Una Necrópolis pre--romana en Niebla.
Por don Cristóbal Jurado, Pbro.
Miembro de la Real Academia de Historia de
Toledo.
Dedicado al Excmo. Sr. Arzobispo de
Sevilla, a su paso por esta villa en Febrero de 1918.
Hace algunos
días, en el sitio de este pueblo denominado la "Estación de Sevilla",
el obrero Eusebio Padilla natural del vecino pueblo de Bonares, se encontró, al
labrar una viña, grandes y enormes sillares, denunciadores de viejo monumentos.
Una vez levantadas, no sin grandes esfuerzos, algunas de las pasadas piedras,
se pudo observar que contenían debajo restos humanos.
Los sepulcros
encontrados han sido tres y de su tosca construcción y primitivos materiales
empleados, así como de alguna obritas halladas en su interior, de labor
rudimentaria, se desprende su remota antigüedad, que se puede calcular de los
últimos periodos de la dominación cartaginesa en Niebla o principios de la
época romana.
Las fosas todas
presentaban en la parte inferior grandes losas de barro cocido, de origen caldeo
o ibérico, de 58 centímetros de larga por 42 de anchas, sobre las cuales se
hallaban colocados los cadáveres boca abajo,
según los usos babilónicos, apoyándose el cráneo en un gran adobe, que le
servía de almohada, de 40 centímetro de largo, 26 de ancho y 7 de grueso. En la
parte de los pies cuatro adobes, labrado "ad hoc" formaban un
circulo, tal vez imagen del sol.
Las tres fosas
se hallaban circuidas de grandes ladrillos de 28 centímetros de longitud por 21
de latitud y 5 de grueso, formando un grueso muro, cubiertas en la parte
superior por grandes sillares de varios quintales de peso, reveladores de una
época de transición del periodo de los dólmenes o grandes piedras tumulares o
funeraria.
Uno de los
cadáveres, de cráneo alargado, que recordaba, las razas negras africanas, tenía
varios nudos de huesos en la frente, indicadores de las pedradas de hondas
recibidas en las guerras de aquellas edades, y sobre su cabeza una gran pila de
piedra, de una arroba de peso, donde se encontraron señales de aceite o grasas
requemadas, o bien servía de recipiente, donde se depositaban las cenizas de
los antepasados o las carnes y corazón del difunto.
Las grandes
piedras que cubrían las fosas tenían agujeros oblicuos, labrados expresamente
para poner el interior de los sepulcros en comunicación con el aire atmosférico,
tal vez para dar salida a los espíritu o manes de los muertos, o también para
dar respiración y aire a las grandes lámparas que quedaba ardiendo en el
interior, que servían para iluminar al difunto en su incierto viaje a las
regiones de un mundo desconocido.
En otro de los
sepulcros aparecía una tosca cabeza de mujer, labrada en mármol, cubierta con
un velo, que nos recuerda a las descubiertas en el cerro de los Ángeles, figura
de una Venus arcaica; la Tanit cartaginesa.
Las grandes losas de los sepulcros llevaban
todas gravado el circulo, imagen de la divinidad solar o de Baal Hamnión, como
aparece de la estela Núminica, hallada en Magrana. También presentan labores
toscas rectangulares, remedando el frontón de un santuario o bien en forma de
equis, labradas al parecer, con los dedos de la mano.
Pero lo que más
llama la atención es que en algunos adobes aparece la figura de la mano,
extendida, labrada rudimentaria, símbolo mitológico cartaginés, según se
observa en la estela votinea de Tanit, hallada en la aldea de Malga, no muy
lejos del sitio donde estaba emplazada la antigua ciudad de Cartago, donde
aparece la mano extendida, así como en otra estela votinea existente en el
Museo Arqueológico de Paris, exvoto del templo de Tanit, en Cartágo, donde se
nota la pelamide y el atún.
La mano derecha
extendida hacia el cielo, en la actitud de que habla Virgilio: "Duplices
tendens ad sidera palmas", representaba el poderío de la divinidad y
expresaba protección y bendición. Todavía los árabes, perpetuando estas viejas
tradiciones, colocan manos pintadas o grabadas en la puertas de sus casas, para
alejar las infamias perniciosas y evitar maleficios.
El rito de
elevación de las manos, al dirigirse a la divinidad, es de tradición
antiquísima. Así, en las estelas votineas funerarias, egipcias, en el Museo de
Bulac, vemos figuras orantes con las manos extendidas, Moises, con sus manos levantadas
hacia el cielo, obtuvo el triunfo de Israel sobre los amalecitas, y las
pinturas que representan los orantes en las catacumbas de Lucina y en la
iglesia de San Apolinar in Clase, en Revena, están con las manos levantadas,
siendo notables las liturgias de la iglesia sobre la elevación e imposición de
manos.
José García Díaz.
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