miércoles, 1 de noviembre de 2023

Los canasteros en la vida local

 

                                                                             


 

    Son muchas las gentes de mi edad, que conservamos en el recuerdo de niños, de cómo veíamos a uno de los últimos profesionales de la caña común con su taller artesanal alojado en su puerta de su casa, la actual calle Pintor Vázquez Díaz nº 34, en la cuesta de la Biblioteca.

   Este señor era José Pavón, “el Mariscal”, donde su apodo le viene por ser Suboficial de la antigua fundada Legión Española, donde participó en los graves enfrentamientos contra la morería en la Guerra del Riff, que tantas lágrimas y luto dejaron en este pueblo en aquellos años veintes, cuando se licenció dejó la vida militar en Melilla para ejercer de jornalero como pocero de gran reputación, y de canastero en su pueblo hasta los años 60 del siglo pasado, además de gozar de un alto nivel cultural para aquella época.

   Era el bisabuelo de la investigadora local, la señorita “Fátima Molín”, heredera esta de la cultura por parte de sus padres del mundo de los fósiles, que la convierten en unas de las personas más cualificadas de toda la Provincia del tema citado, donde actualmente lo comparten con las investigaciones históricas dentro de los Archivos Municipales del todo el Condado.

   El mundo de los canastos de cañas, en este pueblo viene tan antiguo como es la historia de la vida local, donde había que cortarlas, moldearlas, cruzarlas para enlazarlas; donde se terminaba con un trabajo artesano cargado de sabiduría.

  Los canastos y canastas de cañas, participaban en la forma de vivir de todos los vecinos, tanto en los hogares como en los trabajos agrícolas, donde cada año eran muchas las unidades que se necesitaban, antes de instalarse el plástico, que fue el que apartó todos los derivados laborales de la caña, para dejarla actualmente arrinconada para bisutería y adornos.

   Además de José Mariscal, la profesión de canastero la compartía en este pueblo con la conocida familia de los “Curitas” de la calle Triana y el de la “Paloma”, estos tenían el aprovechamiento de su materia prima en los cañaverales del paraje del Romeral, mientras Mariscal lo tenía en el arroyo del Río, dado que ellos, sabían la calidad de las cañas según los terrenos disponibles.

   Las canastas después de sus atribuciones en la vida casera, donde siglos ha participado con más importancia, es en la recolección de las uvas en la conocida “vendimias” que, durante cincuenta días, marcaban parte de la economía local, en 1960 Bonares disponía del 35% del terreno de su término destinado al cultivo de la vid, formando más de 600 Hectáreas sembradas, que abarcaban cerca de 2.000.000 de cepas, que hacía que los bodegueros y cosecheros locales necesitasen anualmente grandes cantidades de canastas para su trabajo, que cada una de ella podrían llegar a tener un periodo de vida de dos años laborables.

  Los canasteros, escogía y cortaban las cañas en los meses de enero y febrero, cuando estas se encontraban en su mejor periodo para este fin, dado que con el frío se les cae las hojas, y es cuando pesa menos, y la dejan empiladas para que no formen el polvillo que le caracterizan, para no perjudicarles es su trabajo artesanal, luego se pelan y se rajan, para que se sequen, y no se partan.

   Todo un trabajo artesanal vegetal, que contando con varias horas de trabajos daban vida a una nueva canasta.

 José García Díaz.

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