viernes, 13 de noviembre de 2015

Escritor y periodista

         Don  Emilio Rodríguez, periodista y escritor huelvano, es rescatado del olvido por este excelente artículo en plena campaña de la Guerra de Ultramar, bajo el titulo de "Ya es Hora" publicado en Agosto de 1899.
        Si pudiéramos sacrificar nuestra existencia a trueque de ilustración, haríamos rebosar esta, aun en la más apartada y remota aldea de nuestro territorio nacional. Si nuestros desacertados gobernantes tuvieran cariño a su pueblo, ya hubieran hecho que la educación fuera verdad, porque disponen de sobrados medios para conseguir este fin tan primordial.
         Pero, triste condición humana, nuestra nación camina con rápida carrera por la escabrosas pendiente que conduce al abismo insondable de la ignorancia. Si nuestro sentimiento se educara en esas aulas del saber  humanos, con ese puro y vivificador ambiente de ilustración, a no dudar que la miseria y el vicio desaparecían ante un pueblo fuerte, robusto y digno de mejor suerte.
      Cuando en los periódicos leo que se han de invertir tanto o más cuantos millones en fortificar nuestras costas, el corazón se estremece y mi alma se marchita al ver el paso de retroceso que damos al convertir a nuestro pueblo en un cuartel, donde careciendo el soldado de esos científicos conocimientos, no es militar, no es guerrero ni digno ciudadano.
       Las infinitas luchas guerreras por que nuestra patria ha pasado. ¿qué glorias, qué embellecimientos nos han reportado? muertes, ruinas y hasta completar nuestros desconciertos, la pérdida de nuestro poderío nacional.
       Si posible fuera que aquel insigne y grandioso genovés pudiera levantarse de su tumba y contemplara nuestra hecatombe, maldiciendo a nuestro pueblo se cubriría el rostro avergonzado y caería de nuevo, como herido por el rayo, en brazos del letargo de la muerte.
        El pueblo español, educado en rancias costumbres, será siempre entusiasta por el que llaman arte de Pepe-Hillo, y mientras que no hagamos desaparecer aquella frase de "pan y toros", quedaremos sumidos en el más hediondo calabozo del obscurantismo.
        Los pueblos se enriquecen cuando caminan por las grandiosas y majestuosas vías del progreso; pero el pueblo que yace adormido en el más embriagador letargo de la ignorancia , se precipita en vertiginosa carrera hasta caer en el insondable abismo del obscurantismo, enemigo fuerte y devastador de la sociedad.
      No dejaré en mi campaña emprendida sobre la educación hasta no ver que ésta sufra los mejoramientos necesarios a fin hasta no ver que ésta sufra los mejoramientos necesarios a fin de que, robustecida con todo el vigor y riqueza necesarios, llegue a ser verdad, y esa juventud que hoy empieza a fortalecer sus fuerzas físicas, al mismo tiempo llegue a disfrutar de los derechos que tiene a la instrucción.
       En la actualidad, la inmensa mayoría de los centros de educación carecen de los elementos necesarios para inculcar en esas tiernas criaturas el germen de la savia educativa, que filtrándose en sus tiernos corazones, los haría en día no lejanos de ser buenos ciudadanos y honrados padres de familia.
       Ese es  el camino de la salvación de nuestra decadencia nacional; a este fin deben todos los españoles sin distinción de ideas políticas prestar su concurso.
      Esas son las fronteras y plazas que se deben primeramente artillar; las escuelas son los grandes e inexpugnable baluarte del progreso humano.
       Si nuestro erario público se invierte en la compra de cañones y demás artefactos guerreros sin atender a la debida ilustración del pueblo, no dejaremos de ser calificados de parias en la historia universal.
        Si se mantiene un formidable ejército en el que su inmensa mayoría no tiene más ocupación que ostentar sus lujosos uniformes en fiesta nacionales y en revistas , llegaremos al último e inevitable desastre.
         Hora es ya que despertemos del letárgico sueño en que estamos sumidos y arrojen de nosotros las pesadas cadenas de la tiranías y de la ignorancia que tanto siglo de las luces, en bárbaro y cruel nada se diferencia de sus antepasados.
       ¿Por qué no busca la sociedad sus reformas sin tener que apelar a la fuerza? ¿Por qué hacemos al hombre esclavo encarcelándose en el vicio y en la ignorancia?
        Despierta, pueblo; rompe tus cadenas y ábrete paso en ese mar cenagoso que te rodea, y traspasando sus límites busca como tripulante náufrago, tu salvación en ese colosal y gigantesco fanal, que con radiante luz te dicta el camino de tu redención.
     

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