El labrador y el vagabundo.
El vagabundo es un comunista por temperamento;
el labrador es un individualista. El labrador no comprende la vida sin la propiedad;
el vagabundo comprende la vida y odia la propiedad.
El
labrador construye tapias y vallados; el vagabundo los salta; el labrador acota
campos; el vagabundo los cruza.
El
uno quiere que su heredad sea para él; el otro que la tierra sea para todos.
En
presencia de la tierra, la inclinación natural del hombre se determina. El
antiguo pastoreo o el antiguo agricultor, nuestro lejano ascendiente, se
manifiesta todavía con claridad en nuestro instinto.
El
labrador ve en la tapia la defensa de sus interese; el vagabundo un obstáculo
para su vida.
El uno dice: “Yo he comprado el campo, lo he
trabajado; sus frutos son míos.” El otro dice: “El sol que ha hecho crear el
árbol es de todos; la lluvia que ha fecundado el campo también es de todos; ¿Por
qué privar a nadie de aquella sombra, de aquel fruto, de aquella leña con que
puede calentarse?”
El vagabundo es
romántico, andrajoso y espléndido; el agricultor, práctico y miserable; el uno tiene
familia, tiene hogar, tiene hacienda, tiene dinero; el otro no tiene dinero; el
otro no tiene más que la libertad, el cielo azul….
Y, sin embargo, al
caer de la tarde es para mí más triste ver al labrador detrás de su arado que
el vagabundo que cruza la carretera.
Y es que mi corazón es vagabundo.
Recordando
a PIO BAROJA.
José García Díaz,
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