martes, 19 de septiembre de 2017

Niebla y sus antiguas leyendas.

                                              


                                 La terrible historia de un bastón.
          
            Para don Ildefonzo Prieto, Ingeniero de Minas.

      Según las populares leyendas medievales, como los cuentos de viejas, aderezados con su sal y pimienta, en el siglo XIII, sin fijar fecha, el monarca de Castilla, Alfonzo XI, el que ganó a los moros la célebre batalla del Salado, y confirmó a la antigua ciudad  de Niebla los privilegios reales de sus antecesores, durante su edad juvenil, fue muy dado a la caza mayor y peligrosa, según era entonces general costumbre, para aficionar los reyes y poder afrontar mejor las proezas de la guerra.
       Por aquellos tiempos, a raíz de la conquista de Niebla por Alfonzo el Sabio, la ciudad se hallaba rodeada de intensos bosques cubiertos de zarzales y maleza, donde se criaban animales fieros, lobos, jabalíes, venados y enormes serpientes, a las sombras y amparo de los corpulentos y espesos castaños, que dominaban la extensa región, entre el arroyo moro, llamado Lavapiés, por la antigua costumbre de los islamistas de bañarse frecuentemente los pies y en el caudaloso Candón, sin olvidar su estiaje de aguas dulces, estaba constreñido por largas, frondosas y ásperas alamedas de verdes chopos, cañaverales, mimbres corpulentos, abedules altísimos y espesos zarzales, donde también se daba innumerable caza menor.
       Así las cosas, empezó a propagarse el temor y terror de los habitantes de la ciudad, que salían al campo y se dedicaban a la caza, por haberse aparecido y visto en los matorrales una terrible serpiente de varios metros, de abigarrados colores, que atacaba denodadamente a hombres y animales a quienes ocasionaba la muerte a consecuencia de las mordeduras venenosas.
     Se decía también que varios niños, que se habían alejados imprudentemente de la ciudad, pastores y rebaños, habían sufrido sus mortíferos ataques.
        En la ciudad de Niebla reinaba la consternación por tan medrosos sucesos.
       Estando a la sazón en la ciudad de Niebla, los Condes, en su poderoso y señorial castillo, y, haciéndose eco del clamor del pueblo, invitaron a todos los caballeros, los cuales decidieron llamar al joven monarca Alfonso XI de Castilla, a la original y terriblemente extraña cacería de la serpiente.
       No se hizo mucho de rogar el monarca, y a primeros de Junio, coincidiendo con la festividad del Santo Patrón de la ciudad del Santo Patrón de la ciudad San Walabonso, se presentó sin esperarlo en ella, acompañado de buen número de señores feudales, incluso su favorito el noble Señor, llamado Garzón, ávidos todos de asistir a la temerosa excursión cinegética, que exigía gran valor y energía para tal cometido.
    La temible y poderosa serpiente, según versión pública y por referencia de los que la habían podido ver, era de la familia de los Naja, una Cobra terrible de cinco metros de longitud, como las que se criaban en Asia, África y las Indias, que atacaba a los caballos y a sus jinetes, y a todas clase de animales, que morían a consecuencia de su fatal veneno, para el cual no había curación posible conocida, dada su rapidez.
     Más, antes de proceder a la temible y expuesta cacería, se nombraron hombres expertos y prácticos que, vestidos con armaduras y celadas y llevando los caballos gualdrapas de los mismos y cubiertas sus patas con correas de cuero, se dirigieron a explorar la guarida de la feroz serpiente. Esta fue vista en las intrincadas espesuras del fértil arroyo de Lavapiés, al sitio que hoy llamamos Jareta, teniendo enroscado en sus mortales anillos un ternero como de un año, a quien había dado muerte.
        Dado aviso al Monarca, dispuso éste que fueron incendiados los pastos de aquellos sitios, con objeto de   que el animal se presentara en campo más llano para poderla batir.
   El primero que iba en la expedición era el Monarca, con sus arcos y armaduras, siguiéndoles numerosos caballeros, con sus correspondientes mayas y celadas y numerosos escuderos con largas lanzas y muchos perros de casería.
      No se hizo mucho esperar el horrible encuentro pues, acosada la serpiente por el fuego y el es trépido de los caballos, con  los ladridos de los perros, salió aun llano, pero tan valiente que acometió a un gran mastín y después al caballo de un jinete, dejándolos fuera de batalla, con sus venenosas mordeduras, por fortuna, los lebreles y escuderos, que eran de gran número, con sus cortantes espadas, en medio del griterío y confusión lograron cortar la cabeza a la serpiente feroz, que llevaron después a rastrando y en triunfo antes las huestes de Alfonzo XI, no cansándose de mirar al temible reptil, diciendo ser esta la única cacería que había tenido de esta clase de alimaña.
     La llegada al pueblo, después del triunfo, fue divertida y emocionante, por las peripecias que había  tenido el acto; las murallas se vieron repletas de gente, como en tiempos de guerra, y cada cual comentaba el suceso como mejor le parecía.
   Se cantó un Teúm por el rey y todos los caballeros y se dieron gracia a San Walabonso por el feliz éxito y la liberación de la ciudad del gran peligro para la vida de sus habitantes, viéndose llena de gente la iglesia de Santa María.
    Después el Monarca, Alfonzo XI, por primera providencia, con la debidas preocupaciones, mandó que desollaran la horrible serpiente, a la presencia del pueblo, que la contemplaba aterrado, y se conservaran hasta que se secasen y dureciesen, todos los anillos de su espina dorsal o columna vertebral, para hacer bastones, para sus favoritos o amigos, en recuerdo inolvidable de la curiosa cacería, lo cual se verificó.
      Pero de los mejores anillos de la serpiente, solo se pudo sacar un solo bastón, que un hábil herrero logró enlazar perfectamente y que el monarca donó después a su estimado favorito el señor Garzón, que mucho vieron también en el palacio del monarca que quedó asimismo muy complacido de tan curiosa cacería regia de la que tuvo recuerdos toda su vida.
      Más, andando el tiempo.. el Monarca castellano, como se ha dicho, regaló el interesante bastón a su ya indicado favorito, el caballero Sr. Garzón, el cual quedó presto a un individuo de su familia, que fue nombrado Virrey del Perú, siendo admirado en aquellas regiones por su singular historia, llena de terror y asombro.
        Más tarde, al volver a la ciudad de Niebla, el susodicho Virrey del Perú, el curioso bastón fue depositado en el Monasterio de Santa María de la Rábida y entregado a los padres franciscano, que lo enseñaban a los turistas y visitantes hasta el año de la exclaustración, en el año de 1835, en cuyo año el bastón volvió a poder de su dueño, los señores de Garzón, vecino de Onuba.
          Se cree que el pergamino original de esta curiosa leyenda pueda estar en el Archivo histórico de la ciudad de Niebla, pues la copia del original se ha extraviado, a la muerte del virrey del Perú, que falleció en la ciudad de Niebla a poco después.
       Otros suponen que el extraño bastón es de la espina dorsal de un temible tiburón que subió desde el mar por las aguas dulces del Tinto, hasta el puente romano de Niebla, donde fue cazado. Merecía la pena ser examinado por los técnicos y donarlo al Museo Arqueológica Nacional o a la Colección del Sr. Duque de Veraguas, que se interesa por él.
        Tiene empuñadura de marfil y está primorosamente en garzado en fina y artística         vara de hierro con regalón de lo mismo. Vale la gana de verlo.

Cristóbal Jurado  Archivero Niebla.                                                                                                                                                    
    José García Díaz-
  

  

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