viernes, 20 de noviembre de 2015

"Noche de invierno"

        Como no nos gusta engalanarnos con plumas ajenas, empezamos por declarar que este cuento lo hemos leído hace  muchos años, en una publicación periódica de cuentos, anécdota, historietas amenas y sucedidos chistosos, que hace ya muchos años, casi a principios del siglo, veía la luz pública en Madrid.
         Andando los años, hace ya quince o veinte, hemos vuelto a leer un cuento igual o parecido, en un periódico madrileño.
         En ninguna de estas publicaciones decían el lugar donde ocurrieron los hechos que vamos a recordar y a referir para entretenimiento de nuestros lectores; más nosotros, revolviendo antiguos papeles y consultando la memoria de algún casi centenario archivo viviente en esta vetusta capital, sabemos que dichos acontecimientos ocurrieron en la misma Huelva.
       Era por esta época, así como a mediado de Noviembre,y poco más o menos el día en que el calendario portugués, entonces muy emboga en esta poblaciones, porque aseguraba que tenía mucho acierto, decía: "San Martín, mata o porco."
    En aquellos famosos tiempos, las prescripciones del almanaque, ya fueran religiosas, o ya se rozaran con la culinaria, se cumplían con escrupulosa exactitud; así no era extraño que las dependencias de cocina del convento de San Francisco rebosaran de actividad por la "matanza", pues aunque la comunidad solía traer todo el año la chacina para su consumo de la sierra, y mucha de ella de limosna a cambio de bendiciones, indulgencias, oraciones, jaculatorias, sermones, etc.., porque en esto de tomar por Dios para dar por Dios, se pintaban solos los buenos mendicantes, no dejaba de hacer en la época de ritual la clásica matanza; y eso que los franciscanos no eran tan célebres gastrónomos como los jerónimos, pero tenían mucha gente a quien mantener.
     Ya el gran Napoleón, cenando en el refectorio de un convento de franciscano, preguntando quién, a su juicio, había sido el general más inteligente, había dicho:- !Ese! señalando un retrato de San Francisco; ese, porque ha sabido mantener un ejército numeroso sin gastar un cuarto.
    Volviendo a nuestra narración, diremos que en la época a que nos referimos estaban los departamentos afectos a la cocina y despensa del convento de franciscanos de Huelva, mejor dicho, todo los de la comarca y aun todos los de España, y todas las casas donde había medios para hacer por la vida, revueltos con el trajín de la matanza, o del sanmartín, o de la confección del mondongo, que esta operación tenía varios nombres, como tienen todo aquello que profundamente nos interesa.
     De esta patriarcal y santa costumbre se va perdiendo ya hasta la memoria en el seno de las familias, desde que ha venido los adelantos de las civilización y con ellos los principios económicos, principalmente el de la divisibilidad del trabajo y más principalmente el de la economía de la comida, que pronto llegará a la supresión, porque bien mirado, comer es un vicio, y sobre todo comer gordo, comer chacina !qué porquería!
     Dícese que los judíos gozan por lo general de excelente salud. ¿No podrá ser esto efecto de que no comen jamás chacina?
     Hay más; existe en la actualidad muy extendida por toda Europa una secta que se llama de los vegetarianos, porque sus individuos no comen más que vegetales y por ningún estilo prueban la carne  ni sustancias animales tales como la leche, la manteca, el queso, los huevos, etc.. y cuentan prodigiosa fuerzas y robustez de estos individuos; por ejemplo; no hace mucho tiempo he leído o me han contado algo de un gran record velocipedista verificado en Berlín, en el que se han hecho maravillas de fuerza y agilidad, y los vencedores habían sido dos vejetarianos de pura sangre y raza.
      Pero dejemos estas digresiones a un lado, que siguiendo por este camino no vamos a cavar nunca; nuestra misión es contar sucesos, referir hechos; pero no deducir consecuencias; estas que la deduzca el lector si le place, Decíamos, pues, que el convento andaba revuelto. Como el personal lego no era bastante para este trajín extraordinario y además era posible también que careciese de conocimiento idóneos para esta grave tarea, se había el permitido el acceso, lo precisamente en la parte claustral, bendita o reservada, si no, como creemos haber ya dicho, en la cocina, patio o corral y análogas dependencias, de personal suplementario.
       Era este un celebre matachín muy inteligente en la materia, su ayudante y dos o tres mujeres, habilísimas mondonguera o chacineras  que habían hechos su estudios prácticos en la sierra de Aracena y en la próxima Extremadura, s decir en el país selecto y escogido de la chacina y de los embutidos, y tenían estas buenas mujeres tal fama de inteligentes mondongueras chacineras que ellas  eran las que preparaban las matanzas en todas las casas ricas del pueblo.
          Los buenos padres franciscanos, muy tolerantes e indulgentes, no tenían escrúpulo alguno en admitir esta gente en el recinto de sus cocinas y análogas dependencias, por que demasiado sabían que el paladar de la chacina en manos de la mujer era cosa selecta; nadie como ella para la mezclar harmónicamente lo gordo y lo magro del cerdo; combinar la cebolla, el pimiento, el orégano y demás especies para producir un gusto exquisito; picar menudita la carne para que no produjera obstrucciones en la delgada tripa; calcular la cantidad de piñones para las morcillas, los chorizos, etc.., etc.., Además, no se crea que estas personas eran cogida en el arroyo; !pues no faltaba más! nada de eso, eran buenas personas, temerosas de Dios, cristianas viejas y muy devotas y piadosas, perteneciendo todas a la V.O.T., es decir, hermanas en el seráfico padre, y todas ellas estaban dichos días y para dichos actos bajo la inteligente dirección y forma guía del lego Ramón.
       ¿Qué quién era este? pues una celebridad de su época y de su clase. Todavía hemos conocidos nosotros en Huelva a gentes que habían a su vez conocido y tratado al famoso lego Ramón , y de cuyos labios hemos oídos referir muchas ocurrencias, agudezas, oportunas réplicas, curiosas anécdotas referentes al célebre lego. Era un individuo de recia complexión y ágiles maneras; en todas las procesiones y frecuentes "vía-crucis" llevaba siempre un Santo Cristo, hermosa figura de talla casi de tamaño natural, que tenían los frailes en mucha estimación, pero que antes del lego Ramón, permanecía siempre en su hornacina porque no había puños que pudiera con el. De aquí tomaba pretexto el buen lego para gruñir cuando quería hacerse el interesante, y decía que a el siempre le tocaba lo peor. Pues a este personaje le estaba encomendado el trajín mondonguil chacinero, pues en el, mejor que en ningún otro, tenían los padres depositada su confianza para estas cosas.
          La tarea aquel día había sido activa y diligente y se había prolongado hasta bien entrada la noche; eran ya las diez y no había terminado; pero estaba al concluir y la carpanta azuzaba ya, y aunque la esperanza de una buena cena, según era costumbre en tales circunstancias, y que el buen lego Ramón tenía prometida para aquella misma noche, con permiso, por supuesto, de su superiores, amortiguaba las instigaciones del hombre, porque ya es sabido que hambre que espera hartura no es tal hambre, empezaron a oírse algunas alusiones a la prometida cena y a la avanzado de la hora. El lego echó una ojeada sobre el trabajo; viendo que estaba vencido y considerando que se había trabajado mucho y bien, que la hora avanzaba y que ya era razón que los estómagos empezaran a desfallecer, anunció  que había llegado el momento de hacer por vida y que iba inmediatamente a disponer todo lo necesario para proceder a tan delicada operación.
        Era nuestro lego el colmo de la previsión y bien sabía el que en materia de gaudeamus (Alegrémonos pues) no suele haber nada sagrado y respetable, sobre todo tratándose de gente que si no completamente extraña, no pertenece por lo menos a nuestra comunidad; así pues el para asegurarse su pitanza (Ración de comida que se daba a la gente pobre, por parte de los conventos) y la de sus convidados, creyó prudente guardarla en parte segura y fuera del alcance de las miradas de los indiscreto y curiosos; así que cogió un saco, y sin que nadie se enterase, metió en el casi medio cerdo y después pensó donde lo pondría que estuviera más seguro. En la huerta continua a la cocina, y hoy plaza de San Francisco, estaban haciendo en aquel entonces una obra que era la transformación de un pozo en una noria; había allí con este motivo un montón de escombros, y la obra estaba por dos o tres días paralizada, porque los albañiles no podían continuar hasta que les llevaran de la carpintería la rueda de madera que debía sostener los cangilones; por tanto allí nadie andaría ni se acercaría siquiera, y creyó Ramón que entre los escombros era el sitio más oportuno y seguro para esconder su saco hasta la noche, y así lo hizo.
       Cuando nuestro lego penetró en la cocina, donde ya estaba sentados en grata espera todos los convidados, dejó el saco diciendo:
----! Caramba como pesa! ¿No digo que a mí, por fas o por néfas, siempre me toca lo peor? Pues esta mañana no pesaba tanto; si parece que ha crecido! o por lo menos que aumentado  peso.
 ....... Bueno, interrumpió un hambriento; dejémonos de reflexiones y pongamos manos a la obra  que la candela se pasa y los estómagos se impacientan.
          Y diciendo y haciendo desató el saco.
          Una exclamación de terror se escapó de todos los pechos:
 ------ !El padre Pirracas!
         Y un fraile, al parecer muerto en medio de la espantada reunión.
        No pertenecía a la comunidad franciscana onubense. Había venido de Sevilla, o de más lejos, destinado al monasterio de la Rábida.
     Los franciscano eran misioneros; vivían predicando y ejerciendo la caridad; por tanto, sus conventos estaban situados más bien en los grandes centros de población, es decir, donde abundan los parroquianos, donde había oyentes y pordiosero; así había muy pocos monasterio franciscano  que estuviera despoblado, como los de las comunidades que se dedicaban con preferencia y casi únicamente a la vida.
         El monasterio de la Rábida era una excepción por efecto de su misión especial; era una especie de asilo de corrección y de penitencia, al que iban destinados los padres que tuviesen algún pecadillo que purgar, y en este concepto fue a el destinado el padre susodicho, porque tenía fama de mujeriego y revoltoso; pero como el paraje donde dicho convento está situado en sitio complicado fue tentado por las calenturas intermitentes y el padre se vio afectado de ellas, obtuvo permiso para residir temporalmente en Huelva; al principio hizo una vida comedia captándose la estimación general; pero como el que malas mañas anda, tarde o nunca las olvida, volvió a la postre por los mismos pasos al mal camino antiguo y fue causa de su perdición.
    Un día, al anochecer, se ofreció a ir a casa de la madre Ana, que no podía concurrir a la iglesia por estar impedida, en reemplazo de su confesor, que se hallaba muy acatarrado y a quien había prohibido el médico salir a la calle con el frío que hacía. Mucho estimó el padre espiritual de la vieja madre Ana la solicitud del compañero, a quien despidió a la hora precisa con muchas recomendaciones y advertencias para su talladita hija de confesión; pero el padre forastero lo que menos pensaba era en ella, y su plan era escurrirse, en cuanto tuviera ocasión, en casa de una vecina, lavandera y planchadora del convento, garrida hembra casada con un hortelano que aquellos días estaba trabajando en la ribera.
    Algunos han dicho que eran plan convenido, pero otros que conocían a la individua negaron esto a pie juntillas; decían que era una mujer honrada y que estaba enamorada de su marido, y que el hecho lo había sido más que una barrabasada de aquel Tenorio con hábitos; pero fuese lo que fuese, lo cierto es que el se coló en la casa ante la lavandera asustada y temerosa de que su marido regresara de la ribera sin avisar, como solía algunas veces hacerlo; en vano luchó, exponiendo sus temores y explicando al fraile los peligros que corría si su marido regresaba y lo encontraba allí.
---- Bah! decía el padre; yo se que tu marido no regresa a mediados de semana y con tiempo excelente que es preciso aprovechar para el trabajo; desecha, pues, temores con que en vano quieres asustarme.
      El fraile estaba en lo cierto, y se conoce que antes de aventurarse en aquel paso se había enterado de las costumbres del que el tenía seguro del minotauro; pero estando en lo más caluroso de la porfía se oyeron en las puertas fuertes golpes y la voz airada del marido que decía:
 ----- Abre, abre!
         Dio la mujer un grito y se quedó atónita. Se levantó el padre y miró a su alrededor como buscando un sitio donde ocultarse o por donde huir, pero el marido, que debió haber oído algo, no teniendo paciencia para volver a llamar y esperar que le abriesen, empujó la puerta con tal violencia que saltó el cerrojo presentándose el airado ante el Tenorio, que saco con bastante calma una pistoleja de la manga del hábito. Seguramente que esta arma no la saco con ánimo de defenderse y agredir con ella, si no como medio de imponerse y poner la paz, pero esta acción irritó más al marido que , ciego, echó mano a un espeque o mango de alguna herramienta que tenía detrás de la puerta, enarbolándolo sin decir una palabra lo descargó con furia sobre la cabeza del fraile que cayó rodando. Tuvo tiempo de hacer fuego y lo  intentó, pero le marro el fogonazo, cosa que pasaba con bastante frecuencia con las armas de chispa que entonces se usaba, porque en materia de armas de fuego no había aún otras.
      El fraile cayó redondo sin proferir el menor grito y quedó completamente inmóvil y tan inmóviles quedaron marido y mujer por espacio de buen rato. Al fin el primero volvió de su estupor e inclinándose sobre el que parecía cadáver, le tocó y movió sin que demostrarse signo alguno de vida; le puso la mano sobre el corazón sin sentir latidos; le puso un espejito junto a la boca y narices pero no empaño.
   ----- Yo creo, dijo entonces, que está muerto bien muerto.  
  ----- ¿ Y qué haremos en vista de esto? dijo la mujer, gimoteando.
  ----- Callarse, lo primero; lo echo ya no tiene remedio. Vamos a ver por el pronto si podemos alejar de aquí el cuerpo del delito, y después obraremos según las circunstancias.
          Metieron entre los dos el cuerpo del fraile en un saco y salió el marido  a inspeccionar la calle y a ver si se rebullía alguien en la ciudad.
       La calle estaba desierta, la noche obscura y la vecindad tan callada, que no parecía que hubiesen enterado de nada.
       El hortelano se echó el saco al hombro y salió a la calle tomando enseguida la Nueva, que era en efecto más nueva que ahora, pero quizás menos poblada, y siguió por ella sin tropiezo hasta la calle de Palos. Al penetrar en esta sintió algunos temores y estuvo tentado a dejar el saco en la esquina, pero se dijo:
  ---- No, está muy cerca; es preciso llevarle lo más lejos posibles.
        Y siguió por la calle abajo hacia el convento de San Francisco. Entonces no había  alumbrado público; si acaso alguna lamparilla muy diminuta haciendo como que alumbraba a algún santo, y a estas ya tenía buen cuidado de no aproximarse al hortelano. No había serenos ni guardas nocturnos de ninguna clase, y los trasnochadores andaban muy escasos, sobre todo por aquellos barrios. Iba pensando mientras recorrías dicho trayecto en dejar el saco a la misma puerta de la portería; pero cuando dio vuelta a la calle se acordó de la obra que estaban haciendo en la huerta y vio un trozo de pared caído; entró por el hasta que tropezó en los escombros y cayó de bruces.
----- Ea, dijo, ¿aquí te quieres quedar? pues aquí te dejo; pero al apoyarse para incorporarse rodaron algunos escombros y creyó palpar algo como tela.
------ ¿Qué será esto? se preguntó; y examinando con más detención creyó que era un saco.
------ Caramba!, se dijo, si se me habrán adelantado a matar frailes!;
pero diciendo esto le dio un olorcillo que le puso en auto.
 ------Calle! exclamó; huy han hecho aquí la matanza del cerdo y los mondongueros chacineros tienen, se conoce que tienen escondido esto para llevárselo.
       Y echándoselo al hombro añadió;
        Buen chasco se van a llevar si puedo escurrirme sin que nadie me vea; !pa, adelante!
        Y tomó, más que ligero, con el saco al hombro, el camino de casa, a donde llegó con toda felicidad.
                                               
                                                     III


           Atónitos y profundamente contrariados quedaron los comensales del hermano Ramón ante la inesperada aparición del cadáver, pero más contrariado y más preocupado quedó nuestro lego, al cual vinieron a perturbar grandes cavilaciones y no pequeños temores, por más que no dejó de comprender que el travieso padre se había metido con poca reflexión en algún mal paso, del cual había salido descalabrado y hasta sin vida. El golpe sobre la sien había sido formidable y revelaba que con quien lo había descargado debía de ser persona de buena fuerzas; esto era ya un indicio; más, bien mirado, ¿qué importaba esto, silo que le convenía era no buscar rastros, no revolver indicios, no fijar la atención pública sobre un hecho semejante, sino más bien pasar como un caso fortuito, inesperado, hijo de la casualidad, pero de ningún modo de intención; sobre todo no dar motivo para suponer que el hecho pudiera ser la venganza de un marido celoso, o la satisfacción de un padre agraviado.
      Los tiempos estaban muy  malos, los enemigos de los pobrecitos frailes abundaban, ¿a que darles motivos para calumnias o sospechas injuriosas?
        Sumido estaba el hermano Ramón en estas reflexiones y todos callados y tristes, cuando uno de ello exclamó:
----- En vista de todo esto ¿nos  quedamos sin cenar? pues buenas noches, porque se va haciendo tarde.
----- Nada, nada, contestó el lego, a cenar el que tenga apetito, que ustedes no tiene culpa de lo ocurrido. No será la cena tan abundante como la que estaba preparada, pero no faltará que meter por debajo de las narices. Por lo pronto tenemos el vino intacto, pues este no se lo han llevado. Empecemos por tomar un trago para hacer boca; antes de todo llevaremos el cadáver del desgraciado padre a sitio decoroso, y enseguida cenaremos, sintiendo mucho lo ocurrido, pero que no podemos remediar.
      Así en efecto se hizo; pero la cena no empezó placentera y animada como hubiera estado de no haber ocurrido el incidente que vino a perturbarla. Sin embargo, poco a poco, y a medida que menudeaba el sabroso blanquillo de la tierra, fue la gente recobrando el uso de la palabra; se habló mucho, pero no se habló más que el hecho que a todos más o menos preocupaba, y a algunos tenía temeroso de complicaciones y enredos. Hubo quien expuso muy formalmente la necesidad de hacer desaparecer el cadáver del fraile; de llevarlo fuera del recinto del convento y dejarlo en sitio donde se le viese en cuanto fuese de día. Era muy diferente que la justicia encontrara el cadáver fuera del convento y empezara sus averiguaciones por si y antes si, a  que empezara por ir allí a tomar declaración a todos ellos, para averiguar quien había encontrado el cadáver, a que hora, en donde y como; y la misma verdad que expusieran sería sospechosos, no sería creída y vendría a sustentar la idea de que allí había ocurrido el sangriento crimen y a mantener el empeño de querer sacar de allí, entre ellos, el asesino.
      Todos convinieron en la idea de alejar el cadáver; pero hubo uno que añadió la siguiente proposición:
----En la cuadra, dijo, tenemos un potro almonteño que regaló un devoto a la comunidad, y que ha nacido y se ha criado libre en aquellas marismas, donde hay tanto ganado que no es de nadie, si no del primero que lo coge; pero dicho potro, que ya va para un mes que está ahí, no se ha podido utilizar por que no habido medio de domarlo a pesar de cuanto se ha hecho; hay quien dice que está loco y será imposible sacar partido de el; pues bien; yo lo cogía, montaba en el cadáver, le daba un par de latigazos y que corriera tierra.
       Las cabezas estaban ya un poco  perturbadas, y cuanto más extravagante era la proposición, con tanto más calor fue aceptada y puesta inmediatamente en práctica.
       No se pudo ensillar al bruto sin trabarlo, pero toda la operación se hizo con el mayor sigilo y dirigencia; se sujetó encima al muerto, porque si no hubiera ido rodando a las primeras de cambio. En un camaranchón tenían los frailes almacenados los judíos de hacer la Semana Santa, sobre todo los que guardaban el sepulcro con lanzas y escudos. Uno de los autores de esta escena tragi-cómica y a un diremos de irreverencia y profanación, cogió una lanza y un escudo y se lo puso al muerto. Hecho esto sacaron al potro a la calle, le quitaron la traba y le dieron un par de buenos latigazos, saliendo el animal disparado, dando corvetas, saldos y coses y tomando la calle arriba como alma lleva el diablo.
        Refieren las crónicas que el matador, que estaba intranquilo y no podía dormir, al sentir el ruido que causaba el potro se asomó a una ventana y a luz mortecina que en la esquina alumbraba un santo, conoció al fraile que había matado, y al verle armado, aunque de tan extraña manera, creyó que venía contra el, y se echo a temblar, porque aunque era bragado comprendía que contra lo sobrenatural no podía luchar; pero al ver que el muerto pasó de largo se tranquilizó. Fue hasta el mesón que entonces había a la salida de la población donde empezaba el camino de Sevilla, cerca de la ermita de San Sebastián. Allí había gentes preparando una galera que iba a salir antes de amanecer, y que al ver aquel caballo casi desbocado y aquella estaña figura encima creyeron que aquello era cosa de burla y la emprendieron a latigazos con caballo y caballero; aquel volvió grupas tomando calla abajo.
       Entonces no se trasnochaba mucho, pero la gente madrugaba más que hoy; antes de amanecer ya había hortelanos y vendedores en la Placeta, donde hacía el mercado, y tabernas abiertas. Los pescadores madrugaban como ahora y según la marea; a veces dos y tres horas antes de amanecer ya se les veía en la calzada y en el muelle.
      Es decir, que desde dos horas antes de amanecer, desde dos horas antes de amanecer, desde la ermita de S. Sebastián asta el Arco de la Estrella, no se hablaba ya de más asunto que del fraile duende que a caballo y en carrera vertiginosa recorrí la población repartiendo lanzazos a diestro y siniestro; y hasta se decía que había heridos contusos.
       Todavía no asomaba el día y ya el potro, cansado y domesticado por el julepe que había llevado aquella noche, se dirigía hacia el convento de San Francisco; la iglesia estaba ya abierta, y la comunidad levantada, y algunos curiosos, que algo habían ya oído de lo que pasaba, levantada, y algunos curiosos, que algo habían  ya oído de lo que pasaba, levantados y comentado el hecho, cuando apareció ante ellos caballo y jinete. Aquel, atraído por las querencia, entró en la huerta por el boquete abierto. El lego Ramón, que estaba ya en pié y vigilante como siempre en caso de apuro, gritó:
 ---- Dejarlo, no entrar, porque ese animal es muy espantadizo; dejarlo a ver si lo podemos coger y con eso salvamos al pobre loco que va encima.
       La poca gente que oyó esto se retrajo efectivamente, no sabemos si por espantar al potro, o por respeto a la lanza; pero como aquel animal era tan espantadizo, sin duda asustado por los ademanes de los que iban tras el, se cayó al pozo de la noria.
 ----No lo decía yo! gritó el lego Ramón; !luces, luces enseguida!
      Vinieron las luces y el lego citado bajó enseguida al pozo el primero, sin temor al agua ni a nada.
    !Bien diligente estuvo!; si no pudo salvar al padre no fue por su culpa. Si se hubiera tenido presente su advertencia no se hubiera asustado el potro y caído al pozo, y otra cosa hubiese sido.
      Tras muchas dificultades lograron sacar a los caídos.
      El potro tenía los brazos rotos, el fraile estaba desmayado y tenía una herida en la sien.
     El mismo lego Ramón fue a buscar al médico. !Que hombre aquel tan inteligente!
      El médico llegó tarde. El golpe, la conmoción cerebral, luego, quizá algunas lesión orgánica en el cerebro, porque aquella locura...
      Vamos, que no volvió en sí.
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      Pero lo que admirará a nuestros lectores será saber que el día siguiente de este hecho prestó declaración el marido de la lavandera.
        Dijo sobre poco más o menos que al volver días antes de la Ribera encontró junto a su casa al fraile, a quien conocía y apreciaba mucho, que salía de la casa de la madre Ana, de la que dio noticias diciéndoles que le dejaba muy mejorada y por entonces  fuera de peligro; que le había invitado a entrar en su casa a descansar un rato y que se había negado porque era muy tarde, y que le había acompañado hasta el convento, que había llamado y esperó que le abriesen dejándole ya dentro de la portería.
      Preguntado si recordaba quién la había abierto, contestó que le parecía que el lego Ramón, o que por lo menos este se encontraba en aquel momento en la portería.
     Preguntado si había notado en el muerto algo extraordinario, dijo que le había llamado la atención que le dijera que aquella misma noche tenía que hacer un viaje; que se brindó a acompañarle, pero le dijo que no podía ser, porque era cosa de mucho secreto y que antes de amanecer pensaba estar de vuelta sin que nadie se enterara.
      Con esta declaración quedó sentada la sospecha de que el padre no estaba bien de la cabeza.
       Se le hicieron grandes funerales de cuerpo presente ; se contaron porción de raras historias, todas muy lejanas a la verdad, y pasando unos días no se volvió a hablar más del asunto.
               Cuentos y leyendas. Huelva Agosto de 1897.
      


José García Díaz.


                          
     
























  































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