Son muchas las gentes
de mi edad, que conservamos en el recuerdo de niños, de cómo veíamos a uno de
los últimos profesionales de la caña común con su taller artesanal alojado en
su puerta de su casa, la actual calle Pintor Vázquez Díaz nº 34, en la cuesta
de la Biblioteca.
Este señor era José
Pavón, “el Mariscal”, donde su apodo le viene por ser Suboficial de la antigua
fundada Legión Española, donde participó en los graves enfrentamientos contra
la morería en la Guerra del Riff, que tantas lágrimas y luto dejaron en este
pueblo en aquellos años veintes, cuando se licenció dejó la vida militar en Melilla
para ejercer de jornalero como pocero de gran reputación, y de canastero en su
pueblo hasta los años 60 del siglo pasado, además de gozar de un alto nivel
cultural para aquella época.
Era el bisabuelo de
la investigadora local, la señorita “Fátima Molín”, heredera esta de la cultura
por parte de sus padres del mundo de los fósiles, que la convierten en unas de
las personas más cualificadas de toda la Provincia del tema citado, donde
actualmente lo comparten con las investigaciones históricas dentro de los
Archivos Municipales del todo el Condado.
El mundo de los canastos
de cañas, en este pueblo viene tan antiguo como es la historia de la vida
local, donde había que cortarlas, moldearlas, cruzarlas para enlazarlas; donde
se terminaba con un trabajo artesano cargado de sabiduría.
Los canastos y
canastas de cañas, participaban en la forma de vivir de todos los vecinos,
tanto en los hogares como en los trabajos agrícolas, donde cada año eran muchas
las unidades que se necesitaban, antes de instalarse el plástico, que fue el
que apartó todos los derivados laborales de la caña, para dejarla actualmente
arrinconada para bisutería y adornos.
Además de José
Mariscal, la profesión de canastero la compartía en este pueblo con la conocida
familia de los “Curitas” de la calle Triana y el de la “Paloma”, estos tenían
el aprovechamiento de su materia prima en los cañaverales del paraje del
Romeral, mientras Mariscal lo tenía en el arroyo del Río, dado que ellos,
sabían la calidad de las cañas según los terrenos disponibles.
Las canastas después
de sus atribuciones en la vida casera, donde siglos ha participado con más
importancia, es en la recolección de las uvas en la conocida “vendimias” que,
durante cincuenta días, marcaban parte de la economía local, en 1960 Bonares
disponía del 35% del terreno de su término destinado al cultivo de la vid,
formando más de 600 Hectáreas sembradas, que abarcaban cerca de 2.000.000 de
cepas, que hacía que los bodegueros y cosecheros locales necesitasen anualmente
grandes cantidades de canastas para su trabajo, que cada una de ella podrían
llegar a tener un periodo de vida de dos años laborables.
Los canasteros,
escogía y cortaban las cañas en los meses de enero y febrero, cuando estas se
encontraban en su mejor periodo para este fin, dado que con el frío se les cae
las hojas, y es cuando pesa menos, y la dejan empiladas para que no formen el
polvillo que le caracterizan, para no perjudicarles es su trabajo artesanal,
luego se pelan y se rajan, para que se sequen, y no se partan.
Todo un trabajo
artesanal vegetal, que contando con varias horas de trabajos daban vida a una nueva
canasta.
José García Díaz.
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