Corría
por el año de 1750, cuando la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de Asunción
de esta villa, era la identidad más influyente en la vida social local, tanto
políticamente como económicamente, junto a la siguiente Hermandades: las de las
Ánimas, las del Santísimo, de la Vera
Cruz y de la Santa María Salomé, seguido de la Fábrica Parroquial de Bonares,
cuyos Mayordomos eran a su vez los Regidores locales, que tenían la capacidad
de nombrar cada año a los dos Alcaldes Pedáneos entre ellos, o bien persona
adepto al sistema implantado.
Seguido de aquellas órdenes religiosas que tenían propiedades
arrendatarias en este término por los vecinos locales, y aquellos de otros
lugares, siendo la mayor de ellas las pertenencias que tenía la Fabrica
Parroquial de Niebla, y las Religiosas del Convento de Santa Clara.
Que, para la recaudación anualmente del diezmo
eclesiástico, debían de disponer de los medios necesario para esta labor, que
se encontraba alojado en la Vicaría de la vecina Niebla, y esta a su vez se debía
al Arzobispado de Sevilla, en donde el vecino que dejase de cumplir con este
deber, quedaría bajo la pena de excomunión.
La Vicaría de
Niebla, se encontraba clasificada dentro de la vereda morisca, y la formaba las
siguientes Parroquias: la de Santa María, la de Santiago, la de San Martín, la
San Miguel y la de San Lorenzo en esta villa, seguida la de Palma, Villarrasa,
Villalba, Bollullos del Condado, Almonte, Rociana, Bonares y Lucena del Puerto
en su Condado.
Por donde este
pueblo recaudo en este año la suma del diezmo de 3,150 reales, donde ya por si
se queda el Cura Párroco con el 30 por %, el Hospital de la Misericordia se
queda con el 12, el resto para el Duque y al Arzobispado, la misma cuenta se
aplicaba a las 5 parroquias de Niebla, que recaudaban más de 20,000 reales todo
un capital en aquella época, donde sin duda los grandes beneficiados eran los
veintes eclesiásticos de la Catedral de Sevilla. Mientras la casa de Medina
Sidonia, también había cobrado una buena parte de las tercias reales a dos
novenos del pueblo de Bonares, juntos con toda las Vicaría de Niebla.
Quedando otra
singular y curiosa pensión procedente de las rentas eclesiásticas, que se daba
temporalmente era la “la prestamera” o becas destinadas a los estudiantes
pobres, y aquellos que luchaban contra los infieles de la morería, impuesta
según alguno estudioso por parte del Rey Sabio, pero la Iglesia que ya por
aquellos años, era conocida como Santa y Pecadora, aprovechó que al correr el
tiempo se apropió de ella hasta convertirla en beneficio eclesiástico. Por
donde la citada “prestamera” pasó a mano de los prelados, donde temporalmente
se le abonaban los gastos de los nuevos curas, o aquellos que militaban al servicio
de la Iglesia.
Cuando esta
prestamera, se concedía a ciertos individuos como pensión con carácter
vitalicia, se le exigía bajo juramento que, dentro de los rezos de las horas
canónicas diaria, debía hacerlo con cinco Padrenuestro y cinco avemarías.
La cuantía, que debía de pagar este pueblo a
la renta anual de la citada prestamera, es la misma que se abonó en las rentas
pontificales, que supone otro 3,150 real para el buen servicio de la Iglesia
Católica y de sus acólitos.
La fábrica de la
parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de esta villa, junto con sus
Hermandades recaudaban unos beneficios económicos como arrendatarios de sus
campos agrícolas, juntos con las aportaciones que prestaban y servían a sus
feligreses, era la suma de 1,700 reales, donde se quedaban solo con el 11 por %
de las llamadas tercias de las fábricas, para gastos de mantenimiento y compra
para sus necesidades eclesiástica.
Los Curas Párrocos
primero de los cinco que había, tenían el derecho de hacer cada año el padrón
de sus feligreses, dado queda vecino se le conoce como responsable de tributar,
cuando es persona de comunión, es decir que ya ha cumplido la edad de los siete
años y se encuentra obligado a confesarse y tomar comunión, ya que en beneficio
de la Iglesia se cobraba dos reales por los bautismos, lo mismo con los
casamientos que se hacían en las casas de los desposados, y de igual cuantía
los funerales.
Cuando además les
quedaban a los Curatos de esta villa, las conocidas “primicias”, que consistía
en donar al clero local los primeros frutos quedaban el campo, en canasto por
cada cura de la parroquia, las primeras brevas, las uvas, los higos, las
granada y demás frutos que daba la temporada, que estuvieran acondicionada a la
inclemencia del tiempo, para cobrar además el diezmo sobre las cosechas de los
cereales trigo y cebada, todas las semillas, legumbres, carne de cabritos,
pollo, gallina, pichones, palomos, huevos, cera, mitas de miel, de las huertas
todo lo que produce la tierra, uva, vino y pasas, lana, queso, aceite y
aceituna, , bellotas y las tejas y ladrillos, estos impuestos era los considerados
como los personales.
Quedando,
aquellos que siembran por primera vez las tierras de baldíos, y tienen además
en su propiedad, becerros, vacas, potros, borricos, mulas y caballo. A pesar
que este año citado de 1750, este pueblo, junto con toda Andalucía estaba
pasando por una fuerte sequía, donde una parte de jornaleros con sus familias
pasaron hambre y miseria, tuvieron que colaborar obligados en este año con la
aportación de 896 reales.
Incluso algunos
Curas también llegaron a pasar hambrunas, como así se explicaba el Vicario de
Huelva, don Antonio Jacobo del Barco “¿Podrá acaso considerarse sin dolor que
al tiempo que parecen hambre 30 o 40 clérigos de un pueblo, se enriquezcan 3 o
4 forastero que por favor o fortuna consiguieron las piezas simples que hay en
él? Pues a este abuso, digno de toda consideración a V.M. solo se puede ocurrir
haciendo beneficiales y pilongos los curatos”.
Dado
que esta situación de pobrezas y miseria que pasaban en ocasiones los Curas,
eran sin duda motivado por el mal repartimiento de las rentas impuestas, pero
nada comparado con aquellos vecinos braseros que, sin trabajo por falta de
jornales, no podían llevarse el pan a su casa para mantener a su familia.
Dado que en aquellos
años el, concepto que había con el “diezmo eclesiástico era una décima parte de
todos los frutos, justamente adquiridos, debido a la voluntad del Dios
Todopoderoso, en reconocimiento de su universal y su supremo dominio, para que
se entreguen a los ministros de la Iglesia”.
Por
este motivo la Iglesia Católica reconocía, a Dios como Donador y Supremo Señor
de todos los bienes, teniendo como su gran obra el mantener a los citados ministros
de Dios, y después el sobrante para ayudar en el socorro de los pobres.
En los Archivos de la Catedral de Sevilla, en
la Sección II, Mesa Capitular, donde en concepto de productos de la huerta,
encontramos las siguientes rentas destinadas al Arzobispo, de los productos locales, como son las coles, lechugas,
rábanos, todos tipos de cebollas, tanto de porretas como de cabeza, llantas o
berzas, vinagreras, zanahorias, pepinos o cohombro, todo tipo de calabazas
verde o seca, berenjenas perejil, culantro, hierbabuena, nastuerzo, toda clase
de ajos, verde o de cabeza, albérchigas, melocotones, brevas, mora, manzanas y
ciruela.
Utilizando fuentes
escritas de don Manuel Martín Riego.
José García Díaz.
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