de las almas sensibles y patrióticas.

      En Madrid en el día 16 de Septiembre del año de 1802.

      Por don J. A. Villalba: Oficial de Ingenieros Zapadores.

 

José García Díaz.