En la memoria
del escritor don Miguel Lagares. En la Palma del Condado en Marzo de 1912.
Pedro el Cuervo
era el hombre más presuntuoso de su tiempo en toda la Comarca. Tocante en
amoríos y aventuras falderas, no había reunión ni tertulia en la que no metiera
su cuarto a espadas, diciendo siempre que era el que más mujeres había vuelto
locas en amores.
En los momentos
que nos encontramos, está en la taberna del tío Diego Moro, donde se reunía
gente alegre y aficionada a los lances de amor.
---Mira--- le dijo el
llamado el Cerote-- tu lo que tienes es mucha boca y mucho jumo, y todo se
queda en palabras.
---Nada de eso y lo puedo probar.
No hace ni una
semana que le pedí relaciones serias a una moza, que si le obligo un poco más,
se fuga conmigo.
---!Mentira hombre!-- le contestó uno de la reunión--¿Apuesta
la cena para todos los que estamos aquí presentes que no lo consigues?
---Convenido ni una palabra--replicó el Cuervo--Mañana a la
diez, en la calle de los Juncales.
La noche
siguiente a la discusión, era bastante fría y lluviosa. Andaba el Cuervo de
esquina en esquina bastante empapado, esperando que saliera su novia para
decidir la hora de la fuga. Al poco rato de la espera, apareció en el dintel de
una de una puerta la figura de la Nicolasa, que así se llamaba la novia.
---!Creí que no saldrías esta noche ¿Lo tienes todo
arreglado?
---En cuando mi padre se duerma te tiraré la ropa por la
ventana y enseguida saldré.
---Bueno, pero pronto, que hace un frío que hiela la sangre,
y voy a pillar una buena pulmonía.
En la esquina de
enfrente aparecieron los de la apuesta preguntando.
---Cuervo, como anda la cosa de la apuesta ¿ganas tú o
ganamos nosotros?
---!Gano yo! En estas historias no pierdo nunca, a caso no lo
sabéis.
Bueno, bueno, en la taberna esperamos.
Ya el Cuervo
iba perdiendo la esperanza mosqueado por todo lo mucho que tardaba en salir la
niña.
¿A qué pierdo la apuesta? se decía el hombre con media
pulmonía encima. ¿ Y la vergüenza y lo que dirán luego de mí en el pueblo? En
esto estaba, cuando sintió ruido y alzando la vista, vio a la Nicolasa en el
balcón.
----Oye, muchacho cuidado y espera un ratito.
Y al decir esto,
arrojó un voluminoso lío de ropas.
Brincaba el
Cuervo de alegría pensando en su triunfo y en la cena que ya pensaba ganada por
todo lo alto.
Lo que no pensaba
saber el pobre Tenorio es que todo aquello era una pura guasa. La Nicolasa
enterada de su debilidad en los amoríos, se la había jugado.
Después de arrojar
el lío, que solo contenía ropa inservible, se acostó a dormir tranquilamente.
El Cuervo andaba
de acá para allá con el fardo de ropa bajo el brazo, sin poderse explicar nada
de lo que ocurría.
Mientras tanto, la
noche pasaba y cada vez era más fría y el se encontránba empapado hasta los
huesos.
Un sereno, que
le había estado observando hacía rato extrañándole el comportamiento del tipo
aquel y pensando que fuera un ratero, lo condujo a pesar de sus muchas
protestas a la prevención, donde el pobre Cuervo maldijo mil veces su mala
estrella y la jugada que le había hecho la Nicolasa.
Desde entonces no
ha vuelto a ser más el Tenorio.
José García Díaz.