Hace unos años,
estando una tarde en casa de mi amigo y profesor arqueológico, don Cristóbal
Jurado (q.c.p.d.), presbítero de la ciudad de Niebla, hombre de
gran cultura y sabiduría y que dedicó una parte de su vida a las Ciencias
Arqueológicas, me dijo que la habían avisado unos trabajadores que en el sitio
de este término municipal llamado “Estación de Sevilla” (actualmente la de
Bonares y Rociana), un compañero de trabajo, cavando en una viña, se había
encontrado grandes y enormes sillares que denunciaban la presencia en aquellos
lugares de viejas edificaciones.
Por hacer calor,
esperamos que fuera más tarde y nos dirigimos los dos a dicho lugar, el como
profesor y yo como alumno, comprobando la veracidad del hallazgo.
Con grandes
esfuerzos levantamos algunas piedras y pudimos observar que contenía restos
humanos, por lo cual se dedujo que eran sepulturas. Las sepulturas encontradas
fueron tres.
De su tosca
construcción y primitivos materiales empleados en su labor, sacamos como
consecuencia su remota antigüedad. Estas sepulturas podemos calcular que son
del último periodo de la dominación cartaginesa en la provincia de Huelva, o
principio de la época romana.
Las fosas estaban
construida a base de grandes losas de barro cocido, y además demostraban ser de
origen caldeo o babilónico, según manifestaba mi citado profesor.
Aproximadamente medía unos 70 centímetros de largo por 50 de ancho. En ellas se
hallaban colocados los cadáveres boca abajo, según los usos de la antigua
Babilonia, apoyándose el cráneo en un gran adobe que le servía de almohada.
Con gran cuidado
pudimos reconocer esto cadáveres, de los cuales dos eran de varones y uno de
hembra.
Cuando lo tocamos,
se desintegraron, por lo cual no pudimos tomar medidas de ellos ni sacar otra
cosa más, que la cabeza de uno de ellos, la cual
aparecía unida a la base del cráneo teniendo lo que actualmente llaman los
doctores “fractura conminuta. El otro, tenía hundido el temporal izquierdo, de
lo cual se dedujo que había sido producido por piedra lanzadas, con hondas, o
eran heridas recibidas en las guerras de aquellas edades.
Las tres fosas de
hallaban reforzadas de grandes ladrillos, formando un grueso muro, cubierta la
parte superior por piedras de sillería que revelaban ser poco más o menos, del
periodo dolménico o piedra del túmulo funerario.
En uno de los
cadáveres, mi profesor pudo comprobar que se trataba de un hombre de raza negra
africana, (iguales a estas sepulturas, y con las mismas características los
cadáveres, han sido encontrados en la finca que, en el término de Aljaraque,
posee la señorita viuda de don Cristino González, cuyo maxilar inferior de
tamaño no normal, se pudo conservar y lo conservó el ingeniero de minas, don
Federico Mayboll).
En la foto, el arqueòlogo Don Antonio García Bellido, en la finca donde apareció la Necrópolis era en aquel tiempo de mi tíos, y en donde algunos vecinos de Bonares, pudieron rescatar algunas vasijas que fueron reconstruida gozando de gran belleza.
Sobre la cabeza de
estas sepulturas estaba una pila de piedra con señales de grasa requemada,
suponiéndose sirviera de recipiente para depositar las carnes o corazón del
difunto.
Las grandes piedras
que cubrían las fosas eran adobes con agujeros, los que supusieron hechos para
poner en comunicación con la atmosfera el interior de las sepulturas, o tal vez
para darle salida a los espíritus de los muertos, o también para dar
respiración a las lámparas que quedaban ardiendo y que según sus creencias
servían par iluminar las almas de los difuntos en sus viajes a las regiones de
un mundo desconocido.
En los pies estaba
cuatro ladrillos formando especie de circulo y todos tenían gravados un segundo
circulo, que supusimos fuera un símbolo o imagen de la divinidad solar. También
algunas presentaban labores toscas en forma de X, labrada al parecer con los
dedos de la mano; pero lo que más nos llamó la atención es que algunos de los
citados adobes, aparecía la figura de la mano impresa y extendida, símbolo
mitológico de los cartagineses. (Según me comunicó uno de los ingenieros de
esta Jefaturas de Minas, igual o parecidos a éstos, se habían encontrado adobes
en las minas de Tharsis. Este señor me preguntó el significado de la mano y yo
le expliqué el símbolo cartaginés). Parece ser que es el mismo signo, que tiene
la estela votinea de Tharsis. Este señor me preguntó el significado de la mano
y yo le expliqué el símbolo cartaginés). Parece ser que es el mismo signo que
tiene la estela votínea de Tanit, en el templo de Cartago.
Según don
Cristóbal, la mano derecha extendida hacia el cielo o hacia lo desconocido,
representará el poderío de la divinidad y quiere decir protección y bendición.
Todavía los árabes, en algunas regiones, perpetúan estas viejas tradiciones,
colocando manos pintadas en las puertas de sus casas para alejar los
maleficios. El rito de la elevación de las manos a la Divinidad es de tradición
antiquísima. En el sepulcro del cadáver femenino apareció un objeto parecido a
la cabeza de mujer de mármol que recuerda las descubiertas en el Cerro de los Ángeles,
o sea, la Tamit cartaginesa.
Esta cabeza o cosa
parecida, fue recogida por mi profesor para llevársela a su museo, y me dijo
que con motivo de la próxima visita de una dignidad eclesiástica a Niebla,
pensaba dedicarle un artículo de esta hallazgo.
Por eso, al leer en
la prensa, la noticia de que habían sido hallado restos romanos en el subsuelo
de Niebla, no me llamó la atención.
Son muchos los que creen que los íberos, con el nombre de
tartesios, fueron los que fundaron la ciudad de Niebla, entre ellos Tolomeo, y
le dieron nombre que recordaba su país; pues no solo se llamó Ilipula Niebla
los tiempos, aproximadamente, de la fundación de Cartago.
Según el señor Martínez
en sus datos epigráficos, la palabra Ilipula, es de origen griego. Parece que
Tito Livio, al referirse en sus parajes a esta ciudad, dice que sirvió como
punto de avanzada para contener la invasión de los celtas lusitanos. Acercándonos
a los tiempos históricos, Plinio llama a Niebla Ilipula, los visigodos Elepla,
y los árabes Lebla.
Las monedas
encontradas datan de mucho tiempo después de la fundación de la ciudad, pues
según se desprenden le asignan unos 200 años a. de C. y son semejante a la
acuñada durante la segunda guerra púnica, siendo en dicha época cuando
estableció Escipión soldados en ola frontera del territorio español; época que
los tartesios aprovecharon para adoptar parte del lenguaje romano. Estos son los
orígenes que hasta ahora se saben de la milenaria ciudad de Niebla.
Por el profesor y Miembro de la Real Academia de la Historia don Antonio García Bellido.
José García Díaz.