lunes, 25 de julio de 2016

Jurado, la Virgen y la serpiente.

                                                         


        La Iglesia cantó siempre la Concepción Inmaculada de María; pero además esta fiesta ha resumido las tradiciones y leyendas del cristianismo y de la humanidad, como arca divina de las conclusiones de la nueva alianza.
     La mujer quebrantará tu cabeza, dijo Jehová, en el paraíso a la  serpiente tentadora, y desde entonces esta profecía aparece como sombra disfrazada en el culto del árbol y la serpiente de todas las religiones primitivas de la humanidad.
        Los proscritos del Edén y sus hijos hicieron legar este aliento divino a Noé, que lo comunicó a Sem, depositario de la fe, y este en su larga vida, lo llevó hasta los patriarcas de Israel; difundiéndose, algo alterado, por todos los pueblos de la Turia. Y así la adoración del árbol y la serpiente se practicó en el antiguo Egipto, en la India, en Fenicia, en Babilonia, en Grecia y en Italia, como consta por los testimonios de Herodoto, Tertuliano, Eusebio, Páusenlas y Propercio. Y actualmente se practicas en las tribus salvajes de Asia, África, América y Oceanía; sin olvidar los vestigios hallados en la China, Guinea, Persia, Abisinia, Tíbet, Ceilán y Australia.
        Cuando el explorador Álvarez y los españoles pasaron del Paraguay al Perú, hallaron en un bosque el templo de la serpiente adorada por los indígenas; la cual se alimentaban de carne humana; del cuerpo de un buey y de diez vara de larga; que daba rugidos espantosos.
      La tradición de la mujer y la serpiente era también conocida por los pápanos de Méjico antes de la llegada de Hernán Cortés.
       También las antiguas leyendas rusas, coleccionadas por Rojviez y Afasaief, como reminiscencias de las tradiciones paradisiacas, afirman que las serpientes son guardianes de las jóvenes extraviadas en los campos; y vaticinan con sus silbidos tesoros escondidos al pie de los viejos robles que caen hacia Oriente.
        Las tradiciones persas afirman que Ahriman, el genio del mal, sedujo a los primeros padres de los hombres en forma de culebra. Y los iroqueses creían que la primera mujer fue engañada al pié de un árbol corpulento, incurriendo en la cólera de Dios.
    Los Brahmanes colocaron en su Chorcán o paraíso el árbol de la inmortalidad. Y los Tártaros y Tibetanos, que los frutos del árbol que originó la caída de Adán eran dulces como la miel y blanco como el azúcar. En cambio en todo el Oriente dan a la granada el nombre de fruto del árbol del paraíso. Mientras que los antiguos colocaban en el jardín de las Hespérides las manzanas de oro.
      Dios mandó a Moisés que exaltara la serpiente en el desierto para salud del pueblo hebreo; y los romanos oyeron extasiados por boca de la sibila de Cumas el triunfo de la Virgen, que pariría al restaurador de los siglos de oro y vencería a la serpiente. Y que el poeta Áulico de Virgilio cantó estos versos:
                     El orbe regirá que con proezas
                En grata paz dejó el paterno brazo:
                La sierpe morirá; sin el veneno
                La yerba crecerá; y en el regazo
                De la fértiles comarcas de la Asyría
                Aromas brotaran sin embarazo.
        Los primeros cristianos aceptaron la tradición y la embellecieron, mirando en la serpiente la imagen del Salvador, que dijo en su Evangelio: "Sed prudentes como la serpientes y sencillos como las palomas". Y en sus bazos, báculos, lámparas, anillos y sepulcros dibujaron la serpiente de Moisés, figura de Cristo para la salvación del pueblo cristiano, según  San Juan.
       En una pintura de las catacumbas se nota al divino Orfeo, Jesús, cantor maravilloso, que , al sonido de la lira de la gracia, amansa a las fieras y a la serpiente humana.
      Durante toda la Edad Media, en los Crucifijos y en las miniaturas de las Biblias Moralizadas de los Pobres, aparece la serpiente de Moisés. Adorándose en la basílica de San Ambrosio en Milán la serpiente de metal colocada sobre una columna de mármol rojo, que trajo de Constantinopla el arzobispo Arnulfo.
      Actualmente, debido a la sabiduría de la iglesia, vemos en María Inmaculada a la nueva Eva victoriosa con Cristo, que ha sustituido a la vieja Eva, vencida por la serpiente, dando la vida al pié del árbol de la cruz, allí, donde antes se había originado la muerte.
    Cantamos a la mujer vestida del sol de la gracia, no mancillada por el dragón infernal, y cuyo nombre bendito se grabó por la sibila de Cumas en las hojas de un árbol sagrado, génisis de la paz, muerte de la serpiente y del pecado y fulgor de la vida y resurrección.
    Debido a esto, los diáconos en la Edad Media, con trajes de sibilas, anunciaban desde el púlpito la noche de Navidad la victoria de la Virgen sobre la serpiente infernal, cantando la palabra de Virgilio: "Ya vuelve la Virgen; y se alejan los reinados y el poder de Saturno."
      Cantamos en María Inmaculada el árbol maravilloso de Gesse, lleno de flores y frutas, figura, según Isaías, de la nueva Eva y el Masía. Así vemos en una pintura mural de San Severino de Venecia a la Virgen que sale del tronco de un árbol, plantado en el regazo de un hombre. En el célebre cuadro de la Gamba en Sevilla, a los lados del árbol símbolo, sobre cuyas ramas aparece María, se ven Adán y Eva. Lo propio se observa en la Custodia de oro, llamada de Gese en la Catedral de Augsburgo.
    Por eso las imágenes de María Inmaculada lleva las serpientes a sus pies, con la simbólica manzana en la boca, para dar entender a las gentes que las palabras de Jehová en el Paraíso se ha cumplido, aplastando la serpiente del infierno y del pecado; y que si no comiésemos del sol de Cristo, simbolizado por el dorado fruto de la manzana, parecemos eternamente en las fauces del dragón del Apocalipsis.

   Por Cristóbal Jurado, párroco de Niebla.

    Se vuelve a publicar de nuevo en el Diario de Córdova el día 15 de Enero de 1918, y como siempre en la primera página.




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