Pues debemos
consultar La Revolución Española,
periódico liberal, público en su número del domingo 3 de enero de 1869, con la
siguiente e interesante correspondencia de un pueblo de la provincia de Huelva:
De más está que el
Gobierno provisional recomiende a las autoridades el orden, la tranquilidad y
la abstención en los actos electorales, cuando por ellas se tolera la
impudencia, el desorden, y lo que es más grave, se autoriza con el silencio, la
inacción y la amistad, los atentados y los escándalos contra la libre voluntad
de los electores, a quienes se le abofetea por no conseguir las indicaciones de
un bajá.
Desgraciadamente
en un pueblo esta provincia sucede precisamente todo cuanto en las líneas
anteriores suscribo y afirmo.
Un general de la
armada, arrebatado y colérico, cacique de todas las situaciones, hombre
intemperante, atrevido cómo nadie, está poniendo en combustión los espíritus,
dando ocasión con sus actos a una desgracia, quizás cuando menos lo piense, En
Niebla y Villarrasa, primero a un sacerdote, cura párroco por cierto de
Bonares, después a dos vecinos electores, tras de muchísimos insultos, le han
dado de coces y bofetadas, sin más motivo que negarse a dar el voto por lo que el
citado bajá quería.
Los tribunales de justicia entienden en ese asunto, y aun
cuando no podemos prejuzgar ni decir del resultado que tener puedan las
actuaciones, al juzgar por el modo como el señor general marino se presenta en
todas partes, y sus propósitos de ir a revolver los pueblos tranquilos de la
Sierra de Huelva, presumimos que nada se haga contra él, lo que significaría
una tácita autorización, invitándole a continuar en sus hechos y criminales
actos.
¿Será posible que tal
fulano pueda, y que ni el Gobierno provisional, ni las autoridades de
provincias, ni los jueces vean el medio de prevenir o evitar una desgracia
provocada por un hombre tan incontinente?
¿Habremos de ir
armados para defendernos de una provocación, si se ha de salvar la dignidad y
la libertad individual?
Sobre este
particular llamo la atención de V., amigo mío; a ver si en su periódico se
puede conseguir que las autoridades invitadas a hacer justicia no dejen impunes
atentados como el que deploro.
De pasó diré a V. que
un señor oficial de la Guardia civil, testigo de mal trato al cura de Bonares,
en vez de tener el valor y el deber de reprimir al agresor se escondía en la
diligencia donde venía, porque era un general el que tal hacía.
Este señor oficial es
digno de un severo castigo.
El corresponsal:
J.F.B. (Sin duda, el valiente citado corresponsal, es el joven maestro
republicano Juan Felipe Barrera).
El cura bien abofeteado
era el recién llegado a esta parroquia con bastante recomendación eclesiástica,
era el señor Vicente Escobar.
El primero que
recibió las citadas patadas tuvo la mala suerte de que, le cogió una zona
delicada, que tuvo que recibir atención médica por parte don Antonio Prieto, era
el Alcalde liberal demócrata, don Eduardo Fernández de Córdova, el segundo era
el concejal Antonio Díaz Borrero.
Pero quien, era este
energúmeno general que, además de sinvergüenza caciquil, ejerció como Diputado
a Corte y Senador Nacional representando en Madrid a los ricos hacendados de
esta Provincia, al que hacía tan solo medio año que les ascendieron a este
título, y que se liaba a bastonazos con los que no le votasen.
Era don Luís
Hernández Pinzón, Capitán General y Almirante de la Real Armada Española. Hermano putativo del cacique local José María
Carrasco Vega “El Patuo”, ya que ambos compartían la misma afición, como era la
pegar a los curas. Eso sí con cientos de denuncias de primero, para pasar a la
gran afición del garrote, ya que este trabajo se lo mandaba a su fiel guarda espalda
local, el “Viche” el de la “Chivata”. Pero cuando ajustar algo que era más difícil
y contrabando complicado, recurrían a una familia que vivían en el “Coto del
Avispero” conocido como los “Carboneros”, que de un día para otro
desaparecieron: el padre, los hermanos y una niña, sin rastro ninguno del chozo
donde vivía, solo las bestias y los utensilios caseros. Quedando el caso, con
los años, como un ajuste de cuentas entre delincuentes, o eso se creían.
Años atrás, este
personaje General Pinzón, el 11 de julio de 1850. Mantuvo una pelea a
bofetadas, con el Alcalde de Fuenteheridos. Donde después de insultarle lo
agarró por el cuello, que obligaron a que los vecinos pudieran detener al señor
Pinzón, pero luego esta desagradable situación fue de más pueblo serranos.
Este Hernández
Pinzón, no tiene nada en común con los apellidos ilustres de los descubridores
de las Américas, ya que les fue comprado a esta familia antiguamente. De los
últimos portadores de este apellido, uno de ellos era en este pueblo de Bonares
estando bien documentado, era la suegra difunta del Chaparro.
El único que se
atrevió a pararle en seco, y cogerlo por la chaqueta y meterlo en la cárcel,
era un joven de metro y medio era el Alcalde de Lucena del Puerto, de nada le sirvió
las amenazas, era el día 8 de enero de 1872, este señor venía de Bonares, de
estar alojado en casa de su amigo “El Patuo”, al llegar al citado pueblo de
Lucena, comienza una reyerta, hiriendo a un vecino y maltratado a otros; fue lo
que motivó a este Alcalde Gerónimo Pulido Garrido, sacarlo de la cárcel para
llevarlo preso y sometido antes el Juez de primera instancia del distrito de
Moguer. (Ya había que tener valor el dicho lucenero).
José García Díaz,
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