Corría el año de
1981, cuando el jueves 19 de noviembre, recogía la siguiente noticia en el
diario Odiel: Buscadores de oro en los ríos de León, como se hacía en la mina
de “Arena Aurífera” de este pueblo de Bonares, hace 120 años atrás en el Río
Tinto de este término.
Donde cada día se
batea trescientos Kilos de tierra del río para dejar siete kilos escogidos de
los que se extrae un gramo de oro.
De momento no
resulta rentable el trabajo, pero confía en encontrar más cantidades mayores de
oro.
El nombre de esta
persona es de Antonio, y es uno de los pocos bateadores que aún queda en
España. Durante ocho horas diarias en batear toneladas de tierra con una criba
que más bien se asemeja a un sombrero chino, con el objetivo de encontrar
pepitas de oro; donde hay que dejar trecientos kilos de tierra en solamente en
siete. El resultado es, de momento, poco rentable dado que solo se saca un
gramo de oro al día.
Alguien podría
haberse imaginado, aquí nos encontramos en las lejanas tierras del cine
americano, contemplando a un aventurero que ha buscado riquezas. Nada de eso,
nos encontramos en Castrillo de la Valduerna, a veinte kilómetros de Astorga,
la capital de la Maragatería leonesa.
En la foto
tenemos expuesta, el hombre que vemos en la foto de este diario hace la labor
de un “técnico”, un bateador con muchos años de oficio, contratado por la
empresa Río Tinto, que lo ha traído a León desde sus tierras cordobesas para buscar
oro.
Tampoco está solo, ocho
hombres de la misma empresa lo acompañan con contrato de seis meses, más dieta
de traslado para su alojamiento, aunque a todos les guía un cierto afán de
aventura al elegir un trabajo en que la técnica y la suerte se guiñan de
frente.
De cualquier forma. Al
llegar a las instalaciones a uno le asalta la duda de un posible retroceso en
el tiempo, Las técnicas de prospección es la búsqueda del oro no son
diferentes, a primera vista, de lo que todos hemos visto en el citado cine
americano. Una vez separadas las piedras de la tierra, ésta se deja caer por un
canalillo de madera por el que discurre un reguero de agua. Este viejo sistema utilizado
por los romanos hace dos mil años en estas mismas tierras. La tierra y piedras
han sido arrancadas dejando unos hoyos de hasta cinco metros de profundidad,
hasta que se encuentran las arcillas rojas, bajo las cuales no hay posibilidad
de riqueza.
De
todo el pozo, varias toneladas que se extraen con excavadoras, se obtiene en el
canalillo un concentrado de minerales pesados que suponen unos doscientos
kilos. Antonio será el encargado a continuación de batearlos en el río Duerna.
Se desconoce la
cantidad, pero oro existe. La demuestra las minas y diversas excavaciones que
dejaron los romanos en la Sierra huelvana, como en la zona del río citado de
Duerna. Sino en Las Omañas, e Eria, el Sil, etc. La Legión VII romana, que
después daría lugar el nacimiento de la capital leonesa y su nombre al
asentarse entre los ríos Esla y Barnega, levantó su campamento en Astorga y
recorrió palmo a palmo el terreno, de río a río, construyendo explotaciones de “arenas
auríferas” en toda la geografía de la zona.
Mientras observamos el proceso de búsqueda del
oro, se encuentra una pepita de ciento diez miligramos, valorada en unas ciento
cuarenta pesetas. Pero estos nueve hombres no se desaniman. Se trata, en
principio, de meras prospecciones.
Los cinco kilos en
que Antonio ha dejado convertido los doscientos kilos de minerales son llevados
al laboratorio, donde se les añade agua y mercurio, removiendo la mezcla en un
recipiente. El mercurio tiene la propiedad de absorber el oro que se libera de
todas las impurezas que le acompañan.
Se separa esa mezcla
de mercurio y oro, conocida como “esponja de oro” y se introduce en un crisol
para ser fundida dentro de un horno pequeño. Donde se le pone encima plomo para que
al fundirse arrastre todas las impurezas que aún quedan y que serán chupadas
por los poros del crisol. El resultado de todo este proceso será una bolita
redondeada de un gramo: es oro. El trabajo de un día entero.
La cantidad es
pequeña, naturalmente. Pero se tiene la esperanza de que algún día estos
trabajos puedan ser rentables.
Hace unos años, cuando este metal valía a 35 dólares la onza,
era una aventura sin salida, y por esa razón se abandonaron unas primeras
prospecciones iniciadas en 1970. En enero de 1980 pasó su precio a 800 dólares
la onza y en la actualidad se ha colocado a pocos más de 400. Todavía puede ser
rentable la investigación.
La otra cara de la
historia está en las gentes de este pueblo de Castrillo de la Valduerna y, en
general de estos pueblos maragatos, medio abandonados por el fenómeno de la
emigración de los primeros años de la pasada década. Para ellas es todo un
acontecimiento tener buscadores de oro en sus calles y en sus bares. Todos los
pueblos han visitado ya las instalaciones en alguna ocasión y, aunque apenas
alguno conoce sus nombres, todo saben en cada momento qué lugares investigan y
los resultados. No hay que preguntar por los hombres de Río Tinto.
Pregunte, si desea visitar la zona, por “los hombres del oro”
¡Ah! Están ahí cerca, pasando el puente, le contestarán.
Por Fernando Aller. José García Díaz,
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