Un artículo publicado por el diario italiano "Il Popolo de Milan" con fecha de ayer, página Nº 12, tratando de un conflicto probable en Marruecos en el que, según dicho periódico, hemos de jugar importante papel, ha hecho que se hablara y se escribiera por millonésima vez sobre el porvenir de España en África.
Con este motivo, nuestro estimado colega barcelonés. "Diario del Comercio" hace los siguientes comentarios que juzgamos oportunísimo y por eso reproducimos:
"La Época" a vuelta de desmentir la existencias de negociaciones e inteligencias diplomáticas que puedan alterar el "statu quo" en el Imperio de Marruecos desliza la especie de que el general Azcárraga está estudiando sin levantar mano, planes de reorganización de nuestras fuerzas militares, que puesto en planta nos permitirán, tiempo a venir, el cumplimiento de nuestra histórica misión en el continente africano.
No creemos afortunadamente, que ninguno de nuestros hombres de Estado más o menos averiados, acaricie pensamientos de conquista ni ilusiones guerreras, pero mala cosa es que aún remitiéndolo a un porvenir lejano, se persista en el sueño de llevar a términos el testamento de Isabel la Católica.
La poca o mucha fuerza que nos queda debemos de emplearla en conquistarnos a nosotros mismos, valga la frase, en colonizar a España, en abrir caminos por lo que pueda pasar libremente y entre vítores la civilización que se pretende llevar al continente africano y de la que necesitamos más que algunos pueblos que lo habitan.
Mientras nuestra historia se estudien solo los hechos bélicos; las hazañas más o menos legendarias; mientras en vez de enseñarnos lo que fue el pueblo nos enseñen solo lo que fueron los reyes y los grandes capitanes, los desvaríos encontraran terreno abonado e las cualidades de raza. No, no debemos aprender en lo que nos ha perdido, en lo que puede aniquilarnos, si no en lo que nos hizo grande y es de casi todo el mundo ignorado.
Tiene razón el señor Fray Pedro Morote cuando escribe:
"Nuestra historia, la historia nacional que necesita ser grabada en el corazón y en el entendimiento de los hijos de España, es la que establece nuestra pasmosa prosperidad en el siglo XV yen los comienzos del XVI, cuando había en la península número considerable de ciudades y todas ellas pobladas con cantidad de gente que iba mucho más allá de la proporción común de las otras partes de Europa; cuando aumentaban cada día las industrias y abundaban los fabricantes y los obreros; cuando en Sevilla solamente había 16 mil talleres de seda y de lana y en ellos empleados ciento treinta mil obreros; cuando en comercio y en marina mercante íbamos por delante de venecianos, holandeses, ingleses y franceses; cuando nuestros puertos de Sevilla, de Cádiz, de Barcelona eran los primeros en Europa; cuando los catalanes dicaban a toda la cristiandad civilizada sus leyes marítimas con el "Consulado del Mar." Código aún vigente; cuando podíamos disputar la gloria de haber descubierto la brújula; cuando con los portugueses éramos dueños del Océano; cuando en competencia con las repúblicas italianas monopolizábamos el comercio del planeta; cuando nuestras sedas gozaban de fama indisputada en el globo entero; cuando éramos de los primeros pueblos que practicaban el arte de la imprenta; cuando nuestro gremios e oficios eran a semejanza de nuestros Consejos y de nuestras cortes, modelos de organización social y política, y cuando en fin, por las artes y las ciencias de "la paz" íbamos a la cabeza de la civilización.
No, Cese nuestro entusiasmo, por legítimo, que sea, que se funda en guerras, batallas y conquistas. Es hora de que nuestra historia recobre los fueros de la verdad. Los 60.000 talleres de seda y de lana de Sevilla, esos 130.000 obreros que en una ciudad del reino se ocupaban en las manufacturas, quedaron reducidos a 400 talleres y a 3.000 obreros en el espacio que media del siglo XVI al XVII por efecto de haber estado en guerra con el mundo entero bajo Felipe II y sus desventurados sucesores. Nuestra riqueza no consistió en haber extraído de América desde que se descubrió hasta fines del siglo pasado cincuenta y cinco mil millones de libras esterlinas, según cálculos de Ustáriz, Herrera y Robertson, porque a pesar de tales tesoros llegó un día en España en que ya no existió más que la moneda de vellón y los galeones ya no salían cargados de mercancías y se vendía el privilegio de comerciar con el Nuevo Mundo a Inglaterra por el tratado de "Asiento" y éramos la nación más pobre de la tierra.
Dejémonos de desvaríos de santas cruzadas y de ilusiones y vivamos en la realidad de los hechos. Conquistemos a España y hagámonos fuerte por medio del trabajo, de la instrucción, del progreso, para que rodando los años no sean los africanos morunos los que nos reconquisten de nuevo.
Seamos avisados si es cierto que el escarmiento enseña a serlo.
José García Díaz.
Tiene razón el señor Fray Pedro Morote cuando escribe:
"Nuestra historia, la historia nacional que necesita ser grabada en el corazón y en el entendimiento de los hijos de España, es la que establece nuestra pasmosa prosperidad en el siglo XV yen los comienzos del XVI, cuando había en la península número considerable de ciudades y todas ellas pobladas con cantidad de gente que iba mucho más allá de la proporción común de las otras partes de Europa; cuando aumentaban cada día las industrias y abundaban los fabricantes y los obreros; cuando en Sevilla solamente había 16 mil talleres de seda y de lana y en ellos empleados ciento treinta mil obreros; cuando en comercio y en marina mercante íbamos por delante de venecianos, holandeses, ingleses y franceses; cuando nuestros puertos de Sevilla, de Cádiz, de Barcelona eran los primeros en Europa; cuando los catalanes dicaban a toda la cristiandad civilizada sus leyes marítimas con el "Consulado del Mar." Código aún vigente; cuando podíamos disputar la gloria de haber descubierto la brújula; cuando con los portugueses éramos dueños del Océano; cuando en competencia con las repúblicas italianas monopolizábamos el comercio del planeta; cuando nuestras sedas gozaban de fama indisputada en el globo entero; cuando éramos de los primeros pueblos que practicaban el arte de la imprenta; cuando nuestro gremios e oficios eran a semejanza de nuestros Consejos y de nuestras cortes, modelos de organización social y política, y cuando en fin, por las artes y las ciencias de "la paz" íbamos a la cabeza de la civilización.
No, Cese nuestro entusiasmo, por legítimo, que sea, que se funda en guerras, batallas y conquistas. Es hora de que nuestra historia recobre los fueros de la verdad. Los 60.000 talleres de seda y de lana de Sevilla, esos 130.000 obreros que en una ciudad del reino se ocupaban en las manufacturas, quedaron reducidos a 400 talleres y a 3.000 obreros en el espacio que media del siglo XVI al XVII por efecto de haber estado en guerra con el mundo entero bajo Felipe II y sus desventurados sucesores. Nuestra riqueza no consistió en haber extraído de América desde que se descubrió hasta fines del siglo pasado cincuenta y cinco mil millones de libras esterlinas, según cálculos de Ustáriz, Herrera y Robertson, porque a pesar de tales tesoros llegó un día en España en que ya no existió más que la moneda de vellón y los galeones ya no salían cargados de mercancías y se vendía el privilegio de comerciar con el Nuevo Mundo a Inglaterra por el tratado de "Asiento" y éramos la nación más pobre de la tierra.
Dejémonos de desvaríos de santas cruzadas y de ilusiones y vivamos en la realidad de los hechos. Conquistemos a España y hagámonos fuerte por medio del trabajo, de la instrucción, del progreso, para que rodando los años no sean los africanos morunos los que nos reconquisten de nuevo.
Seamos avisados si es cierto que el escarmiento enseña a serlo.
José García Díaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario