Bajo este título
publica el siguiente artículo el diario sevillano El Independiente, el día 9 de
junio de 1846, donde se menciona por primera vez en la prensa, que el pueblo de
Bonares peregrina al Rocío.
Para las personas
que no hayan tenido la fortuna de visitar el santuario de esta Señora, en los
días consagrados a su culto, no será indiferente conocer la peregrinación más
antiguas y famosas del Condado de Niebla, por su concurrencia y por las raras circunstancias
que la acompañan.
El
Santuario de la Virgen del Rocío, distante de esta capital de nueve leguas, se halla en el término de la villa de Almonte, en los límites que
separan el Coto Rey, patrimonio de la corona, del coto de doña Ana, propiedad
del marqués de Villafranca, en un desierto muy hermoso, a la entrada de los
pintorescos bosques de ambas heredares, y en medio de esa magnífica “sabana”
que llaman marisma, que se admira a la derecha del Guadalquivir. Los pueblos
colindantes son Almonte, Villamanrique, Pilas e Hinojos, distantes cada uno de
tres leguas de la ermita.
Parece ser que la señora del Rocío fue
aparecida a un pastor en época lejanas, y es tan numerosa la historia de los
milagros que, se cuentan obrados por su intercesión, que varios pueblos la
rinden un culto religioso, que en los días clásicos de su celebración es
imponderable.
La festividad se
verifica el día segundo de pascua de Pentecostés, no habiendo acaso en toda la
Península una romería más concurrida. Las Hermandades que asisten a su función
son por orden de antigüedad de los pueblos de Almonte, Sevilla, Villamanrique,
Pilas. Moguer, Bonares, Sanlúcar de Barrameda y otras que en este momento no nos
acordamos: todas las cuales, de lo diferentes de los diferentes puntos donde
parten, vienen en carretas aderezadas
con mucho gusto, con vistosos arcos de
flores, palmas, ramilletes y otros adornos de cintas de colores, llevando cada
hermandad un número de carretas de van de 20, 25 y otras más; la más ataviada
es la que conduce solamente el pendón de la congregación, y en las demás el
hermano mayor y varias familias que concurren por gusto o por devoción a esta
fiesta solemne, destinándose una exclusivamente a las provisiones. El lujo
consiste en llevar más número de carretas y más vistosas, compitiendo unas y
otras en gusto y elegancia. También se ven crecidas cuadrillas de jinetes en
buenos caballos, mucha gente en bestias menores, y no poca a pie, por cumplir
las promesas, de hacer suerte el viaje.
Otra de las cosas raras en esta peregrinación
es que, todas las hermandades salen de sus pueblos, en día calculados, a fin de
llegar todas juntas al desierto en una misma hora de la tarde, víspera de la
función, y ver, como por distintos puntos acuden estas extrañas tribus,
poblando con más de 20,000 almas en un momento el que antes ara apartado
retiro, y desamparado terreno, donde solo se divisaban algunas chozas inmediata
a la ermita, propiedad de los más ricos vecinos de los pueblos colindantes.
Llegados al lugar, entre la risa, la algazara y la fiesta alegre de los
peregrinantes, preparan las guitarras de la reunión, sin olvidar el tamboril y
la gaita que acompañan siempre a la hermandad, formase distintos ranchos,
haciendo círculos con las carretas de cada pueblo, después de haber dado cada
cofradía la vuelta al “Real”, que así se llaman a los alrededores de la ermita,
y se “entregan a todo el sencillo placer del campo”, con absoluta independencia
el uno del otro rancho, y presentando aquel desierto el más bello paisaje que
pudo imaginar jamás la más poética imaginación de artista.
Todo es alegría y
diversión en aquella noche, todo música y danzas, al estilo cada uno de su
pueblo, sin que se altere en lo más mínimo de paz de tantos círculos, ni haya
memoria de haberse cometido excesos, de los que, comúnmente se observan en
grandes reuniones, pues es cosa sabida, que cuando algunos o sobrados díscolos,
o poco sufridos enredan disputas, no hay más que tirar un indiferente el
sombrero por alto, dando al mismo tiempo un viva
a la Virgen del Rocío, y en el momento, y como por encanto, los
contendientes se separan, como heridos por una palabra mágica, y todo torna el
estado de alegría que antes se interrumpiera.
La concurrencia,
además de las hermandades, es inmensa, porque bajan a esta “romería” los
montañeses de la sierra de Andévalo, acuden las poblaciones del Aljarafe de
Sevilla, del Condado de Niebla y de los puertos, y para surtir a los viajeros
se ven esparcidos por do quiera cafés, platería, tiendas de comida, confiterías
y otras muchas de diferentes géneros y efectos.
La mayor franqueza,
la más sencilla cordialidad, reúne en los ranchos, así por los que le componen,
como los forasteros que, atraído por la curiosidad, o por el alegre bullicio de
la fiesta, acuden a ellos; todos son tratados con la más amable confianza, y es
costumbre apenas empieza a clarear el día, anunciando la salida del sol,
repartir en todos los ranchos a cuantas personas se encuentren presentes copas
de licor y trozos de masa frita, sin que ninguno pueda excusarse de recibir
este agasajo, sopena de ser considerado, como ofensor de las viejas prácticas
de esta fiesta.
Cada una de las
hermandades dedica a la Virgen una misa cantada, en que deponiendo la algazara
y entregándose todos al recogimiento y a la oración, contemplan con religioso
fervor la hermosa imagen de la Señora, cubiertos los vestidos de ricas alhajas
y preciosos adornos, y alumbradas con el mayor gusto la capilla, en la cual se
ven por las paredes, innumerables reliquias de oro, plata y cera, ofrenda grata
por los milagros que a su protección deben.
Concluida la misa,
sacan a la Virgen en unas primorosas andas, y la conducen alrededor del “Real”,
que todo el perímetro que ocupan los ranchos, y a este tiempo todas las
hermandades se preparan en las carretas y demás caballerías dando repetidos
gritos de entusiasmo y vivas a la Señora, hasta entrar el paso en la ermita, en
cuyo acto, sin esperar a más todos parten por distintos caminos a sus
respectivas poblaciones, quedando tan corto tiempo el “Real”, antes tan ocupado
de gentes, completamente desierto, entre la festiva algazara, las músicas y el
estruendo de los caballos y carretas.
Sublimes
inspiraciones pueden recibir en estos momentos el poeta, y el pintor para legar
a la posteridad una de las costumbres religiosas, que más fijan el carácter de
los naturales de este país. Y sin embargo de tanta concurrencia, a pesar de la
alegría bulliciosa e inquieta de los peregrinantes, nunca, repetimos, se
lamenta una desgracia, ocurrida por quimeras o excesos. Todos vuelven a sus
hogares, contentos y satisfechos por haber tributado sus ardientes homenajes a
la celebrada VIRGEN DEL ROCIO, ALMONTE JUNIO 1846.
José García Días.
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