Cartas
desde Madrid. Sobre los dólmenes de Huelva.
Recuerdo
con nostalgia -ahora que piso nieve alemana – las innumerables excursiones que
he hecho durante años por los más apartados parajes de nuestra provincia. El
impresionante paisaje que se contempla desde El Cerro de Andévalo compensa con
creces loas fatigas de su persona subida. Allí en lo alto quedan los empedrados
de antiguos caminos, muros fortaleza y restos quizá de un discutido templo de
dios Endovélico. También en el Cerro de Cogullos, defendido por su propia naturaleza
escarpadas, se conservan en solitario las ruinas de antiguas fortificaciones.
Pero de todas nuestras excusiones arqueológicas, las más pintorescas son las
que hemos hecho para buscar “tumbas de moro·”.
El
campesino no entiende de cronologías prehistóricas ni dataciones mediante el
carbono radioactivo. Para el los dólmenes son siempre ·tumba de moros”, en los
que se guardan enormes riquezas. Recordamos -quizá no al pie de la letra – un dicho
que recogió nuestro amigo Cerdán a propósito de los dólmenes de El Pozuelo:
Antón Gil, Anton Gil
!cuánto oro y plata hay aquí!
Lo
cierto es que los dólmenes no hay ni oro. Ni plata, ni moneda, ni nada que
pueda satisfacer la codicia de un buscador de tesoros. Sin embargo, casi todos
nos han llegado saqueados desde la antigüedad.
Sin
deslumbrarnos con fantasías, que empeña toso su esfuerzo- como decía Gómez Moreno-
en honrar a sus muertos. Y precisamente en estos enterramientos el rito
funerario de un pueblo generoso, que empeñaba todo sus esfuerzo-como decía
Gómez Moreno- en honrar a sus muertos. Y precisamente aquí, en la provincia de
Huelva, donde la Naturaleza sonreía generosa a las más antiguas culturas, los
megalitos adquieren un desarrollo insospechado. Han transcurrido ya cuatro mil
años y todavía quedan en pie sus enormes piedras en centenares de ellos.
El más
conocido es el de “La Lobita”, cerca de Trigueros. Otros en San Bartolomé de la
Torre, Valverde del Camino, Niebla, Aroche, Aracena, Zalamea la Real, etc., se
alzan solitarios y cubiertos de matorrales, sin otra visita que la del cazador
que se refugia en ellos durante una lluvia inesperada. ¿Cómo es posible que
nadie se sienta se sienta atraído a visitar su imponente grandeza? Los
monumentos arqueológicos- me decían un amigo hace poco - no deben ser
patrimonio exclusivo de los arqueólogos.
Precisamente en un futuro muy próximo, nuestro
museo exhibirá con orgullo una variadísima colección de hachas de piedra,
puntas de flechas de piedra. Puntas de flechas y cuentas de collar. Son los
ajuares de “El Pozuelo”; una auténtica “ciudad de los muertos”, que quien lea
estas líneas posiblemente no habrá visitado nunca.
La abundancia
de dólmenes en la provincia de Huelva no es comparable con la de ningún lugar
en la Península Ibérica. Pero todos se ocultan en parajes poco accesibles y
sólo algunos son conocidos por un puñado de especialistas. Sientan al menos en
el fondo, quien se considere onubense de corazón. El orgullo de poseer uno de
los tesoros prehistóricos más importantes de Europa.
Por don José María Luzón Nogué. En abril de 1971.
José García Díaz.
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