Por el Ingeniero de Montes, don Luís
Moreno y García. Sobre la desecación de las marismas de Huelva.
En Madrid el
29 de marzo de 1881.
En el célebre monasterio de la Rábida, que se levanta en no
muy elevado otero donde concluyen los ríos Tinto y Odiel al Sur de Huelva,
tiene como principio la “Costa de
Castilla” que se extiende hasta la desembocadura del Guadalquivir, frente a
Sanlúcar de Barrameda. Cierra por Sur un extenso territorio, poco conocido, y
menos estudiado, en el centro lo forma una extensa faja de pinares de la
especie Pinus Pinea, menos propia de
esta latitud, clima y suelo que la maritíma
o pinaster que mezclada de alcornoque y acebuches, pertenecen los pueblos
de Moguer, Lucena del Puerto, Almonte e Hinojos, de esta provincia y limitando
al Este y Oeste por las marismas arcillosas del Guadalquivir y las silíceas de
Huelva.
Este extenso
desierto, de unos 70 kilómetros de longitud y 15 de anchura, no tiene
actualmente población alguna ni aun vivienda de ninguna clase. La más espantosa
soledad reina en aquella verdadera pampa española, no animada por las esquilas
de los ganados, los cánticos de los labradores ni aún los trinos de las aves
cantoras; es el silencio del Sahara se percibe allí constantemente, alterado
tan solo por el ronco estridor de las olas del mar batiendo la costa.
Su suelo es poco
accidentado; llanuras extensas con algunas colinas de ancha base, las cuales,
eslabonándose, forman ondulaciones que se levantan poco metros sobre el nivel
del terreno, y cierran depresiones en que se acumulan las aguas de lluvia para
formar lagunas, charcos y turbales, que al desecar por la acción del calor
llenan el aire de emanaciones palúdicas, productoras de las fiebres perniciosas
a cuyo destructor influjo no escapa el que se aventura en aquellas regiones
alguna temporada.
En la parte
austro—oriental, en una extensión de más de 40 kilómetros de longitud a lo
largo de la costa, la acción de las aguas del mar acarreando materiales
silíceos, mezclado con resto de conchas, combinada con la energía del viento,
ha dado lugar a la formación de cerros cónicos de arena, que, unidos por sus
bases, forman un dédalo inextricable de montículos cuyas cimas volcadas por el
viento huracanados, que sopla frecuentemente del África, adquieren un muy
marcado movimiento de avance al interior, siendo conocido en el país este
territorio, así formado con e nombre de las “Arenas
Gordas”; y los montes arenosos de alguna extensión tiene nombres como los
de Médano de la Retuerta, Charco del
Toro, etc. que son otra cosa sino los que los franceses llaman duna, por
ignorar los nombres de médano, mégano y
medaño en nuestro país tienen estas formaciones.
En estos médanos,
formado de arena fina, con exclusión de arcilla y calizas, solo vegetan algunos
pinos piñoneros, P. Pinea L., raquíticos en general, unos casi enterrados en la
arena, que no presentan al exterior más que sus copas de color verde oscuro,
otros hundidos hasta las bifurcaciones de sus ramas madres, raros ejemplares de
enebros y espinos, algunas matas de jaguarzo, cantueso y brezos, especialmente
en las inmediaciones de los tollos,
agujeros circulares en cuyo fondo existe agua cenagosa y fétida.
El resto de esta
estéril comarca, no ocupada por los médanos, está constituida por un suelo
arenoso también, con poca arcilla, menos caliza, y casi ningún mantillo, que
son los cuatros elementos esenciales de los suelos laborables; pero en muchos
sitios descansa sobre un subsuelo excesivamente arcilloso, y por tanto
eminentemente impermeable al agua, circunstancia preciosa para con el auxilio
poderosa de la agronomía poder dedicar al cultivo agrario permanente en tan
vasta región, cuando la iniciativa particular o empresa potentes piensen en tan
lucrativo asunto.
Como en todos los
suelos arenosos el calor obra aquí sobre la arena, cuerpo muy reflector, pues
que cada faceta de las que presentan el deformado cristal silicio es para la
onda de calor un espejo, y de la infinita serie de reflexiones ejercidas sobre
ellas, se forman a muy pequeña altura del suelo focos que, elevando la
temperatura de la capa aérea inferior, producen la desecación del aire y la
muerte de las plantas.
Además, el aire
atmosférico, así como los productos resultantes de la descomposición de las
sustancias animales y vegetales que el suelo activo puede contener, no son
retenidos en el, por su permeabilidad, para contribuir poderosamente a la
nutrición de las plantas, pues sucede que gases y vapores les abandonan y se
difunden en el aire, pasando a las capas superiores fuera del alcance de las
plantas.
Por lo cual este
suelo es excesivamente suelto, seco, muy permeable para con el agua, el aire y
los gases procedentes de la descomposición de las materias orgánicas, y con
todos los caracteres comunes a los arenosos, y sería completamente impropio
para el cultivo agrario permanente, a no ser por clima benéfico de la Bética, en
que se halla, y por la propiedad citada de descansar sobre un subsuelo
arcilloso, de cuya cualidad participa en diversos lugares el suelo inerte.
Lo dicho hasta para
deducir la pobreza de su flora. Algunos alcornoques en el coto de Doña Ana, o
Doñana; escasos ejemplares de pinos, no porque las condiciones del terreno no
se presten para la vegetación de este árbol, verdadera providencia de tales
terrenos, como lo prueban los magníficos ejemplares del pino de la Corona, cuyo
tronco mide tres metros de circunferencia, el Torice o del padre Céspedes, de
cinco metros, y varios otros que se ven en
el monasterio de la Luz y dehesa del Estero; si no por la mala voluntad
e incuria de los hombres; variadas especies de planta del género Cistus, algunos brezos, retamas,
enebros, zarzas, helechos y gamones en las inmediaciones de los charcos, son
los vegetales que se encuentran en aquellos solitarios sitios.
Las condiciones del
suelo, clima y situación de esta región, la hacen apta para vegetación del pino
negral o marítimo, en primer lugar, que podía transformar las vastas soledades
de los médanos en verdaderos vergeles, como se ha hecho en las Landas de
Burdeos. La vid encontraría fuera de los médanos, admirables condiciones para
desarrollarse, rindiendo buenos beneficios a los plantadores, que tendría fácil
salida a productos por los puertos de Huelva, Palos y Sanlúcar de Barrameda,
obteniéndose seguramente frutos análogos a los que recolectan en los limítrofes
términos vecinales de Hinojos, Almonte y Moguer, que se exportan como de Jerez.
El olivo vegetaría
admirablemente en muchos pagos, como lo prueba al existir lozanos y robustos
algunos ejemplares de acebuche u olivo silvestre en varios sitios de la
comarca, especialmente si se aprovecharan para cultivo los puntos más a
propósitos; y en general, todos los árboles propios de las zonas templadas,
renderían productos notables, con lo cual no solo aumentaría la superficie
agrícola de España con algunos miles de hectáreas, si no que, poblando aquellos
solitarios lugares, cubriendo el blanco suelo de verdes plantas, e impidiendo
el avance hacia el interior de las invasoras arenas de los médanos, se
modificaría en parte el clima extremadamente seco de la parte meridional de la
provincia de Huelva, y occidental de la de Sevilla.
Para obtener tan
grandiosos resultados, no puede prescindirse del concurso de la ciencia
agronómica, que es la que enseña a dónde y cómo se han desecar las lagunas y
turberas; en que terrenos se deberán aplicar los avenamientos o drenajes para
sanearlos; cuando se emplearan los arados subsuelos para hacer des fondos los grandes de vertederas para mezclar la arcillas que constituyen la capa
impermeable con el suelo activo e inerte y para transformar las arcillas,
insalubres y triste llanuras de que nos ocupamos, en fértiles, pintorescos y
productivos vergeles. Vasto campo es el que señalamos a la actividad de las
grandes empresas agrícolas, que es seguro se constituirán en nuestro país, para
explotar con gran provecho nuestro no muy atendido suelo, así como iniciativa
particular, y si conseguimos llamar la atención hacia aquellas extensas
soledades de la costa de Castilla marismas de Doñana, daremos por bien empleado el tiempo que, en las vacaciones de
nuestro territorio, defiriendo gustosos a las excitaciones de nuestro
queridísimo y respetable maestro y amigo Sr. Abela, que nunca ceja en el
generoso y noble afán de alentar a los que nos dedicamos al difícil estudio de
la ciencia agronómica.
José García Díaz.
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