lunes, 22 de agosto de 2016

La pisada del caballo de Santiago.

                                                           

En la fotografía de José Gómez Feria se aprecia a un grupo de bonariegos, posando junto a la piedra de la pisada del caballo de Santiago.



  
                  La leyenda de la pisadas del caballo de Santiago.

                Por don Cristóbal Jurado, párroco de la villa de Niebla.
          Dedicado al ilustre y respetado hombre como es don Armando de Soto.
        Aquella jornada fue muy dura para las tropas cristianas. Antes de comenzar la pelea, don Rodrigo, arzobispo de Toledo, celebró el sacrificio de la misma en los grandes patios del Alcázar morisco de Niebla y dio la comunión a la tropas.
       Las huestes del Islán, rehechas por los auxilios recibidos de los régulos de Badajoz, Onuba y los Algarbes, se presentaron ante los desmantelados baluartes de la ciudad, pero fueron fácilmente contenidas por las tropas cristianas. Más en el ardor de la lucha, envalentonadas, hicieron una temeraria salida, cayendo en la emboscada de los Agarenos, siendo al fin desechas, con la pérdida de la plaza, en las proximidades del cabezo de San Cristóbal de Bonares, por su altura, regresando desde allí las mesnadas fugitivas y dispersas de los cristianos en dirección a Toledo.
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       Abu--Said, el general vencedor de las tropas de Aen--Mafot, rey de Niebla, al entrar triunfante en la ciudad, de dirigió orgulloso a la gran mezquita oriental y dio gracias a Alá y a Mahoma, haciéndoles la siguiente súplica: "Alá, dios único, el grande, el victorioso, el sublime, el que hace reír, el que hace llorar, por quien todas las cosas subsisten, os damos gracias por haber vencido con tu auxilio los ejércitos de los perros cristianos, que Satanás maldiga, y a los cuales yo espero vencer siempre con el poder de tu fuerte brazo y el aliento divino del padre de los creyentes, el gran Mahoma, superior a Santiago, el defensor de los cristianos".
      Después, al salir de la mezquita, di orden a las tropas de saquear los templos y las casas de las cristianos, antes toleradas, y de destrozar las pinturas e imágenes de sus iglesias y de maldecir a Cristo.
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          Las brisas y aromas de la tarde agradable primavera convidaban al placer. El orgulloso Abu--Said, seguido de un escuadrón de jinetes árabes, se dirigía en paso triunfal hacia la grande laderas del cabezo de San Cristóbal, que los muslines la llamaban el cerro de Mahoma, en contraposición a los cristianos, para recrearse en el teatro de la últimas victorias ganadas a los cristianos.
        De su boca salían durante el trayecto exclamaciones de rabia y blasfemia horribles, asegurando por Mahoma que el vencería siempre el empuje de los cristianos, a pesar del decantado auxilio de Santiago.
       Más de improviso se oyen ruidos como lejana tempestad; el rostro de Abu-- Said palidece y el brioso caballo se espanta y resbala hasta dar con sus manos y cabeza en la dura piedra, permaneciendo en esta postura largo rato.
    Abu--Said, caído en tierra, dirige sus extraviadas miradas hacia la visión de un hermoso jinete, en caballo blanco, de relucientes cascos y armadura, que le dice:
       " En vano, te empeñas en dar coces contra el aguijón. Yo soy Santiago, apóstol de Cristo, a quien Dios ha confiado la defensa de España contra la morisma. Por tus horribles blasfemias, en breve perderás la vida y la plaza de Niebla, en cuya refriega mi celestial protección se hará visible para la tropas cristianas."
      Los jinetes árabes, extrañados y llenos de terror, acudieron con presteza en auxilio de su caudillo.
      Más antes de partir de aquellos sitios, observaron, admirados, que en la roca viva habían quedado señalados, no solamente los cascos y herradura del hermoso caballo de Abu--Said, sino también la figura de sus brazos, al caer como arrodillado y las impresión de su boca al morder el polvo de la tierra.
         Según la tradición y la leyenda, Abu--Said, después de aquel trágico suceso, falleció a los pocos días en la ciudad, resultando fallidos sus vaticinios. Más antes de morir, encargó a su esposa que al entrar nuevamente en triunfo las tropas cristianas en Niebla, se convirtiera a la fe de Cristo y edificase en honor del apóstol Santiago una hermosa iglesia.
         No se retardaron mucho las predicciones diversas, pues al poco tiempo, la ciudad era tomada por las tropas victoriosas de Alfonso el Sabio de Castilla y Sahara, la bella esposa de Abu--Said.
        Después, la dama árabe hizo trasladar los restos de su infortunado esposo al nuevo santuario, colocándole una lápida, en la cual decía:

                             Aquí yace Abu--Said, general
                           de Aben Mafot, convencido
                           de Dios y de su profeta
                           Santiago, protector de los cristianos
                            !Rogad por el!

            Aún todavía a través de los siglos, se contemplan intactas en la dura roca de las grandes estribaciones del cabezo de San Cristóbal, las huellas del hermoso corcel de Abu--Said, humillado ante la aparición del  Santo Apóstol, protector de los cristianos.
        Llamase a este lugar " las pisadas del caballo de Santiago", causando la admiración de las gentes.
     


    José García Díaz. 

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