viernes, 24 de octubre de 2025

Bonares peregrina al Rocío.

 

                                                         




    

     Bajo este título publica el siguiente artículo el diario sevillano El Independiente, el día 9 de junio de 1846, donde se menciona por primera vez en la prensa, que el pueblo de Bonares peregrina al Rocío.

   Para las personas que no hayan tenido la fortuna de visitar el santuario de esta Señora, en los días consagrados a su culto, no será indiferente conocer la peregrinación más antiguas y famosas del Condado de Niebla, por su concurrencia y por las raras circunstancias que la acompañan.

    El Santuario de la Virgen del Rocío, distante de esta capital de nueve leguas, se halla en el término de la villa de Almonte, en los límites que separan el Coto Rey, patrimonio de la corona, del coto de doña Ana, propiedad del marqués de Villafranca, en un desierto muy hermoso, a la entrada de los pintorescos bosques de ambas heredares, y en medio de esa magnífica “sabana” que llaman marisma, que se admira a la derecha del Guadalquivir. Los pueblos colindantes son Almonte, Villamanrique, Pilas e Hinojos, distantes cada uno de tres leguas de la ermita.

       Parece ser que la señora del Rocío fue aparecida a un pastor en época lejanas, y es tan numerosa la historia de los milagros que, se cuentan obrados por su intercesión, que varios pueblos la rinden un culto religioso, que en los días clásicos de su celebración es imponderable.

    La festividad se verifica el día segundo de pascua de Pentecostés, no habiendo acaso en toda la Península una romería más concurrida. Las Hermandades que asisten a su función son por orden de antigüedad de los pueblos de Almonte, Sevilla, Villamanrique, Pilas. Moguer, Bonares,  Sanlúcar de Barrameda y otras que en este momento no nos acordamos: todas las cuales, de lo diferentes de los diferentes puntos donde parten, vienen en carretas  aderezadas con mucho gusto, con vistosos  arcos de flores, palmas, ramilletes y otros adornos de cintas de colores, llevando cada hermandad un número de carretas de van de 20, 25 y otras más; la más ataviada es la que conduce solamente el pendón de la congregación, y en las demás el hermano mayor y varias familias que concurren por gusto o por devoción a esta fiesta solemne, destinándose una exclusivamente a las provisiones. El lujo consiste en llevar más número de carretas y más vistosas, compitiendo unas y otras en gusto y elegancia. También se ven crecidas cuadrillas de jinetes en buenos caballos, mucha gente en bestias menores, y no poca a pie, por cumplir las promesas, de hacer suerte el viaje.

    Otra de las cosas raras en esta peregrinación es que, todas las hermandades salen de sus pueblos, en día calculados, a fin de llegar todas juntas al desierto en una misma hora de la tarde, víspera de la función, y ver, como por distintos puntos acuden estas extrañas tribus, poblando con más de 20,000 almas en un momento el que antes ara apartado retiro, y desamparado terreno, donde solo se divisaban algunas chozas inmediata a la ermita, propiedad de los más ricos vecinos de los pueblos colindantes. Llegados al lugar, entre la risa, la algazara y la fiesta alegre de los peregrinantes, preparan las guitarras de la reunión, sin olvidar el tamboril y la gaita que acompañan siempre a la hermandad, formase distintos ranchos, haciendo círculos con las carretas de cada pueblo, después de haber dado cada cofradía la vuelta al “Real”, que así se llaman a los alrededores de la ermita, y se “entregan a todo el sencillo placer del campo”, con absoluta independencia el uno del otro rancho, y presentando aquel desierto el más bello paisaje que pudo imaginar jamás la más poética imaginación de artista.

   Todo es alegría y diversión en aquella noche, todo música y danzas, al estilo cada uno de su pueblo, sin que se altere en lo más mínimo de paz de tantos círculos, ni haya memoria de haberse cometido excesos, de los que, comúnmente se observan en grandes reuniones, pues es cosa sabida, que cuando algunos o sobrados díscolos, o poco sufridos enredan disputas, no hay más que tirar un indiferente el sombrero por alto, dando al mismo tiempo un viva a la Virgen del Rocío, y en el momento, y como por encanto, los contendientes se separan, como heridos por una palabra mágica, y todo torna el estado de alegría que antes se interrumpiera.

                                                     


               

   La concurrencia, además de las hermandades, es inmensa, porque bajan a esta “romería” los montañeses de la sierra de Andévalo, acuden las poblaciones del Aljarafe de Sevilla, del Condado de Niebla y de los puertos, y para surtir a los viajeros se ven esparcidos por do quiera cafés, platería, tiendas de comida, confiterías y otras muchas de diferentes géneros y efectos.

  La mayor franqueza, la más sencilla cordialidad, reúne en los ranchos, así por los que le componen, como los forasteros que, atraído por la curiosidad, o por el alegre bullicio de la fiesta, acuden a ellos; todos son tratados con la más amable confianza, y es costumbre apenas empieza a clarear el día, anunciando la salida del sol, repartir en todos los ranchos a cuantas personas se encuentren presentes copas de licor y trozos de masa frita, sin que ninguno pueda excusarse de recibir este agasajo, sopena de ser considerado, como ofensor de las viejas prácticas de esta fiesta.

     Cada una de las hermandades dedica a la Virgen una misa cantada, en que deponiendo la algazara y entregándose todos al recogimiento y a la oración, contemplan con religioso fervor la hermosa imagen de la Señora, cubiertos los vestidos de ricas alhajas y preciosos adornos, y alumbradas con el mayor gusto la capilla, en la cual se ven por las paredes, innumerables reliquias de oro, plata y cera, ofrenda grata por los milagros que a su protección deben.

   Concluida la misa, sacan a la Virgen en unas primorosas andas, y la conducen alrededor del “Real”, que todo el perímetro que ocupan los ranchos, y a este tiempo todas las hermandades se preparan en las carretas y demás caballerías dando repetidos gritos de entusiasmo y vivas a la Señora, hasta entrar el paso en la ermita, en cuyo acto, sin esperar a más todos parten por distintos caminos a sus respectivas poblaciones, quedando tan corto tiempo el “Real”, antes tan ocupado de gentes, completamente desierto, entre la festiva algazara, las músicas y el estruendo de los caballos y carretas.

  Sublimes inspiraciones pueden recibir en estos momentos el poeta, y el pintor para legar a la posteridad una de las costumbres religiosas, que más fijan el carácter de los naturales de este país. Y sin embargo de tanta concurrencia, a pesar de la alegría bulliciosa e inquieta de los peregrinantes, nunca, repetimos, se lamenta una desgracia, ocurrida por quimeras o excesos. Todos vuelven a sus hogares, contentos y satisfechos por haber tributado sus ardientes homenajes a la celebrada VIRGEN DEL ROCIO, ALMONTE JUNIO 1846.

José García Días.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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