La terrible historia de un bastón.
Para don Ildefonzo Prieto, Ingeniero
de Minas.
Según las
populares leyendas medievales, como los cuentos de viejas, aderezados con su
sal y pimienta, en el siglo XIII, sin fijar fecha, el monarca de Castilla,
Alfonzo XI, el que ganó a los moros la célebre batalla del Salado, y confirmó a
la antigua ciudad de Niebla los
privilegios reales de sus antecesores, durante su edad juvenil, fue muy dado a
la caza mayor y peligrosa, según era entonces general costumbre, para aficionar
los reyes y poder afrontar mejor las proezas de la guerra.
Por aquellos
tiempos, a raíz de la conquista de Niebla por Alfonzo el Sabio, la ciudad se
hallaba rodeada de intensos bosques cubiertos de zarzales y maleza, donde se
criaban animales fieros, lobos, jabalíes, venados y enormes serpientes, a las
sombras y amparo de los corpulentos y espesos castaños, que dominaban la
extensa región, entre el arroyo moro, llamado Lavapiés, por la antigua
costumbre de los islamistas de bañarse frecuentemente los pies y en el
caudaloso Candón, sin olvidar su estiaje de aguas dulces, estaba constreñido
por largas, frondosas y ásperas alamedas de verdes chopos, cañaverales, mimbres
corpulentos, abedules altísimos y espesos zarzales, donde también se daba
innumerable caza menor.
Así las cosas,
empezó a propagarse el temor y terror de los habitantes de la ciudad, que
salían al campo y se dedicaban a la caza, por haberse aparecido y visto en los
matorrales una terrible serpiente de varios metros, de abigarrados colores, que
atacaba denodadamente a hombres y animales a quienes ocasionaba la muerte a
consecuencia de las mordeduras venenosas.
Se decía también
que varios niños, que se habían alejados imprudentemente de la ciudad, pastores
y rebaños, habían sufrido sus mortíferos ataques.
En la ciudad de
Niebla reinaba la consternación por tan medrosos sucesos.
Estando a la
sazón en la ciudad de Niebla, los Condes, en su poderoso y señorial castillo,
y, haciéndose eco del clamor del pueblo, invitaron a todos los caballeros, los
cuales decidieron llamar al joven monarca Alfonso XI de Castilla, a la original
y terriblemente extraña cacería de la serpiente.
No se hizo mucho
de rogar el monarca, y a primeros de Junio, coincidiendo con la festividad del
Santo Patrón de la ciudad del Santo Patrón de la ciudad San Walabonso, se
presentó sin esperarlo en ella, acompañado de buen número de señores feudales,
incluso su favorito el noble Señor, llamado Garzón, ávidos todos de asistir a
la temerosa excursión cinegética, que exigía gran valor y energía para tal
cometido.
La temible y
poderosa serpiente, según versión pública y por referencia de los que la habían
podido ver, era de la familia de los Naja, una Cobra terrible de cinco metros
de longitud, como las que se criaban en Asia, África y las Indias, que atacaba
a los caballos y a sus jinetes, y a todas clase de animales, que morían a
consecuencia de su fatal veneno, para el cual no había curación posible
conocida, dada su rapidez.
Más, antes de
proceder a la temible y expuesta cacería, se nombraron hombres expertos y
prácticos que, vestidos con armaduras y celadas y llevando los caballos
gualdrapas de los mismos y cubiertas sus patas con correas de cuero, se
dirigieron a explorar la guarida de la feroz serpiente. Esta fue vista en las
intrincadas espesuras del fértil arroyo de Lavapiés, al sitio que hoy llamamos
Jareta, teniendo enroscado en sus mortales anillos un ternero como de un año, a
quien había dado muerte.
Dado aviso al
Monarca, dispuso éste que fueron incendiados los pastos de aquellos sitios, con
objeto de que el animal se presentara en
campo más llano para poderla batir.
El primero que iba
en la expedición era el Monarca, con sus arcos y armaduras, siguiéndoles
numerosos caballeros, con sus correspondientes mayas y celadas y numerosos
escuderos con largas lanzas y muchos perros de casería.
No se hizo mucho
esperar el horrible encuentro pues, acosada la serpiente por el fuego y el es
trépido de los caballos, con los
ladridos de los perros, salió aun llano, pero tan valiente que acometió a un
gran mastín y después al caballo de un jinete, dejándolos fuera de batalla, con
sus venenosas mordeduras, por fortuna, los lebreles y escuderos, que eran de
gran número, con sus cortantes espadas, en medio del griterío y confusión
lograron cortar la cabeza a la serpiente feroz, que llevaron después a rastrando
y en triunfo antes las huestes de Alfonzo XI, no cansándose de mirar al temible
reptil, diciendo ser esta la única cacería que había tenido de esta clase de
alimaña.
La llegada al
pueblo, después del triunfo, fue divertida y emocionante, por las peripecias
que había tenido el acto; las murallas
se vieron repletas de gente, como en tiempos de guerra, y cada cual comentaba
el suceso como mejor le parecía.
Se cantó un Teúm por
el rey y todos los caballeros y se dieron gracia a San Walabonso por el feliz
éxito y la liberación de la ciudad del gran peligro para la vida de sus
habitantes, viéndose llena de gente la iglesia de Santa María.
Después el Monarca,
Alfonzo XI, por primera providencia, con la debidas preocupaciones, mandó que
desollaran la horrible serpiente, a la presencia del pueblo, que la contemplaba
aterrado, y se conservaran hasta que se secasen y dureciesen, todos los anillos
de su espina dorsal o columna vertebral, para hacer bastones, para sus
favoritos o amigos, en recuerdo inolvidable de la curiosa cacería, lo cual se
verificó.
Pero de los
mejores anillos de la serpiente, solo se pudo sacar un solo bastón, que un
hábil herrero logró enlazar perfectamente y que el monarca donó después a su
estimado favorito el señor Garzón, que mucho vieron también en el palacio del
monarca que quedó asimismo muy complacido de tan curiosa cacería regia de la
que tuvo recuerdos toda su vida.
Más, andando el
tiempo.. el Monarca castellano, como se ha dicho, regaló el interesante bastón
a su ya indicado favorito, el caballero Sr. Garzón, el cual quedó presto a un
individuo de su familia, que fue nombrado Virrey del Perú, siendo admirado en
aquellas regiones por su singular historia, llena de terror y asombro.
Más tarde, al
volver a la ciudad de Niebla, el susodicho Virrey del Perú, el curioso bastón
fue depositado en el Monasterio de Santa María de la Rábida y entregado a los
padres franciscano, que lo enseñaban a los turistas y visitantes hasta el año
de la exclaustración, en el año de 1835, en cuyo año el bastón volvió a poder
de su dueño, los señores de Garzón, vecino de Onuba.
Se cree que
el pergamino original de esta curiosa leyenda pueda estar en el Archivo
histórico de la ciudad de Niebla, pues la copia del original se ha extraviado,
a la muerte del virrey del Perú, que falleció en la ciudad de Niebla a poco
después.
Otros suponen
que el extraño bastón es de la espina dorsal de un temible tiburón que subió
desde el mar por las aguas dulces del Tinto, hasta el puente romano de Niebla,
donde fue cazado. Merecía la pena ser examinado por los técnicos y donarlo al
Museo Arqueológica Nacional o a la Colección del Sr. Duque de Veraguas, que se
interesa por él.
Tiene
empuñadura de marfil y está primorosamente en garzado en fina y artística vara de hierro con regalón de lo mismo.
Vale la gana de verlo.
Cristóbal Jurado Archivero Niebla.
José García Díaz-