lunes, 24 de noviembre de 2025

Buscando oro en el río, sufragado por Minas Río Tinto..

                                                                                 


    

                                                                  

     Corría el año de 1981, cuando el jueves 19 de noviembre, recogía la siguiente noticia en el diario Odiel: Buscadores de oro en los ríos de León, como se hacía en la mina de “Arena Aurífera” de este pueblo de Bonares, hace 120 años atrás en el Río Tinto de este término.

     Donde cada día se batea trescientos Kilos de tierra del río para dejar siete kilos escogidos de los que se extrae un gramo de oro.

     De momento no resulta rentable el trabajo, pero confía en encontrar más cantidades mayores de oro.

   El nombre de esta persona es de Antonio, y es uno de los pocos bateadores que aún queda en España. Durante ocho horas diarias en batear toneladas de tierra con una criba que más bien se asemeja a un sombrero chino, con el objetivo de encontrar pepitas de oro; donde hay que dejar trecientos kilos de tierra en solamente en siete. El resultado es, de momento, poco rentable dado que solo se saca un gramo de oro al día.

       Alguien podría haberse imaginado, aquí nos encontramos en las lejanas tierras del cine americano, contemplando a un aventurero que ha buscado riquezas. Nada de eso, nos encontramos en Castrillo de la Valduerna, a veinte kilómetros de Astorga, la capital de la Maragatería leonesa.

      En la foto tenemos expuesta, el hombre que vemos en la foto de este diario hace la labor de un “técnico”, un bateador con muchos años de oficio, contratado por la empresa Río Tinto, que lo ha traído a León desde sus tierras cordobesas para buscar oro.

    Tampoco está solo, ocho hombres de la misma empresa lo acompañan con contrato de seis meses, más dieta de traslado para su alojamiento, aunque a todos les guía un cierto afán de aventura al elegir un trabajo en que la técnica y la suerte se guiñan de frente.

   De cualquier forma. Al llegar a las instalaciones a uno le asalta la duda de un posible retroceso en el tiempo, Las técnicas de prospección es la búsqueda del oro no son diferentes, a primera vista, de lo que todos hemos visto en el citado cine americano. Una vez separadas las piedras de la tierra, ésta se deja caer por un canalillo de madera por el que discurre un reguero de agua. Este viejo sistema utilizado por los romanos hace dos mil años en estas mismas tierras. La tierra y piedras han sido arrancadas dejando unos hoyos de hasta cinco metros de profundidad, hasta que se encuentran las arcillas rojas, bajo las cuales no hay posibilidad de riqueza.

     De todo el pozo, varias toneladas que se extraen con excavadoras, se obtiene en el canalillo un concentrado de minerales pesados que suponen unos doscientos kilos. Antonio será el encargado a continuación de batearlos en el río Duerna.

   Se desconoce la cantidad, pero oro existe. La demuestra las minas y diversas excavaciones que dejaron los romanos en la Sierra huelvana, como en la zona del río citado de Duerna. Sino en Las Omañas, e Eria, el Sil, etc. La Legión VII romana, que después daría lugar el nacimiento de la capital leonesa y su nombre al asentarse entre los ríos Esla y Barnega, levantó su campamento en Astorga y recorrió palmo a palmo el terreno, de río a río, construyendo explotaciones de “arenas auríferas” en toda la geografía de la zona.

                                                   


                   

     Mientras observamos el proceso de búsqueda del oro, se encuentra una pepita de ciento diez miligramos, valorada en unas ciento cuarenta pesetas. Pero estos nueve hombres no se desaniman. Se trata, en principio, de meras prospecciones.

     Los cinco kilos en que Antonio ha dejado convertido los doscientos kilos de minerales son llevados al laboratorio, donde se les añade agua y mercurio, removiendo la mezcla en un recipiente. El mercurio tiene la propiedad de absorber el oro que se libera de todas las impurezas que le acompañan.

   Se separa esa mezcla de mercurio y oro, conocida como “esponja de oro” y se introduce en un crisol para ser fundida dentro de un horno pequeño. Donde se le pone encima  plomo para que al fundirse arrastre todas las impurezas que aún quedan y que serán chupadas por los poros del crisol. El resultado de todo este proceso será una bolita redondeada de un gramo: es oro. El trabajo de un día entero.

    La cantidad es pequeña, naturalmente. Pero se tiene la esperanza de que algún día estos trabajos puedan ser rentables.

Hace unos años, cuando este metal valía a 35 dólares la onza, era una aventura sin salida, y por esa razón se abandonaron unas primeras prospecciones iniciadas en 1970. En enero de 1980 pasó su precio a 800 dólares la onza y en la actualidad se ha colocado a pocos más de 400. Todavía puede ser rentable la investigación.

    La otra cara de la historia está en las gentes de este pueblo de Castrillo de la Valduerna y, en general de estos pueblos maragatos, medio abandonados por el fenómeno de la emigración de los primeros años de la pasada década. Para ellas es todo un acontecimiento tener buscadores de oro en sus calles y en sus bares. Todos los pueblos han visitado ya las instalaciones en alguna ocasión y, aunque apenas alguno conoce sus nombres, todo saben en cada momento qué lugares investigan y los resultados. No hay que preguntar por los hombres de Río Tinto.

Pregunte, si desea visitar la zona, por “los hombres del oro” ¡Ah! Están ahí cerca, pasando el puente, le contestarán.

Por Fernando Aller.   José García Díaz,

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